CAPÍTULO XVII

A las diez de la noche, en todas las pantallas de televisión de Francia la señorita Alice Despoir, más sofisticada, más sonriente y más rubia que nunca, empezó a anunciar las previsiones meteorológicas.

Acababa de prometer a los telespectadores un domingo particularmente soleado en Artois y Flandes, cuando su emisión se interrumpió.

Unas rayas en zig-zag corrieron por las pantallas. Luego, oscuridad y silencio.

Entonces volvió la imagen. Cien mil espectadores reconocieron al enorme tullido que empezaba a resultarles familiar. Estaba sentado como siempre un su sillón ante un decorado de cuadrantes y mandos.

—Es «papi» —declaró la pequeña Patricia—, pero está vez le falta la pierna de siempre.

En su precipitación, los técnicos habían olvidado invertir la imagen.

La montaña de carne dejó escapar su chillido habitual.

»Buenas noches señoras y señores.

»Aquí el señor T, que les habla desde su puesto de mando.

»Ayer les asusté un poco, ¿verdad? Vamos, no digan lo contrario. Hubo momentos en que estuvieron a punto de tomarme en serio.

»Pues bien, no estaban equivocados. En todo caso, les habría mostrado riesgos que podrían correr si la asombrosa máquina de la que voy a hablarles esta noche se encontrara en las manos, no de un equipo de hombres fíeles a su país, sino de sabios sin escrúpulos que trabajaran en su propio interés: los sabios locos tan utilizados en la ciencia-ficción.

»Señoras y señores, en otros momentos han pensado sin duda que iba a anunciarles alguna novedad en el terreno de los transportes privados o públicos. No es así, aunque la precisión y las cualidades de la máquina de la que voy a hablarles son tales que tal vez la utilicen para ir a la luna. No: el éxito excepcional de la ciencia y de la tecnología francesas de la que quiero hablarles hoy es la del cohete “Bradamante”, última obra genial nacida en el Centro de Estudios sobre los cohetes balísticos y cósmicos.

»Un cohete balístico, señoras y señores, y por lo menos así me lo han dicho, es un aparato que va de un punto a otro siguiendo una trayectoria curva, parecida a la de la bala de un fusil… o de una pelota de ping pong.

»Un cohete cósmico, por lo que he creído comprender, es un aparato que empieza por portarse como un proyectil normal, luego se convierte en satélite y, después, vuelve a ser proyectil. De ahí, múltiples ventajas que podrán leer mañana en los periódicos.

»“Bradamante”, señoras y señores, es un cohete cósmico. Como tal, es apto para ir a destruir en el cosmos a todo satélite animado de malas intenciones. Ya saben que no buscamos complicaciones. Pero, en fin, si alguien pensara en suspender sobre nuestras cabezas algún satélite armado, siempre sería bueno poder ir a eliminarlo.

»Eso es precisamente lo que puede hacer “Bradamante”. Es lo que acaba de hacer hace exactamente dos minutos y veinticinco segundos. Ha abatido en pleno vuelo un satélite experimental que había sido lanzado para servirle de blanco.

»Ahora, déjenme decirles un secreto que ya les dejé entrever en nuestro primer encuentro. Muchas potencias extranjeras han quedado tan favorablemente impresionadas por la manejabilidad y la fiabilidad de “Bradamante” que están dispuestas a pasar encargos a Francia.

»Espero que se alegren ustedes conmigo.

»Buenas noches, señoras y señores.

»Aquí el señor T, que les habla desde su puesto de mando.

La pequeña Patricia movió la cabeza:

—¡Vaya palabras complicadas sabe «papi»! —murmuró con orgullo.