Otra vez te atreves, oh amada sombra aquí,
A aparecer a la luz del día,
Y sales a mi encuentro florecida,
Y no temes estar ante mí.
Es como si vivieras cerca,
En una pradera de rocío fresca,
Y cuando la tarea del día se acaba
El último rayo del sol te descansa;
Quedarme o despedirme tú decides,
Si pasas no has perdido nada.
La vida del hombre parece algo magnífico:
¡Qué encantador el día, qué soberbia la noche!
En medio de placeres de todo un paraíso
Apenas si gozamos el sol esclarecido,
En un confuso esfuerzo tan pronto
Con nosotros como con el ambiente,
Nadie se satisface con otro totalmente.
Todo aparece seco, si resplandece dentro,
Y un exterior brillante cubre un semblante triste,
Está muy cerca siempre la dicha que no alcanzas.
¡Creemos conocernos! Y poderosamente
Nos atrae el encanto de un rostro femenino.
El joven, tan alegre como en su adolescencia
Sale a la primavera como si él mismo fuera primavera.
Encantado, asombrado, por quien ha obrado eso,
Contempla en tomo suyo, le pertenece el mundo.
Y su ímpetu le lleva hacia la lejanía,
Y nada le limita, ni muros ni palacios,
Cual bandada de pájaros que vuela por las cimas
Vuela también para alcanzar la amada,
Y desde el éter gustosamente busca
La fiel mirada, a la que fijo permanece.
Primero muy temprano, y luego ya muy tarde,
Siente el suelo quebrado, tiene que detenerse.
Si el encuentro es alegre, la despedida es triste,
Y el volverse a encontrar alegra más que antes,
Y los años pasados vuelan en un instante,
De pronto los adioses llegan traicionándose.
Te sonríes, oh amigo, sentimental pareces,
Una despedida cruel te hizo célebre.
Festejamos tu infortunada desgracia,
Nos abandonamos al placer y a la desgana;
Y ahora nos atrae el incierto camino
De la pasión en su laberinto;
Sobrepasamos de nuevo el dolor,
Y nos despedimos —¡despedirse es muerte para el amor!—
¡Cómo emociona lo que canta el poeta
Para evitar morir al despedirse!
Envuelto entre sus penas cual culpable,
Un dios le concedió expresar lo que sufre.