Si artificiamos una separación entre bici y persona nos encontraríamos con dos partes: por un lado la bici y, por el otro, la persona.
persona = persona
bici = aparato engorroso (Ya, yo tampoco sé por qué)
bici + persona no = (bici + persona)
bici + persona = bicipersona[5]
Por lanzar una hipótesis en este plano teórico, veríamos que existen puntos de contacto entre la supuesta bicipersona sin persona y la supuesta bicipersona sin bici. Esos puntos que son el sillín, el manillar y los pedales, son componentes cuidadísimos por el ciclista refinado e importantísimos para cualquier bicipersona. De esos puntos depende una buena experiencia bicipersona (armonía es la palabra), o una mala experiencia, incluso la lesión física (con mayor probabilidad en algún componente humano de la bicipersona).
Sintamos esa armonía de la que hablamos: la bicipersona como una sola cosa.
Los componentes que definen la posición de la persona cuando es bicipersona, son definitivos para que la postura sea la perfecta para cada función. Desde la colocación y anchura del manillar, hasta la longitud de la biela o la regulación de la altura del sillín, estos elementos son decisivos para obtener confort o proporcionarnos eficiencia. Los componentes, componen la bicicleta, pero lo más importante es que también componen inequívocamente nuestra experiencia y nuestro «ser» bicipersona. Componen mucho.
Si vamos al plano de lo deportivo, siempre más avanzado, el ajuste de los componentes linda muchas veces con el terreno de lo esotérico, y se instala tranquilamente en él.
Alto rendimiento y superstición
Todos los ciclistas son muy cuidadosos en el ajuste de la bicicleta, y muchos de ellos buscan una precisión tal, que realizan el ajuste de los componentes que afectan su posición en la bicicleta sobre una mesa de juego de billar; garantizándose así la horizontalidad de la bicicleta y la precisión total en el ajuste. Pero la exigencia llega a un nivel literalmente incuantificable. Extracientífico. No existen decimales suficientes para el ajuste de la bicicleta de la mayoría de ciclistas profesionales, que entran sólidamente en el terreno de lo emocional y permiten que su bicicleta la toquen pocas personas o solamente su mecánico de confianza; quien no sólo la ajusta, sino que hasta la vela, y comparte con él el espíritu animista que los une a los tres en la aventura. Ciclista, mecánico y bicicleta, sin un orden establecido entre ellos.
Muchas veces en el proceso de ajuste, el ciclista tiene alguna costumbre de tono taurino que nadie le puede reprochar si se contrasta con el esfuerzo que hará después sobre la máquina que están ajustando. Un ejemplo podría ser el de la relación de «complicidad,… pero… mucho más que complicidad» (Sisquillo dixit) que tiene por ejemplo Sisquillo, mecánico de bicicletas, con el también conocido Cippollini. Se entendían con la mirada entre la muchedumbre. Al instante. Y en muchos casos con la mera proximidad. Sólo Sisquillo tocaba las bicicletas de «Cippo». Posiblemente uno de los ciclistas más perfeccionistas que ha conocido este deporte.
Os aseguro por experiencia propia que las miradas de Sisquillo y de Ixio tienen más decimales que cualquier pie de rey fabricado por el ser humano. Y sus cerebros dan pedales desde la noche antes.
Otra manía conocida era la de Johann Museew, al que gustaba interrumpir a los mecánicos con una bandeja de café y pastas que traía él personalmente. También notas cuando hablas con Ixio Barandiaran (seguramente el mecánico de Mountain-bike con más mundiales ganados en la historia de este deporte) que cuando está trabajando sobre la bicicleta, es como si la estuviese radiografiando permanentemente. Siempre consciente de que la carrera empieza mucho antes de que se dé la salida.