Toda la alegría del poeta, hacer una buena poesía,
Siente la adorable criatura que le admira.
¿Que un epigrama es corto para decirme algo amable?
¿Cómo, amada mía? ¿No es corto, acaso, el más amable beso?
Ése es el verdadero amor, el que siempre y siempre permanece igual,
Aun cuando todo le sea concedido, aun cuando todo se le haya de negar.
Logre el hablador tantos discípulos como arenas el mar —la arena
es arena; sea mía la perla, ¡oh tú, juicioso amigo!
A menudo, los príncipes estampan su importante figura
Sobre un cobre, apenas plateado; el pueblo se engaña largo tiempo.
Los exaltados estampan el sello de su espíritu sobre mentiras y errores;
Quien carece de piedra de toque las tiene por verdadero oro.
Inspiras amor y deseo; lo siento y me abrasas.
¡Ahora te pido, oh amada, que me inspires confianza!
¡Qué triste, oh rey Midas, fue tu suerte cuando sentiste
Entre tus manos, pobre anciano hambriento, el peso de los manjares transformados!
En caso semejante, a mí me va mejor, pues todo lo que toco
Al punto se me vuelve, entre las manos, un ligero poema.
Maravillosas musas, no me opongo; mas no me transforméis
A la amada, cuando esté entre mis brazos, en leyenda.