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En el que se habla de barrigas vacías y Cabeza de Fuego presenta una propuesta imposible
Sietepuntos, acurrucado entre unos cardos, se disponía a meterse de cabeza en una bolsa de basura.
—Hola, Sietepuntos —lo saludó Bisbita.
La bolsa de basura desprendía un hedor espantoso, y ella torció el gesto asqueada. Sietepuntos sacó la cabeza de la basura y sonrió abochornado.
—Hola, Bisbita —contestó.
—Huelga preguntarte cómo andas de provisiones para el invierno, ¿verdad?
—¡Mal! —gimió Sietepuntos—. ¡Muy mal! —y desapareció de nuevo en la bolsa de basura.
Apareció de nuevo con el pelaje apestoso y tres cacahuetes de aspecto rancio en la mano.
—¿Cómo piensas pasar el invierno? —preguntó Bisbita.
—A lo mejor vienen pronto un par de caravanas —comentó Sietepuntos abriendo sus cacahuetes.
—Ni tú te lo crees.
—Pues entonces acaso consigamos recolectar algo en el bosque.
—¿Recolectar? ¿Qué? ¿Las cuatro miserables bayas que han olvidado los humanos y los pájaros? ¿O sabes algo que podamos comer todavía sin envenenarnos? Todo eso nos lo cominos hace tiempo. Porque siempre ha sido mucho más cómodo venir a buscar algo aquí.
Sietepuntos frunció el ceño moteado con gesto de preocupación.
—¡Ahora muchas veces no consigo saciarme!
—Yo tampoco —suspiró Bisbita.
—Seguro que el Pardo tiene de sobra en su cabaña —opinó Cabeza de Fuego detrás de ellos.
—Pero ¿qué bobadas estás diciendo? —Bisbita se volvió hacia él, irritada—. Aún podemos alegrarnos de que no nos atrape aquí fuera. ¿De qué nos sirve que tenga algo en su cabaña?
—Sólo pensaba en voz alta. —Cabeza de Fuego se encogió de hombros—, antes de morirnos de hambre…
—¿Morirnos de hambre? —Sietepuntos miró, horrorizado, al duende negro.
—Bueno…
—¡Yo no quiero morir de hambre! —exclamó Sietepuntos estremeciéndose—. Bisbita, ¿tú también crees que podemos morir de hambre?
—¡Lo creo desde hace mucho! —rugió Bisbita—. Desde este verano lluvioso no he hablado de otra cosa. Pero vosotros os habéis negado a creerlo.
—Podríamos coger provisiones de sobra en la cabaña del Pardo —insistió, tozudo, Cabeza de Fuego.
—¡Estás mochales! —Bisbita dirigió una mirada nerviosa hacia la cabaña de madera—. El hambre ha debido de hacerte perder el juicio.
—Guarda chocolate ahí dentro —dijo Cabeza de Fuego.
Sietepuntos dejó caer sus cacahuetes resecos.
—¡Chocolate! —musitó.
—Sí. —Cabeza de Fuego asintió—, y bolsas y bolsas de esas cosas amarillas, rojas y verdes.
—¡Ositos de goma! —susurró Sietepuntos con veneración.
Bisbita puso los ojos en blanco.
—Genial. Entonces pasad el invierno alimentándoos de chocolate y de ositos de goma.
—También tiene queso y salchichas y huevos y pan y un montón de latas de conservas…
—¡Estás loco, loco de remate! —Bisbita se levantó—. Y también un perro capaz de zamparse de un bocado a cada uno de vosotros. Voy a echar un vistazo entre las últimas caravanas antes de que se marchen.
—¡Olvídalo! —gritó Cabeza de Fuego, pero ella corrió sin hacerle caso hasta una de las caravanas, aparcada muy cerca del lindero del bosque.