Los componentes invisibles

El cerebro de la bicipersona

La bicicleta es algo más que razonable. Evoca cosas que van más allá de la razón. El que pedalea sabe que cada momento es diferente.

Esto es motivo suficiente para destacar que el mejor componente de una bicicleta sigue siendo el cerebro humano, que es el que la impulsa en el sentido más directo y quien la equilibra, haciendo el milagro de la máxima sostenibilidad moviéndose sobre dos puntos de apoyo. El cerebro es el que actúa de centralita, el que decide cómo administrar los muchos recursos que nos ofrece la bicicleta. Es el cerebro el que percibe una ligera brisa que justifica subir un piñón, o una frenada suave al ver un arcén algo sucio, … En la bicicleta todo es mecánico, manual y la optimización de los recursos depende de cómo nosotros pensemos sobre la bicicleta y de cómo la ajustemos a nuestra forma de uso. Así, la bicicleta, aunque cada día más evolucionada en sus componentes, todavía se mantiene pura en el sentido objetual, por ser un objeto sin inteligencia asistida, ni ser capaz de estar programada para variar de manera autónoma sus ajustes en función de la situación. Es nuestro cerebro el que seguirá tomando dichas decisiones. La bicicleta se desmarca entonces como objeto, al seguir una carrera evolutiva de momento diferente a la mayoría de objetos de nueva generación, superados a sí mismos por sofisticados protocolos electrónicos que por ejemplo permiten endurecer/suavizar el sistema de dirección de un automóvil, según parámetros que el propio coche registra, herramientas de corrección automática en un procesador de textos, sistemas de antibloqueo en los frenos de una moto o un coche,…

El aire como lugar

Desde la bicicleta, las variables aparentemente circunstanciales, deciden cual es la situación de manera intensamente caprichosa.

El aire es algo más que el medio ineludible, es también el componente por excelencia. El aire es el soporte invisible y único en el que suceden viento, temperatura, humedad, sonido y olor. Desde la bici, más por el aire que nunca, nos llegan estímulos que leemos en clave pura, como si lo más primitivo que hay en nosotros como bicipersonas, se multiplicase refinadamente.

Nunca un lugar es el mismo lugar nuevamente.

El aire como medio (y componente)

Las bicicletas son prácticamente aire interrumpido por una estructura imprescindible (y engorrosa), pero son en realidad un porcentaje muy alto de aire si consideramos su volumen envolvente; y sobre todo, su vocación. Podríamos decir que la bicicleta tiende a ser aire, o le gustaría serlo. Conceptualmente, no existe un «dentro»/«fuera» en la bicicleta, sino diversos puntos de aire alrededor y en la bicicleta. Conceptualmente, la bicicleta, es un objeto más rico en posibilidades que otros vehículos mecánicamente mucho más evolucionados. La bicicleta es un objeto que se siente antiguo, y que parece programarse cada vez que se va a usar. Es esta espontaneidad, hoy en extinción, lo que nos hace sonreír al verla e identificar siempre algo exótico en una bicicleta (o mejor: en cada una de ellas).

Algo similar sucede con los bolígrafos. (¿Me sucede sólo a mí?).

El Aire tiene cada día más funciones en la bicicleta, y siempre que en un lugar ponemos aire, difícilmente encontraremos un material más eficiente que lo pueda sustituir. El Aire y la bicicleta dialogan en un canal sorprendentemente natural.

No sólo es su combustible principal, sino que da la sensación de que quiere ser eso y muchas más cosas.

Parece que el aire quiere ser bici y la bici quiere ser aire.

Me atrevo a afirmar asintóticamente que existirán bicicletas hechas de aire. Aire dentro de los tubos, Aire secando el sudor, Aire entre los radios de las ruedas, Aire en los neumáticos, Aire en los pulmones, Aire entre los cables y sus fundas, Aire entre los tubos del cuadro, Aire delante, debajo,… Aire diferente uno de otro y con unos límites algo difusos a veces. El Aire se nota mucho en la bici.

El aire, como componente técnico.

La bicicleta apresa técnicamente el aire (ya prudentemente en minúsculas), en una especie de actos de egoísmo, para ponerlo en sus ruedas desde hace ya años. Este aire, a presión, es el componente que imprimirá más carácter sobre el comportamiento de la bicicleta, otorgándole adaptabilidad al terreno o rodadura según ajustemos la presión a las necesidades de cada bicipersona en un modo muy diverso, desde poco más de una atmósfera (cuando una bicicleta de montaña busca la máxima adherencia y adaptación al terreno, para amortiguar sus irregularidades), hasta algo más de 10 atmósferas (cuando una bicicleta de carretera rueda sobre buen asfalto y trata de reducir la superficie de contacto con el firme para evitar al máximo el rozamiento con el suelo… alejándose con fuerza del suelo como tratando de volar a unos pocos centímetros, o haciéndolo en alguna medida). En ambos casos, el objetivo final sigue siendo uno y sencillo: «flotar» sobre el terreno lo máximo posible, para avanzar con la mayor eficiencia posible (fluidez en el movimiento). Este componente tan vital y antiguo, es también el componente que más importancia está tomando en las bicicletas de última generación. Al fin y al cabo, el aire es sin duda el más ligero de los materiales posibles. Así, y, como por omisión ajena, llega a cada vez a más rincones, «comiendo» espacio a otros materiales más sólidos, aparentes, y orgullosos. El Aire gana a base de reducir las piezas y/o hacerlas huecas hasta sustituirlas con servidumbre y discreción inequívocos. El Aire, con el tiempo y la tecnología de su lado, va reduciendo los espesores de las paredes materiales para hacer cada parte de la bicicleta cada vez más ligera, más etérea.

El aire es en realidad «el componente».

El caso más revelador puede ser la sustitución, con mucha eficiencia, de los pesados muelles de amortiguación, los nuevos ejes de pedalier o sistemas de dirección cuyos interiores están cada vez más vacíos de materia y más llenos de tecnología e ingenio.