CAPÍTULO VIII

Eran las veintidós horas.

El profesor Roche-Verger estaba sentado en su andrajoso sillón, frente al aparato de televisión. La expresión de su rostro era más feliz que nunca. Era evidente que contaba con divertirse como un crío con la nueva aparición del señor T.

«Y esa pequeña Choupette —pensaba—. En qué historias se mezcla… ¡A los diecisiete años! Es igual que su padre. Yo, a su edad, ya había rehecho los cálculos de Evaristo Gallois».

La señorita Despoir, sonriente y tensa, hablaba de chaparrones y claros, de presiones y de temperaturas… De pronto, se cortó su emisión. Aparecieron rayas en la pantalla, y se oyeron los habituales crujidos. Casi de inmediato, apareció la silueta familiar del voluminoso tullido, con su fondo de indicadores y manecillas.

»Buenas noches, señoras y señores —dijo la voz de rata del señor T, ligeramente jadeante.

»Dispongo solamente de unos minutos para ponerles al corriente de mis intenciones.

»Tal como estaba previsto, el 13 de marzo a esta misma hora, es decir, dentro de veinticuatro horas exactamente, empezará la ofensiva del régimen científico que llevará al poder, en muy poco tiempo, a la red Terror Total y a su jefe, el que les está hablando.

»Dicha ofensiva empezará con cierto número de destrucciones que puedo ya anunciarles y que tendrán lugar en el mundo entero. Se trata, en concreto, de…

En este punto, se interrumpió la emisión. Siguió un largo periodo de oscuridad. Apenas se oían algunos crujidos procedentes del altavoz.

Roche-Verger, pensativo, contemplaba su aparato.

Reflexionaba.

Varios detalles iban encajando en su cerebro, que era uno de los más brillantes del siglo. Su cara se iluminó poco a poco…

Pero, de pronto, levantó la cabeza.

Roche-Verger tenía el oído fino, y acababa de reconocer un ruido perfectamente característico.

Alguien estaba tratando de forzar la cerradura de la puerta de entrada.