30

Nordfjord, verano de 2010

—Por favor, ven lo antes posible —le dijo Susanne, le dio un beso a Mikael y le susurró algo al oído que hizo que se ruborizara. Susanne se despidió mirándole a los ojos y diciendo: «Creo en ti».

Lisa estaba sentada junto a Mikael en un banco de la sala de espera del pequeño aeropuerto de Sandane, a primera hora de la tarde. Unos minutos antes había salido el vuelo de Susanne a Oslo. Mikael estaba haciendo compañía a Lisa hasta que saliera su vuelo a Ålesund, donde tenía conexión directa a Londres. Tenía que ir para tratar con el editor de una gran revista su siguiente encargo.

—¡Ojalá tuviera hermanos! —exclamó Mikael, y hundió la cabeza en las manos—. Seguro que habría uno que se haría cargo de la granja encantado. Esto no es para mí.

Lisa reprimió una risa al recordar la «ayuda» de Mikael en las tareas de las cuadras. Se esforzaba mucho, pero era bastante torpe. Siempre se enredaba con los arreos y los aparejos de los caballos, volcaba sin querer el cubo del agua y el recipiente de estiércol, las balas de heno se le deshacían, olvidaba echar el cerrojo a las puertas de los boxes o apagar la luz. Pero ante todo ponía nerviosos a algunos caballos con sus distracciones y por tanto fomentaba la inquietud en el establo.

—¿Qué voy a hacer? —preguntó Mikael—. ¿Y si al propietario de ese club de jazz realmente le parecen buenos mis cuadros y me quiere contratar?

El propietario del club, un buen amigo de Susanne, hacía tiempo que buscaba un artista que le decorara las salas de su bar de moda con escenas musicales. Como tenía un gusto extraño y exigente, las paredes aún estaban desnudas. Susanne se había llevado algunos cuadros de Mikael para enseñárselos.

—Puedes confiar en el olfato de Susanne —dijo Lisa—. Conoce a la perfección la escena artística y tiene buenos contactos. Si alguien puede sacar a la luz un talento por descubrir es ella.

Mikael sonrió, pero enseguida frunció el entrecejo.

—Pero no puedo dejar en la estacada a mi familia —dijo—. Justo ahora que mi padre está tan mal. Espera que yo, después de todo lo que le he hecho a la familia, dé el callo en casa.

Lisa arrugó la frente.

—Perdona, no quisiera entrometerme demasiado. Pero ¿qué puedes hacer en la situación actual?

Mikael soltó un silbido.

—Nada, es verdad. Creo que se trata más de no quitarme el ojo de encima y controlarme. A veces me trata como si fuera un niño.

Lisa lo miró.

—¡Entonces demuéstrale que no lo eres! Elige tu propio camino, en algún momento lo aceptará. Y aunque no lo haga, es tu vida.

Mikael se irguió.

—Tienes razón. Además, ya estoy echando de menos a Susanne —dijo, y miró con nostalgia la ventana que se encontraba delante de la pista de despegue—. Me gustaría coger el próximo vuelo y seguirla.

Lisa sonrió.

—Bueno, pues ya sabes lo que tienes que hacer.

Mikael miró el reloj.

—Pero ¿dónde se ha metido Nora? Tu vuelo saldrá pronto, y quería despedirse de ti.

Lisa se encogió de hombros: ella también se lo preguntaba.

—Tal vez le ha surgido algo.

Mikael arrugó la frente.

—Por lo menos podría decirlo —dijo, y expresó lo que Lisa estaba pensando. Tuvo que admitir que se sentía bastante decepcionada. Le quería proponer a Nora que fueran juntas a finales de verano a Tromsø a ver al hijo de Mari, Kåre Nybol, si había vuelto de su expedición en el Ártico. Y así averiguar por fin si su madre estaba viva y dónde vivía. Y para preguntarle por ella y por su vida.

¿Y si Nora se había ausentado conscientemente, como hicieron Tekla e Inger desde hacía días? Lisa se mordió el labio inferior. Sintió una punzada de dolor, aunque hasta cierto punto lo entendía. Al fin y al cabo no era agradable estar entre dos frentes, y ellas tenían que entenderse todos los días con Finn y Faste mientras ella volvía a desaparecer de sus vidas.

Delante del edificio de salidas estaba preparado el pequeño coche de pasajeros de la compañía aérea regional Widerøe para embarcar. Lisa se levantó.

—Estaremos en contacto —dijo, y abrazó a Mikael, que le correspondió con energía.

—Que te vaya bien, Lisa. Y gracias, por todo.

Lisa abrió la puerta que daba a la pista de despegue.

—Lisa, espera —dijo una voz de mujer. Lisa se dio la vuelta. Nora se acercaba corriendo sin aliento a ella—. Gracias a Dios que aún estás aquí —farfulló—. Quería traer a Inger y Tekla, pero como no han conseguido que los dos cabezones cedan y se disculpen contigo, no se han atrevido. Sienten muchísimo todo lo ocurrido.

La puerta que daba al aparcamiento se abrió de nuevo y apareció Amund. Lisa abrió los ojos de par en par. Jamás habría pensado volver a verlo en la vida. ¿Qué pretendía? La expresión de su rostro era impenetrable. Tras un escueto «hola», sacó unas hojas de la bolsa.

—Tu plan empresarial es muy bueno —dijo—. Solo hay un punto que no entiendo. —Lisa puso cara de sorpresa.

—Tekla e Inger se lo han enseñado a Amund —se apresuró a aclarar Nora—. Todavía hay esperanzas de poder pagar a tiempo la deuda de Mikael. Pero tal vez tendríamos que convencer al banco con un buen concepto de financiación para que nos den un crédito.

Amund se acercó un paso a Lisa.

—Y por eso nos gustaría saber a qué te refieres con eso —dijo él, le alcanzó la hoja a Lisa y le señaló el subpunto «otras fuentes de ingresos». Lisa había apuntado debajo: «¿Amund?».

Lisa sacudió la cabeza.

—Olvidadlo, solo era una idea descabellada. —Nora y Mikael quisieron protestar, pero Lisa les interrumpió—: No, de verdad, se ha terminado.

Amund se inclinó hacia ella y le preguntó en voz baja:

—¿Esto tiene algo que ver con nuestra última conversación?

Lisa se quedó callada, tenerlo tan cerca la desconcertaba.

—Eh, no… bueno, en cierto modo sí —balbuceó.

Nora y Mikael miraron confusos a Amund y Lisa.

—Una pequeña divergencia de opiniones —explicó Amund.

Lisa lo miró estupefacta. Eso sí que era restarle importancia. Él contestó a su mirada con un ruego en silencio.

—Luego —dijo en voz alta. Lisa asintió.

—Muy bien —dijo—. Aun a riesgo de volver a meterme en un lío. Quería preguntarle a Amund si se imaginaba entrenando y cuidando caballos de doma y a sus jinetes en la granja. Podríamos acondicionar el viejo establo para los caballos de los huéspedes, y si construyéramos un picadero que se pudiera calentar podríamos ofrecer esos servicios durante todo el año —explicó, y comprobó que sin querer había hablado de «nosotros».

Amund continuaba impertérrito. Por lo menos no se había puesto hecho una furia como esperaba Lisa, pues su propuesta le obligaba a enfrentarse al capítulo más doloroso de su vida. Nora y Mikael miraron a Lisa sin entender nada.

—¿De dónde sacas que Amund…? —empezó Nora.

—Porque antes entrenaba a caballos de competición y sus jinetes en una caballeriza inglesa —dijo Amund.

—¿Va usted a embarcar o no? —preguntó un empleado del aeropuerto. Lisa asintió automáticamente.

Nora la miró apenada.

—¿No puedes aplazar el vuelo? Ahora te necesitamos. —Lisa agachó la mirada indecisa—. ¡Por favor, Lisa, solo un día!

Lisa miró a Amund. Parecía en tensión, como si esperara su respuesta conteniendo el aliento. «Tiene miedo a que diga que no», dijo Lisa, y sintió que la invadía una sensación cálida de alegría.

—Me quedo —le dijo al empleado.

Mikael se puso a aplaudir.

—Voy a buscar tu maleta —dijo, y salió corriendo hacia el avión.

Nora sonrió aliviada. Lisa miró a Amund, que le correspondió con una sonrisa que sirvió para romper el hielo que se había apoderado de su corazón desde que discutieron.

—Id vosotros delante —dijo Mikael—. Yo tengo que arreglar una cosa aquí enseguida.

Lisa le lanzó una mirada inquisitoria a la que él respondió asintiendo con la cabeza. Le hizo un gesto positivo con el pulgar y siguió a Nora y Amund a su todoterreno, que se encontraba en el aparcamiento de la terminal.

—¿Qué te parece la idea de Lisa, Amund? —preguntó Nora, que estaba sentada con Lisa en la parte trasera del coche. Torolf se había reservado el asiento del copiloto, y saludó a Lisa con ladridos de alegría pese a no querer ceder su lugar habitual. A Lisa le pareció muy bien, pues habría sido muy desagradable pasar todo el trayecto sentada al lado de Amund, bajo la atenta mirada de Nora y sin poder hablar con él.

—Es una idea muy buena. Se puede ganar mucho dinero con eso —dijo Amund, escueto.

Lisa se inclinó hacia delante.

—Por supuesto, no entraba en mis planes que pusieras dinero en la granja sin una contrapartida. Te habría ofrecido parte de mi mitad de la caballeriza, pero ahora eso se ha terminado —dijo, y se recostó de nuevo en el asiento. Amund le lanzó una breve mirada.

Nora le dio un apretón en el brazo.

—Realmente has pensado en todo —dijo.

—No en todo —intervino Amund—. Lisa ha sido tan amable de no mencionar un detalle nada desdeñable. No dejé mi carrera de entrenador por voluntad propia. Estuve envuelto en un escándalo que perjudicó mi buena fama. No tengo ni idea de si hoy en día tendría oportunidad de volver al negocio.

Nora apretó los labios y miró a Lisa, incómoda.

—Yo no puedo valorar eso —dijo Lisa—. Pero a juzgar por las noticias sobre Cynthia Davies… —Se volvió hacia Nora y le explicó—: Era la amazona que metió a Amund en todo el embrollo. La señorita se sirve sin rodeos de métodos dudosos. Me sorprendería que alguien creyera en serio en la actualidad que tú traicionaste tus principios en aquella ocasión —le dijo a Amund.

Él gruñó:

—Puede ser. —Y cambió de tema—. ¿Puedo preguntar de dónde has conseguido tanto dinero de golpe para poder hacerte cargo de la deuda de Mikael?

Antes de que Lisa pudiera contestar, Nora dijo:

—¿Es que no lees la prensa? El atraco a un banco en Molde ha ido a parar a la cuenta de Lisa.

Amund hizo un amago de sonreír, y se le relajaron los rasgos de la cara.

Lisa sonrió a Nora agradecida y dijo:

—En un principio quería pedir un crédito privado a mi tío y mi primo y ofrecerles como garantía mi piso de Fráncfort. Pero ellos me hicieron una propuesta mejor: por lo visto hacía tiempo que se planteaban adquirir una vivienda en Fráncfort que pudieran alquilar a empresarios, asistentes a ferias y otras personas que buscaran un alojamiento durante unas semanas o meses. Mi piso es perfecto para eso, así que quisieron comprármelo.

—¿Ya estamos otra vez con esas bobadas? —le soltó Faste a su hijo. Toda la familia y Amund estaban reunidos delante de la casa, bajo el manzano. Finn y Faste habían accedido a regañadientes a sentarse en la misma mesa que Lisa. Tekla e Inger habían dejado claro que estaban hartas de sus recelos hacia Lisa. Estaban muy felices de que Lisa siguiera dirigiéndoles la palabra y estuviera dispuesta a reflexionar con ellos sobre la salvación de la granja.

Mikael había iniciado el consejo familiar con el anuncio de que se iba a Fráncfort para empezar allí una nueva vida de artista. Había reservado el vuelo en Sandane.

—Aquí no me necesitáis —replicó a su padre—. De todos modos para ti soy un fracasado. Siento lo ocurrido, pero ahora tengo que mirar hacia delante y planificar mi futuro. Y ahora mismo no está en la granja —continuó—. Gracias a Lisa he reunido el valor para por fin seguir mi idea de la vida. Y si no la hubieras ofendido de esa manera, podría irme tranquilo. Porque entonces nos quitaríamos la subasta de encima, y yo sabría que mi mitad de la granja está en buenas manos.

A Faste le faltaba el aire.

—Tendría que haber imaginado que ella estaba detrás de todo esto —exclamó con sorna—. Probablemente solo ha traído a su amiga de Fráncfort para que te hiciera perder la cabeza y quitarte de en medio. Padre tiene razón. Realmente no se detiene ante nada para conseguir su objetivo.

—No, no tengo razón —dijo Finn en voz baja.

Faste se quedó mirando atónito a su padre. Los demás también se preguntaban si habían oído bien. Finn hizo caso omiso de las miradas de irritación y se dirigió a Lisa.

—Eres una verdadera Karlssen —afirmó—. Mucho más de lo que lo fui yo en el pasado. O mi nieto. Para nosotros la herencia familiar es una carga que nos impide cumplir nuestros sueños. —Se volvió hacia Mikael—. Ve a Fráncfort y prueba suerte.

Faste se levantó de un salto. Finn lo agarró del brazo y le obligó a volver a sentarse.

—Y tú haz el favor de disculparte con Lisa. Si tenemos mucha suerte nos dará una oportunidad y se quedará.

Finn se levantó y le hizo un gesto con la cabeza a Lisa.

—Consúltalo con la almohada —dijo, y se fue a casa apoyado en su bastón.

Faste miró a Lisa avergonzado, murmuró algo incomprensible y siguió a su padre. Tekla e Inger los miraron, sacudiendo la cabeza.

—¿Estoy soñando o lo hemos vivido de verdad? —dijo Tekla, y su cuñada Inger dijo al mismo tiempo:

—¿Alguien me puede pellizcar?

Nora soltó una carcajada y miró a Lisa.

—¿Y? ¿Nos das otra oportunidad? ¿Te quedas? —preguntó.

Lisa estaba aturdida. A ella también le costaba creer que precisamente el viejo Finn la hubiera reincorporado a la familia. Recordó un verso de la poetisa de Heidelberg Hilde Domin que a su madre le encantaba: «No te canses, tiende la mano al milagro con suavidad, como a un pájaro». Lisa miró a Nora y asintió.

Nora le dio un abrazo espontáneo a Lisa y se fue corriendo a casa a buscar una botella de champán. Sonó un teléfono móvil. Amund se levantó, murmuró una disculpa, se alejó unos pasos de la mesa y se puso a hablar. En inglés. Lisa aguzó el oído sin querer, pero no entendía nada.

Nora volvió con el champán y las copas y las sirvió.

—¿Dónde está Amund? ¿No quiere brindar con nosotros? —preguntó.

Lisa miró alrededor. Amund había desaparecido, supuestamente en su vivienda, pues tras una de las ventanas había luz.

—No es un chico muy sociable —dijo Mikael.

Tekla puso cara de sorpresa.

—Bueno, podría haber dado las buenas noches.

Lisa se encogió de hombros.

—Tal vez no quería que volviéramos a hablar del tema de los entrenamientos. No me pareció que le entusiasmara demasiado la idea. ¿Tú qué opinas, Nora?

Nora la miró pensativa.

—Es verdad, a mí también me lo pareció. Es una lástima, porque la idea es genial —contestó, y le explicó a Tekla, Inger y Mikael en pocas palabras de qué habían estado hablando de vuelta del aeropuerto.

—¿No echas de menos Fráncfort o tus viajes más largos? —preguntó Inger.

Lisa sacudió la cabeza sin pensar.

—No, ni un segundo. —Se detuvo—. Es raro, jamás habría pensado que algún día me sentiría así. Pero realmente es así. Aquí me siento muy bien. Y si en algún momento siento nostalgia de viajar, puedo ir al extranjero a seguir haciendo fotorreportajes.

Inger sonrió.

—Parece una coincidencia del destino: has encontrado aquí un nuevo hogar, y con suerte Mikael tendrá en Fráncfort la oportunidad de llevar la vida que desea.

Un brillo travieso apareció en los ojos de Nora.

—Aunque seguro que a Faste le costará aceptarlo, Mikael jamás habría sido un buen criador de caballos. —Nora sonrió a Lisa—. En todo caso esta coincidencia del destino me parece fantástica.

Lisa se recostó en la silla y miró la copa del manzano. El cielo seguía claro, aunque ya habían pasado las once de la noche. Una brisa suave mecía las ramas en las que maduraban numerosos frutos. Si no había tormentas, aquel otoño la cosecha sería muy abundante. Y ella estaría presente, algo que la llenaba de profunda satisfacción.

Al día siguiente por la mañana Lisa se alegró de que volviera a amanecer tan temprano. Los acontecimients del día anterior no le habían dejado pegar ojo, tenía demasiadas cosas en la cabeza. Decidió levantarse: lo que necesitaba eran unas horas de trabajo en el establo. Además, estaba ansiosa por volver a ver a Erle y los demás caballos. Los había echado de menos durante los últimos días. Lisa salió de la cama con cuidado y pisó sin querer un tablón de madera que crujía. Era imposible moverse en aquellas viejas estancias sin hacer ruido.

La noche anterior Lisa, como antes había hecho Nora, se había instalado en una de las cinco buhardillas en total que había en la casa. Las cabañas de madera estaban alquiladas a huéspedes. En la primera planta estaban ocupadas las tres habitaciones, así que no tenía otro remedio.

—Antes eran los dormitorios de los niños —explicó Tekla. Y añadió, guiñándoles el ojo—: Ahora Nora y tú sois las más jóvenes. Nora tiene la habitación donde siempre dormía cuando venía de vacaciones. Si quieres puedes instalarte en la habitación contigua.

Lisa se sintió a gusto desde un principio en la pequeña habitación con el suelo de madera. Parecía cálida y agradable. En un rincón, enfrente de la cama, había un armario pintado de colores. Una butaca cómoda junto a la ventana que daba al patio invitaba a la lectura. Mientras se ponía la ropa de trabajo, Lisa se preguntó en qué habitación vivió su abuela Mari. Nora dormía en la antigua habitación infantil de Tekla, que antes pertenecía a su padre Finn, Mikael en la habitación de su tío abuelo Ole. Pero solo el viejo Finn sabía en cuál de las otras tres habitaciones había vivido Mari. ¿Estaría dispuesto ahora a hablar de su hermana gemela?

Cuando Lisa salió hacia las siete del gran establo al aire libre para recoger heno de los pastos y cepillar a los caballos que, según lo previsto en el plan semanal que estaba colgado en una pared del pasillo del establo, habían reservado para la excursión del día de algunos huéspedes, oyó que alguien gritaba su nombre en el establo. Se dio la vuelta y reconoció a Amund en la penumbra.

—¡Aquí estás! —dijo—. Te he buscado por todas partes.

Lisa lo miró intrigada.

—¿Qué ocurre?

Amund le abrió la puerta.

—Bueno, ya que te has ocupado tan bien del trabajo que había aquí, tenemos tiempo para una pequeña excursión. Hace tiempo que quiero enseñarte algo.

Sin esperar respuesta, Amund salió del establo. Lisa lo siguió tras vacilar un momento. En el patio estaban Erle y Baldur, ensillados y embridados. Lisa se debatía de nuevo entre el enfado y la diversión con las maneras de Amund, que daba por hecho que ella iba a adaptarse a sus planes. Hacía sus preparativos sin preguntar si ella tenía ganas y tiempo.

—¿Adónde vamos? —preguntó ella, y enseguida supo que podría haberse ahorrado la pregunta.

—Déjate sorprender —contestó Amund.

«¿Por qué estoy haciendo esto? —se preguntó Lisa cuando poco después salió de la granja al trote con Erle siguiendo a Baldur—. Bueno, qué más da, nunca ha servido de nada romperse la cabeza con Amund», pensó.

Miró alrededor. Ya habían pasado el huerto y ahora cruzaban un gran prado. Multitud de saltamontes daban brincos delante de los cascos de los caballos, y una alondra elevó su canto gorjeando en el cielo azul despejado. Amund se dirigió al borde del bosque y allí tomó un angosto sendero. Al cabo de diez minutos se detuvo. Lisa se dio la vuelta: ya no se veía la granja de los Karlssen.

Amund bajó y ató las riendas de Baldur a un árbol. Lisa vio un pequeño refugio que había sido reformado hacía poco tiempo, pues entre los viejos tablones de madera oscuros brillaban tablas claras con tornillos relucientes. Unos metros más allá Lisa vio unas cajas caídas con colores desconchados. Se bajó del caballo y ató a Erle.

—¿Eso habían sido panales? —preguntó, al tiempo que hacía un gesto con la cabeza hacia las cajas.

Amund asintió.

—Sí, pero hace mucho que no se utilizan.

Lisa se quedó quieta, indecisa. ¿Por qué la había llevado Amund allí?

—Vamos, mira lo que he descubierto —le dijo, y le señaló el refugio.

Lisa se acercó a él y miró un banco, que también había sido reformado con nuevas tablas de madera. El respaldo estaba adornado con una vieja talla. Lisa se inclinó y adivinó una cabeza de caballo con un remolino en la frente. Al lado había grabadas las letras J y M. Lisa se incoporó y se volvió hacia Amund.

—Esa podría ser Erle cuando era un potro —dijo—. El remolino está muy conseguido.

Amund sacudió la cabeza, se echó a reír y apareció el hoyuelo en la mejilla izquierda. Hacía tiempo que Lisa no lo veía.

—No, esto es mucho más antiguo —dijo Amund—. Estoy bastante seguro de que es un retrato de Virvelvind, un semental de la granja de los Karlssen que nació en 1940. En los libros de cría se menciona el remolino en la frente como una característica especial. Erle es su descendiente.

Lisa arrugó la frente.

¿Virvelvind? Pero las letras no encajan.

Amund asintió.

—Corresponden a otros nombres, que significan mucho para ti, si no voy desencaminado.

Lisa abrió los ojos de par en par.

—¿M de Mari? —preguntó, entusiasmada. Amund asintió—. ¿Y la J? ¿A qué nombre corresponde? Nunca he conseguido averiguar cómo se llamaba mi abuelo. —Sintió que le temblaban las rodillas y se sentó en el banco.

Amund se sentó a su lado.

—Se llamaba Joachim —dijo—. Lo decía el viejo Finn cuando despotricaba de su hermana.

Lisa acarició las letras grabadas. No podía creer que tuviera ante sus ojos una prueba visible del amor de sus abuelos.

—Hace setenta años de eso —dijo ella en voz baja. Lisa sintió un nudo en la garganta y que le asomaban las lágrimas.

Amund se levantó y se alejó unos pasos. Era tan sensible que parecía notar lo sobrecogida que se sentía ella en ese momento, y su delicadeza no conseguía más que emocionarla más. Se secó las lágrimas, se limpió la nariz y se acercó a él.

—Gracias —le dijo.

Amund se volvió hacia ella y la miró a los ojos.

—Nunca nadie me había hecho semejante regalo —susurró. No hacía falta explicar que se refería a mucho más que a la cariñosa restauración del refugio y el banco, que le había llegado al alma. Igual que estaba segura de que su corazón pertenecía a Amund. Asombrada se preguntó por qué no cesaba de negar esa evidencia, si es que se podía negar.

—Si quieres estar un rato sola… —empezó Amund, con la voz quebrada.

Lisa sacudió la cabeza y le dio un beso en la boca. Él se resistió, Lisa se estremeció, retiró la cabeza y en ese mismo momento sintió que la abrazaban con fuerza. Amund buscó su boca con los ojos cerrados, con un beso prudente, inseguro pero al mismo tiempo intenso y de una ternura llena de deseo con la que Lisa enloquecía. Nunca la habían besado de esa manera.

—Eres la persona más desconcertante que he conocido jamás —dijo Amund.

Estaban sentados en el banco, cogidos de la mano y mirándose a los ojos.

Lisa sonrió.

—Es curioso, porque iba a decir algo parecido.

Hizo aparición el hoyuelo de Amund.

—¿De verdad? ¿Yo te he confundido? Me parece todo un halago.

Lisa retiró una mano y le dio un golpe juguetón.

—Eso ha sido un golpe bajo. —Se quedó quieta y frunció el entrecejo.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó Amund.

Lisa hizo un gesto de impaciencia.

—Bueno, ayer por la noche, por ejemplo. Que desaparecieras sin decir nada después de recibir la llamada. No sabía qué pensar —dijo Lisa en voz baja.

—¿Y qué pensaste? —preguntó Amund.

Lisa se pasó una mano por el pelo.

—Seguramente solo son tonterías. Pero como hablabas en inglés y ayer apenas reaccionaste a la propuesta de trabajar aquí de entrenador de caballos de competición, pensaba si… —Lisa se detuvo.

Amund puso cara de incredulidad.

—¿Pensabas…? —soltó.

Lisa tragó saliva.

—Si tenías otros planes y a lo mejor… eh…

Amund reprimió una sonrisa.

—¿A lo mejor qué?

Lisa cerró los ojos un momento.

—Querías irte de la granja y reanudar tu carrera en Inglaterra —dijo. Comprobó enfadada que volvía a tener los ojos llorosos.

Amund le acarició la cara con ambas manos y le dio un largo beso.

—Y eso te puso triste —afirmó, más que preguntar. Lisa asintió. Amund esbozó una gran sonrisa—. ¡Ni te imaginas lo feliz que me hace eso!

Lisa puso cara de pocos amigos.

—¿Qué significa eso? ¡De verdad que no hay quien te entienda!

—Pero ¿por qué? —preguntó Amund.

—Bueno, escucha —soltó Lisa—. Te haría feliz que me quedara aquí sola echándote de menos mientras tú estás en Inglaterra…

Se calló al ver la sonrisa burlona de Amund.

—¿Quién ha dicho que me vaya a ir? —preguntó.

Lisa se encogió de hombros, impotente, y se dio golpecitos en la frente.

—Como ya te he dicho, aquí dentro solo hay tonterías.

Amund sacudió la cabeza.

—No ibas tan desencaminada. Realmente lo estuve pensando, y no hay otro culpable que tú. Si no hubieras hurgado en mi pasado… —dijo con una sonrisa, y continuó más serio—: Durante los días que pasé en Vågsøy estuve reflexionando mucho. Comprendí que era el momento de entrar de nuevo en la vida de Caroline como padre. Incluso me planteé mudarme de nuevo a Inglaterra para estar cerca de ella.

Sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta.

—Gracias a ti ya no será difícil estar en contacto con ella.

Lisa reconoció el sobre que le había dado a Mikael para Amund cuando tuvo que irse de la granja. Le había apuntado en una hoja la dirección del internado inglés de Caroline y había escrito: «Haz algo, o deja las cosas como están».

—Antes de ponerme en contacto con Caroline, quería limpiar mi nombre. Por eso escribí al propietario inglés de la caballeriza y le expliqué por qué en ese momento me fui sin más, sin defenderme de las acusaciones. Ayer me llamó y me ofreció mi antiguo puesto.

Lisa contuvo la respiración y miró a los ojos de Amund. No tuvo que preguntar qué le contestó a su antiguo jefe.

—¿Entonces te quedas? —preguntó en voz baja.

Amund asintió y le cogió de la mano.

—Anoche de pronto lo vi todo tan claro… —contestó—. Todas mis dudas se desvanecieron. Ni siquiera entendía por qué las había tenido.

El sonido del móvil de Lisa hizo que la pareja saliera de su embelesamiento. Lisa miró de reojo la pantalla.

—Es Nora —dijo—. ¿Qué querrá?

Amund se echó a reír.

—Seguramente está preocupada porque hayas desaparecido sin dejar rastro —le dijo—. Ya son las nueve.

Lisa miró el reloj, sorprendida. No se había dado cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo. Cogió el teléfono y le dijo a Nora que estaba bien.

—Ponte de una vez —dijo Lisa a media voz cuando por enésima vez le saltó el contestador de Marco. Hacía días que intentaba en vano encontrarle por teléfono en casa o en el teléfono móvil. Tampoco contestaba a sus mensajes de texto y correos electrónicos en los que le pedía que se pusiera en contacto con ella urgentemente. Lisa estaba furiosa. ¿Qué pretendía con eso? Sabía que no podía desaparecer para siempre, y tenía que conocerla bien para saber que con esos jueguecitos jamás conseguiría hacer que cambiara de opinión y entrara en su agencia. Se guardó el teléfono en el bolsillo con un bufido furioso y salió de su buhardilla. Seguro que Nora ya la estaba esperando en el coche, les esperaba la compra de la semana.

Después de acabar con todos los productos de la larga lista de la compra, se sentaron en una cafetería del centro comercial a la que Nora había llevado a Lisa sin vacilar. En la granja ahora había mucho trabajo, así que apenas tenían un minuto de tranquilidad para hablar con calma. Nora ya le había dejado entrever en el viaje al pueblo que solo podía imaginar un motivo para la sonrisa de felicidad de Lisa que lucía permanentemente en el rostro desde la mañana anterior, y ahora quería saber de una vez si estaba en lo cierto al pensar que Amund era el culpable.

—No me lo puedo creer —dijo Nora, y escudriñó a Lisa con la mirada.

Lisa se sentía como si hubiera vuelto a la adolescencia. Nora la observaba con la misma mirada que su madre cuando estaba convencida de que a Lisa le pasaba algo. Por lo general la hacía sentir muy incómoda y a menudo culpable. Sin embargo, ahora le parecía divertido, aunque comprendía la irritación de Nora. Ella tampoco podía creerlo.

—¡Tú y Amund, jamás lo habría pensado! —exclamó Nora. Le lanzó una mirada suspicaz—: Aunque, si no recuerdo mal, en algunos momentos me había preguntado si había algo entre vosotros. Por otro lado, cada vez os peleabais más.

Lisa sonrió a Nora.

—Créeme, ayer por la mañana no habría dado ni una corona a que Amund sintiera algo por mí.

A Nora se le relajó el semblante.

—Perdona, parece que tenga algo en contra de que os hayáis encontrado, y no es así en absoluto. Simplemente me sorprende.

Lisa asintió.

—No te preocupes, no te he malinterpretado.

—¿Y qué va a ocurrir con su hija? —preguntó Nora.

—Va a actuar con prudencia —contestó Lisa—. Su madre se comportó conmigo como si Amund la hubiera abandonado. Seguramente también le habrá contado eso a Caroline. También puede ser que la niña odie a su padre por haberla abandonado sin ponerse en contacto con ella. Esa Cynthia devolvió sus cartas sin abrir.

—¡Será bruja! —exclamó Nora.

—Opino lo mismo —admitió Lisa—. Y precisamente por eso Amund debe ir con mucho cuidado. No quiere arriesgarse a que Cynthia se entrometa de nuevo entre él y Caroline. Tras la conversación con el dueño de la caballeriza inglesa, que le aseguró que su prestigio no se había visto perjudicado, escribió a Caroline. Si ella quiere verlo, irá a Inglaterra. Y entonces ya se verá cuál es la mejor manera de proceder.

Cuando Nora y Lisa subieron las cajas y bolsas a la casa, se encontraron a Amund en el pasillo. Pasó por su lado sin decir palabra y lanzó a Lisa una mirada que la hizo estremecerse, fría y llena de desprecio. Antes de que Lisa pudiera decir nada, se había ido de la casa. Nora se volvió hacia ella.

—¿Qué ha sido eso?

Lisa se encogió de hombros. Tekla apareció en la puerta del salón y le hizo un gesto a Lisa para que se acercara. Ella también parecía molesta. Lisa dejó las bolsas de la compra y se dirigió hacia Tekla.

—Tienes visita —dijo ella—. Ha venido tu prometido.

Lisa la miró desconcertada. Tekla le dio un empujoncito hacia el salón: lo primero que vio Lisa fue un enorme ramo de rosas rojas que había sobre la mesa. Al lado estaba sentado Marco, que se levantó de un salto con una sonrisa de alegría.

—¡Cara, por fin! —exclamó, y se acercó a ella—. ¡Te he echado tanto de menos! —La abrazó con fuerza.