Nordfjord, verano de 2010
La mañana después del regreso de Faste e Inger, Lisa se despertó pronto. Volvía a compartir una cabaña con Nora. De todos modos en unos días tendrían que trasladarse a la casa porque se esperaban más huéspedes y todas las cabañas, incluida la suya, estaban ocupadas. Un viento fuerte casi les arrebataba los postigos de las manos cuando los abrió. Se llenó los pulmones con los ojos cerrados del aire fresco y disfrutó del olor entre salado y ácido. Sintió una película de finas gotitas en la cara. Abrió los ojos de nuevo y los dejó vagar por aquella vista ya conocida. Los prados habían dejado atrás la primera siega y el heno estaban secándose. La superficie del agua del fiordo cobraba vida con el juego de sombras de las nubes que corrían rápido, brillaba al sol para al cabo de un segundo lucir oscuro.
—¿Puedo molestar un momento? —preguntó Lisa después de llamar en el marco de la puerta abierta de la vivienda de Amund.
Estaba de espaldas a ella delante de una estantería donde estaba ordenando prendas de ropa recién lavadas y no la había oído llamar. Se dio la vuelta. Lisa vio que le brillaban los ojos.
—¡Lisa! ¡Pasa! —contestó él, y la invitó a pasar con un gesto—. Quería hablar un momento contigo a solas antes de encontrarnos después para desayunar.
Lisa entró en la habitación, que estaba muy distinta que en su última visita. Entonces le pareció muy austera, reinaba el caos de trastos, botellas vacías, libros y otras cosas que estaban tiradas por el suelo. Amund la había arreglado. Una nueva estantería albergaba libros y CD de música, y de las paredes colgaban algunas fotografías. Eran los retratos de caballos que Lisa había hecho para la página web de la granja. Después de la reacción comedida de Amund a su presentación de las fotos, Lisa no esperaba que se las hubiera impreso en gran formato, las hubiera montado en cartón grueso y las hubiera colgado.
Amund se puso al lado de Lisa y contempló las fotos.
—Has captado a la perfección sus personalidades y peculiaridades —dijo—. Me encantaron desde la primera vez que vi las fotos.
Lisa se volvió hacia él.
—Yo pensaba que no te gustaban porque prácticamente no dijiste nada.
Amund se encogió de hombros.
—A decir verdad me quedé muy sorprendido. Jamás pensé que alguien que normalmente hace fotografías de edificios pudiera tener una mirada tan sensible para los seres vivos. —Se aclaró la garganta—. Pero seguro que no has venido para ver fotos…
—¿De qué querías hablar conmigo? —preguntó Lisa.
Amund sacudió la cabeza y respondió con una sonrisa seductora:
—Las señoritas primero.
Señaló el sofá y se sentó en una esquina. Lisa tomó asiento en el otro y empezó a tocarse los rizos de los nervios. ¿Debía contarle a Amund lo que había averiguado? Una voz en su interior no paraba de alertarle de que sería aventurarse demasiado. «Vamos, no te andes con tonterías», se dijo, y dejó las dudas a un lado.
—Sé que no es asunto mío, pero me preocupó mucho lo mal que se portó esa Cynthia. Y que aleje a su hija de su padre, así, sin más.
Amund pasó de la despreocupación a estar alerta.
Lisa tragó saliva.
—En pocas palabras: llamé a Cynthia desde Fráncfort y le dije que quería hacer un reportaje internacional sobre deportistas de élite que fueran madres solteras. Por lo visto Cynthia se sintió muy halagada de que le consultara sobre el tema, porque me dio mucha información. Según su versión, ella es la abandonada que tuvo que arreglárselas sola con la niña de la noche a la mañana. Se esforzaba mucho por ser una buena madre, porque lo que más le importaba era el bien de su hija. Por eso había enviado a la pequeña a un internado de élite inglés. Yo creo que quería quitársela de en medio y por eso la apartó. Pero como Caroline ahora está en Inglaterra, para ti sería mucho más fácil ponerte en contacto con ella…
Lisa se calló al ver la mirada sombría que le lanzaba Amund. Había ocurrido lo que se temía: había vuelto a levantar un muro.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Amund, cortante—. ¿Tan vacía y aburrida es tu vida que tienes que estar siempre metiéndote en la de los demás? ¿Lo necesitas para reafirmarte? ¿No te interesa en absoluto cómo haga sentir eso a los demás, lo que se siente cuando se abren viejas heridas intencionadamente?
Lisa no salía de su asombro.
—Pero yo solo quería…
Amund esbozó una sonrisa socarrona.
—¿Lo mejor para mí? No, se trata más bien de lo mejor para ti. Debe de ser fantástico ayudar a los demás, aunque no te lo pidan.
Lisa se levantó.
—Está bien saber lo que piensas realmente de mí —dijo, con la esperanza de que no se le quebrara la voz. Estaba temblando. Las palabras de Amund le habían afectado mucho. ¡Cómo podía haber pensado que sentía algo por ella!—. Ya veo que ha sido un error inmiscuirme en tu ruinosa vida. A fin de cuentas estás en tu derecho de pasarte toda la vida compadeciéndote de ti mismo —dijo Lisa con vehemencia—. Pero ¿has pensado en tu hija? ¿De verdad lo mejor para ella es crecer sin su padre?
Amund se levantó de un salto y la miró furioso.
—No te preocupes —dijo ella, y levantó las dos manos—. Lo he entendido. Es un tema tabú. Y no pienso volver a quemarme los dedos con eso.
Dio media vuelta con brusquedad y salió dando zancadas.
—¿Dónde está Amund? —preguntó Nora—. Hoy ni siquiera lo he visto.
Estaba con Tekla y Lisa en el huerto, recogiendo lechugas y fresas.
—Esta mañana se ha tomado unos días libres —contestó Tekla—. Por lo visto ha decidido de repente pasar el solsticio de verano con sus parientes de Vågsøy. Hace mucho tiempo que no va.
Nora asintió.
—Entiendo. Me ha sorprendido porque su perro también ha desaparecido.
Lisa se inclinó sobre los manojos de rabanitos con la esperanza de que las otras dos mujeres no notaran que se sonrojaba al recordar la discusión de la mañana con Amund. Estaba segura de que su pelea era el motivo de esa escapada espontánea. No quería verla.
El día estuvo marcado por la fiesta del solsticio de verano del día siguiente y los preparativos necesarios. Mientras Tekla e Inger preparaban un copioso bufet frío, Mikael y su padre montaban una enorme hoguera en un prado más abajo de la granja en la orilla del fiordo y colocaban varias mesas y bancos porque esperaban a algunos amigos que querían celebrarlo con la familia. Nora y Lisa ayudaban en lo que fuera necesario: tendían cuerdas entre los árboles frutales en el prado y colgaban lámparas de ellas, cortaban en daditos verduras y patatas e iban al centro a comprar pan, carne para la barbacoa y bebidas.
Cuando finalmente Lisa quiso cargar las cajas de cervezas en el maletero, Tekla sacudió la cabeza al ver las provisiones delante de la casa.
—No, por favor, llévalo al prado. Siempre lo enfriamos en el agua, es muy práctico. Además, no nos queda sitio en la nevera. —Sonrió melancólica—. Antes mi abuelo Enar hacía la cerveza para esta fiesta. Al aroma de ginebra. Mi padre siempre odió hacer cerveza, por eso la tradición se perdió al morir mi abuelo.
Lisa pensó en su abuela sin querer. ¿Cómo celebraban esa fiesta en aquella época?
Lisa estaba a punto de subir al coche cuando le sonó el móvil. Miró la pantalla y sonrió: ¡por fin! Llevaba todo el día esperando esa llamada. Se sentó bajo el manzano delante de la casa y habló un rato con su tío Robert. Luego marcó el número de Walter Schneider, el abogado de su familia en Heidelberg. Sus tíos habían consultado con él el valor de compra actual del piso de Fráncfort y aclarar las modalidades de pago.
—Es una buena oferta —dijo Lisa cuando el abogado le dijo el importe—. ¿Y cuánto tardaría en tener disponible el dinero? —preguntó, y averiguó muy contenta que recibiría el dinero en unos días. Después de comentar algunos detalles más, Lisa dijo—: Sí, tiene razón, es una ocasión única. Yo también creo que el valor comercial seguirá aumentando. Muchas gracias por haberlo dispuesto todo tan rápido y de forma tan fácil, es lo que me convenía.
Con un suspiro de alivio dejó el teléfono y se levantó. Entonces posó su mirada en la casa. En una ventana abierta de la primera planta vio por un instante una cabeza que enseguida se retiró.
El ruido del motor de un coche que se acercaba hizo que Lisa se diera la vuelta. Era Faste que volvía de una cita en el pueblo. Bajó del coche y se dirigió a la casa sin advertir la presencia de Lisa. Tenía una expresión aún más triste que el día anterior, con los hombros caídos y el paso lento. Lisa pensó que ese era el aspecto que tenía un hombre destrozado. ¿Qué le había afectado de esa manera?
Lisa obtuvo la respuesta a esa pregunta por la tarde. Caminaba presurosa por el sendero que llevaba de las cabañas a la granja. El viento fuerte que había soplado durante el día se había convertido en una brisa templada. Cuando pasó por el establo se detuvo sin querer en el borde del patio interior y se sumergió en la imagen que veía ante ella y que hizo que se le encogiera el corazón: una gran familia reunida en torno a una mesa bien dispuesta para cenar junta. Quedaba un sitio libre, para ella. Porque ella formaba parte de esa familia.
—Disculpad el retraso —se excusó Lisa al llegar a la mesa bajo el viejo manzano—. Los niños de la familia de la cabaña no querían separarse del potro de Erle y me han… —Lisa se calló. ¿Por qué estaban todos tan serios? Se sentó y preguntó—: ¿Qué ha pasado?
Tekla rompió el silencio.
—Faste ha estado hoy en el banco —le informó—. Quería contratar un crédito para pagar las deudas de Mikael, pero no se lo han concedido.
Lisa miró a Faste. Era lógico que estuviera tan desesperado.
—Y eso a pesar de haber sido buenos clientes durante décadas y haber devuelto puntualmente todos los créditos —se quejó Inger.
Tekla suspiró.
—Parece que nuestra granja saldrá a subasta.
Lisa carraspeó.
—No, eso no ocurrirá. Antes de irme no dije nada porque no quería daros esperanzas que tal vez no se cumplieran, pero ahora tenéis que saberlo: pronto tendré dinero suficiente para comprarle a Mikael su parte de la granja. Así podrá pagar su préstamo a tiempo, y no habrá subasta —anunció—. Además, he estado pensando en cómo mejorar la situación económica de la granja a largo plazo. —Lisa sacó un mapa del bolso y dejó unas hojas sobre la mesa—. Este es un plan empresarial provisional. Este verano hemos tenido más solicitudes de huéspedes de las que podíamos cubrir, así que deberíamos construir más cabañas. También podríamos doblar, qué digo, triplicar, la oferta de excursiones a caballo y clases de equitación para niños. Para eso tendríamos que comprar más sillas, bridas y esas cosas. Tampoco estaría mal tener una zona cubierta para montar. Tengo una idea para conseguir el dinero para esas inversiones y…
Su mirada se posó en Faste, que la miraba furioso con el entrecejo fruncido. Inger tenía cara de estar alerta, y Tekla y Nora observaban incómodas. Solo Mikael parecía relajado y sonreía para animar a Lisa.
—¿Qué pretendes en realidad? —preguntó Faste—. Estoy empezando a pensar que padre tiene razón. Hay algo que no encaja contigo. ¿De dónde has sacado de repente tanto dinero? ¿Y por qué quieres meterte en nuestra casa? ¿Qué se le ha perdido a alguien como tú en este rincón apartado? ¿De verdad tenemos que creer que vas a dejar colgada tu exitosa carrera de fotógrafa para limpiar las cuadras aquí?
Lisa miró boquiabierta a Faste. El ataque le había llegado tan por sorpresa que se había quedado sin habla. Los demás también parecían sorprendidos. Lisa se estremeció cuando el viejo Finn se acercó por detrás y colocó el portátil del despacho de Faste delante de ella.
—Esto no se lo esperaba —dijo, y le señaló la pantalla—. Acabo de descubrirlo. Nunca quise tener nada que ver con eso de internet, pero es muy útil para estos casos. Amund me enseñó a utilizarlo.
Lisa vio la página web de una agencia de fotografía desconocida.
—¿Qué pasa con eso? —preguntó.
Nora, Tekla e Inger, que estaban sentadas cerca de Lisa, se inclinaron hacia la pantalla, Faste se levantó y se colocó junto a su padre detrás de Lisa para poder echarle un vistazo.
Finn soltó un bufido burlón.
—Ya no te servirá de nada hacerte la tonta —dijo, y se volvió hacia los demás—. ¿Sabíais que hace poco que es socia de una agencia de fotografía? —preguntó, e hizo clic en el apartado «Quiénes somos». Como propietarios y socios se mencionaba a Marco Köster y Lisa Wagner, que sonreían al espectador en sus fotografías.
Lisa sintió un mareo. Se obligó a respirar hondo. Se le secó la boca. Se aclaró la garganta y dijo:
—Aunque cueste de creer, es la primera vez que lo veo —dijo, al tiempo que señalaba el monitor—. No tengo ni idea de lo que pretende Marco con esto.
Lisa sintió que la ira crecía en su interior. ¿En serio Marco creía que cambiaría de opinión si adoptaba una política de hechos consumados? El enfado por su actitud arrogante hizo que la sensación de mareo se desvaneciera.
—Pero eso no es todo —masculló Finn—. ¿Cuándo querías decirnos entonces que ya has encontrado un comprador para la granja?
Lisa se quedó estupefacta. Era como si de pronto estuviera en una película surrealista cuyo guion no conocía.
—¿De dónde has sacado que quiero vender la granja? —preguntó.
—Mi padre ha oído hace un rato por casualidad una conversación por teléfono en la que te alegrabas por una buena oferta. Estabas hablando de una situación favorable y de que esperabas un incremento del valor. Luego has dado las gracias por la rapidez —dijo Faste—. Como socia de una empresa de reciente creación tienes que participar económicamente, claro. O estás forrada o esperas obtener buenos ingresos con la venta de la granja. Sabes perfectamente que nosotros jamás podíamos pagarte si quisieras deshacerte de tu parte, de modo que habría que vender la granja entera. Y tampoco es un secreto que hay interesados con mucho dinero que están locos por nuestros terrenos.
—¿En serio creéis que detrás de mi oferta solo hay codicia? —preguntó Lisa con la voz ronca.
—Perdona Lisa, pero también tienes una relación personal con Marco. ¿No queréis casaros y comprar una casa? Para eso también necesitas dinero, ¿o no? —preguntó Tekla con ternura.
Lisa sacudió la cabeza.
—He cortado con Marco —dijo—. Durante mi última visita en Hamburgo.
—¿Veis? No somos los únicos a los que esta persona calculadora deja tirados cuando ya no los necesita —farfulló Finn.
Lisa se levantó de un salto y se plantó delante de Finn.
—¡Ya basta! —exclamó—. No tengo por qué seguir escuchando. Para ti ni siquiera se trata de descubrir la verdad, ni de averiguar quién soy. Desde que estoy aquí solo tienes un objetivo: ¡hacerme daño, poner a los demás en mi contra y echarme!
Finn retrocedió un paso.
—Solo intento proteger a mi familia.
Lisa soltó una carcajada amarga.
—¡Tu familia, de eso se trata precisamente! Tú decides quién pertenece a ella y quién no. —Se volvió hacia Faste—. ¿Qué sabes tú de tu tía Mari? —Faste la miró desconcertado. Lisa asintió con furia y le soltó a Finn—: Ni siquiera tu propia hermana pudo pertenecer a ella. A mi madre tampoco le disteis ninguna oportunidad cuando quiso conoceros. ¿Qué tipo de familia es esa? Cuando les pedí ayuda a mis tíos de Alemania porque quería ayudar a Mikael y salvar la granja, no lo dudaron ni un segundo, aunque en realidad no sea pariente suya. Enseguida entendieron por qué era importante para mí apoyar a mi familia de aquí. Y se alegraron por mí por haber encontrado un nuevo hogar aquí. ¡Pero eso acaba de estropearse!
Lisa se dio la vuelta y atravesó rápido la granja. En su cabaña guardó presurosa sus cosas en la maleta y estaba a punto de llamar a un taxi cuando apareció Mikael en la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó.
—Primero al hotel —contestó Lisa.
Mikael asintió.
—Lo siento muchísimo. He sido yo el que te ha metido en todo esto.
Lisa le quitó importancia con un gesto.
—No te preocupes. Todo esto tiene su lado positivo: ahora por lo menos sé lo que piensan de mí aquí.
—Estoy completamente seguro de que mi madre, Tekla y Nora no piensan así. Y mi padre en realidad tampoco.
Lisa se encogió de hombros.
—Pero tampoco han replicado a tu abuelo.
Mikael miró avergonzado al suelo.
—Es verdad. Probablemente estaban demasiado impresionados. Pero comprendo que estés decepcionada y furiosa.
Lisa miró por última vez la cabaña que durante las últimas semanas se había convertido en un hogar agradable y se dirigió a la puerta. Tragó saliva y se secó una lágrima.
—Yo te llevo, por supuesto —dijo Mikael, y le cogió la maleta.
Lisa se sintió aliviada al ver que en el hotel de la Rådhusvegen tenían una habitación doble grande libre, y la reservó para un par de noches. No quería no poder ofrecerle un techo a Susanne, que llegaría al día siguiente. Ya era suficiente con que su amiga tuviera que renunciar a las vacaciones idílicas en la cabaña de la granja que le había prometido.
Le dio un abrazo a Mikael.
—¿Puedes darle esto a Amund cuando vuelva? —preguntó.
Él asintió y cogió el sobre.
—Que duermas bien —dijo, y salió de la habitación del hotel.
Lisa estaba demasiado agitada para acostarse. Para poner en orden sus ideas fue a dar un paseo aquella noche de verano clara. Subió sin rumbo la pendiente que se elevaba detrás del pueblo y al cabo de media hora estaba de nuevo en la tumba de la colina que conoció en su primera excursión a caballo con Amund. Se sentó en la hierba y contempló el fiordo. Las laderas estaban sumergidas en una oscuridad de color negro azulado, pero el cielo seguía iluminado y se reflejaba en el agua. Lisa cerró los ojos.
Durante los últimos días se había planteado varias veces cuál era su propósito allí. Finn lo atribuía a la codicia y otros motivos viles, lo que podía descartar con la conciencia tranquila. Era obvio que Marco y Amund suponían que estaba pasando por una especie de crisis vital. Lisa no quería descartar esa posibilidad sin más. ¿Estaban en lo cierto? Ella no se sentía así. Visto desde fuera podía parecer extraño que se hubiera marchado de Alemania y quisiera utilizar su patrimonio para salvar una granja cuyos propietarios eran unos desconocidos para ella hasta unas semanas antes.
Lisa volvió a abrir los ojos. No, no se arrepentía de sus decisiones. Aunque en lo superficial hubiera fracasado. Había algo fundamental que permanecía intacto: el sentimiento profundo de haber logrado encontrar sus raíces, un lugar que sentía como su hogar. Aunque no volviera a pisar jamás la granja de los Karlssen, nadie podía quitarle esa sensación. Iría con ella a todas partes.
Nora sorprendió a Lisa durante el desayuno al día siguiente al acercarse a su mesa con una sonrisa cohibida.
—No quiero molestarte —dijo, y le dio las llaves de un coche—. Tekla ha pensado que podrías necesitar un coche para recoger a tu amiga del aeropuerto y enseñarle un poco la zona.
Lisa dudó. El orgullo herido la empujaba a darle la espalda a Nora. «No seas tonta, tampoco te sentirás mejor después», se dijo.
Lisa sonrió a Nora y aceptó las llaves.
—Sois muy amables, gracias.
Nora se retorció las manos.
—Lisa, en cuanto a lo de ayer… no quería dejarte en la estacada, igual que Tekla. Lo siente mucho. Todo fue tan rápido y…
Lisa se levantó y abrazó a Nora.
—Ya lo sé. Al principio estaba triste porque nadie contestara al viejo gruñón, pero no sé si yo lo haría si estuviera en vuestro lugar.
—Bueno, en todo caso le cantaste las cuarenta. Ya era hora —dijo Nora, y miró el reloj—. Perdona pero tengo que irme. Nos vemos esta noche. Bueno, si tú quieres. Mikael y yo no celebraremos el solsticio en la granja, iremos a la fiesta de Liv y Line. Nos gustaría mucho que vinieras y trajeras a Susanne.
Cuando Lisa y Susanne entraron en el jardín de Line por la tarde, cuyas piezas de alfarería yacían en un pequeño terreno en la orilla oeste del Eidsfjord, Mikael estaba saliendo de la casa con una fuente de ensalada de patata.
—Hola, Mikael —dijo Lisa, y le dio un golpecito en el hombro.
Se dio la vuelta y le sonrió contento.
—Lisa, qué bien que hayas venido y… —miró a Susanne. Se quedó callado y se aclaró la garganta—… y hayas traído a tu amiga —continuó sin aliento, y de pronto se sintió cohibido.
Lisa se quedó sorprendida. Jamás había visto a Mikael avergonzado. En su primer encuentro se mostró relajado y encantador, y hasta entonces siempre lo había visto tranquilo y seguro rodeado de mujeres.
—Soy Susanne —dijo su amiga, que sonrió a Mikael.
Él le devolvió la sonrisa, dejó la fuente de ensalada en una mesa montada junto al agua y le tendió la mano a Susanne.
—Yo soy Mikael. —Su timidez había desaparecido—. ¿Qué tal ha ido el primer día en Noruega? —preguntó, le ofreció una silla a Susanne y se sentó enfrente de ella.
Lisa quería sentarse junto a su amiga cuando vio a Nora con Line y su hermana Liv, la artista de circo. Ni Mikael ni Susanne se dieron cuenta de que Lisa se alejaba a saludar a los demás.
—¿Qué planes tenéis mañana? —estaba preguntando Mikael cuando Lisa regresó al cabo de un rato con ellos, que llevaban todo el tiempo conversando animadamente—. Si os apetece podríamos ir a ver la nueva exposición en la Kulturhuset —propuso. Miró a Susanne inseguro—: Si no te parece demasiado provinciano. Seguro que estás acostumbrada a ver exposiciones de otro calibre en Fráncfort.
Susanne sacudió la cabeza entre risas.
—Puede ser, pero me parece emocionante echar un ojo fuera del mercado artístico establecido. A menudo se ocultan talentos inesperados. —Se volvió hacia Lisa—. ¿Te apetece?
Lisa reprimió una sonrisa de satisfacción. Si no estaba completamente equivocada, Susanne se lo preguntaba solo por educación. Estaba segura de que los dos preferían estar solos, aunque no lo dijo de forma tan directa.
—Sí me apetece, pero si no os importa mañana me gustaría descolgarme un rato y hacer recados. Tengo que ocuparme urgentemente de la organización de mi siguiente fotorreportaje y concertar un par de citas con editoriales.
Susanne asintió y la miró con una sonrisa apenas perceptible.
Mikael miró a Lisa desconcertado.
—¿Entonces de verdad te vas de aquí?
Lisa asintió.
—Al fin y al cabo tengo que ganar dinero. La búsqueda de mi abuela está literalmente congelada mientras su hijo siga investigando incomunicado en el Ártico y tenga que esperar a que regrese a Tromsø. Y seguro que no irá mal estar fuera unas semanas. Así podré pensar mejor en qué hacer a partir de ahora. Y tomar un poco de distancia.
No se refería solo al duro enfrentamiento que había tenido con Finn y Faste, sino sobre todo del dolor de las acusaciones de Amund y su rechazo. Pero eso Lisa se lo guardaba para sí.
Mikael torció el gesto.
—Siento mucho que…
Lisa le acarició el brazo.
—Va, no pasa nada. Y vosotros dos tenéis que ir al museo. Me alegro de dejar a Susanne en tan buena compañía, así no tengo mala conciencia por tener poco tiempo para ella.
—¿Y tú, pintas? —preguntó Susanne.
—Sí, pero solo para mí —contestó Mikael.
Susanne le sonrió.
—¿Me enseñas tus cuadros? Me encantaría verlos.
Mikael dudó por un momento.
—No lo sé, en realidad no soy artista. Nunca he ido a una escuela de bellas artes ni nada de eso. —Era evidente el tono de decepción.
—Tú enséñamelos —le pidió Susanne.
—Muy fácil —dijo Line, que se había acercado a la mesa para ofrecerles salchichas recién hechas.
Mikael se encogió de hombros y Lisa y Susanne la miraron confusas.
Line sonrió y le explicó:
—Tengo algunos cuadros suyos colgados en mi taller en préstamo. Son realmente fantásticos.
Susanne se levantó y miró a Mikael.
—¿A qué estás esperando?
Él se quedó callado. Lisa le sonrió.
—Es inútil resistirse. Susanne puede ser muy insistente.
Line tenía razón. Los cuadors eran impresionantes. Para Lisa fue como si descubriera una faceta nueva y desconocida de Mikael. En el taller colgaba un gran óleo y dos acuarelas pequeñas. Eran representaciones de la costa y el fiordo en las que el tema principal era la combinación del agua, el viento y la roca.
—Espejo del alma de Noruega —dijo Susanne en voz baja, y señaló el óleo en el que en el agua oscura de un fiordo se reflejaban unas escarpadas paredes de roca, una cascada y las nubes empujadas por el viento.
Lisa hizo un gesto de admiración con la cabeza. Mikael había captado la esencia interior de ese paisaje. Se volvió hacia él y le dijo:
—Así deberías llamarlo —dijo.
Él se puso rojo y miró a Susanne, que estaba absorta observando sus cuadros, ajena a todo lo que la rodeaba.
—Mikael, ¿me ayudas un momento a pinchar el barril de cerveza? —preguntó Line.
Él asintió y la siguió. Susanne lo siguió con la mirada, embelesada.
Lisa le agarró del brazo y le preguntó en voz baja:
—¿Alguien se ha quedado un poquito colgada?
Susanne sonrió.
—No lo sé. De sus cuadros seguro. Hacía siglos que no me pasaba que unos cuadros me conmovieran de forma tan directa.
Cuando regresaron al jardín, el sol ya estaba tan bajo que ya solo iluminaba el borde superior de la cadena montañosa que se encontraba tras ellos. Sin embargo, no se pondría hasta media hora antes de medianoche. En la orilla del fiordo ardían grandes hogueras por todas partes. Lisa se sorprendió buscando con la mirada la granja de los Karlssen en la orilla de enfrente, donde Tekla, Inger, Faste y Finn estaban con sus invitados. Sin embargo, en la distancia era imposible distinguir cuál de las cuatro hogueras era la que buscaba.
Una leve brisa agitaba las chispas. Lisa se sentó de manera que pudiera contemplar el fuego. La animada charla entre Mikael y Susanne y las conversaciones de las otras mesas se mezclaban con el crepitar que le llegaba a lo lejos y amortiguaba el crujido de los leños. El aroma dulce del arbusto de espino blanco ardiendo se mezclaba con el intenso olor a humo.
El tono coqueto que habían ido adoptando Susanne y Mikael a lo largo de la velada, las miradas que se lanzaban y la tensión que se había ido creando entre ellos cualquier otro día apenas habría afectado a Lisa. Al contrario, se habría alegrado por los dos. Pero aquel día no lo soportaba, no porque sintiera que estaba de más, sino porque tenía delante de sus narices lo que ella añoraba. El hecho de que fuera Amund la persona que echaba en falta a su lado solo empeoraba las cosas.
—¿Me vas a decir de una vez qué te preocupa aparte de la discusión con el viejo Finn y Faste? —preguntó Susanne.
Lisa estaba sentada frente a su amiga en una cafetería de la Eidsgata donde habían quedado a primera hora de la tarde. Susanne había pasado el día con Mikael, que quería unirse a ellas más tarde para cenar con ellas. A Lisa le había costado mucho concentrarse en la preparación de un nuevo fotorreportaje. No paraba de pensar en Amund y sus reproches. El sentido común le decía que Amund había sido tan duro porque se había acercado demasiado a él y le había obligado a enfrentarse a un tema que obviamente tenía enterrado y quería olvidar.
—No se te escapa nada —dijo en tono de falso reproche.
Susanne sonrió.
—Por supuesto que no, te conozco. Cuando pones esa cara de póquer tan serena es que algo no va bien. Bueno, ¿qué pasa?
—¿Crees que me entrometo demasiado en la vida de los demás? —preguntó Lisa.
Susanne levantó las cejas, confusa.
—¿De dónde has sacado eso?
Lisa bebió un trago de zumo y contestó:
—Me lo han reprochado, diciendo que quiero llenar así el vacío de mi propia vida.
Susanne miró a Lisa a los ojos.
—¿Quién te ha dicho eso? ¿Ese viejo que te considera la encarnación del mal?
Lisa sonrió.
—No, casualmente eso no lo dijo Finn. Amund me lo echó en cara. Le parece raro que me implique tanto en la salvación de la granja y que le haya dado a Mikael el dinero para el detective y un abogado.
Lisa no mencionó sus indagaciones sobre las sombras en el pasado de Amund. Ahora no quería hablar de sus sentimientos por Amund, y no podría evitarlo si Susanne se enteraba de sus pesquisas e inevitablemente sacaba sus propias conclusiones.
Susanne arrugó la frente.
—Bueno, no sé. En este momento no acabo de encontrar mi camino. Hago cosas que antes me parecían imposibles. La mayoría me sientan bien y me parecen correctas, pero de vez en cuando me asaltan las dudas de si me estoy equivocando por completo.
Susanne asintió.
—Ya entiendo. No me extraña. Lo que has vivido durante estos últimos meses a otros les cuesta años. —Apretó el brazo de Lisa—. No seas tan dura contigo misma. Tal vez ese Amund sea de esas personas que tienen dificultades para hacer algo por los demás. Por eso rechaza tu disposición a ayudar, para sentirse mejor.
La aparición de Mikael interrumpió a las dos amigas. Susanne le sonrió y confirmó la suposición de Lisa de que estaban en camino de enamorarse perdidamente. Mikael se sentó en su mesa.
—Imagínate, Lisa, me ha llamado la Interpol. Realmente le están pisando los talones a ese Eklund. Por lo visto sobornó al empleado de la galería de Londres al que le pedí información sobre él para que si le consultaban solo hablara bien y le diera sus referencias. Para conseguir atenuantes el hombre ha hablado voluntariamente y le dio valiosas pistas a la policía sobre Eklund.
Lisa sonrió encantada a Mikael.
—¡Eso sí que es una buena noticia!
Mikael asintió y dijo:
—Entonces mi viaje a Argentina ha merecido la pena.
—Ya valía la pena de todos modos —intervino Susanne.
—¿Por qué? —preguntó Mikael sorprendido.
—Bueno, los dibujos que hiciste allí son fantásticos —dijo Susanne, y se volvió hacia Lisa—. Hace un rato estuvimos en la granja y me los ha enseñado. Es genial cómo con unas cuantas líneas capta lo más característico de un paisaje. —Y añadió dirigiéndose a Mikael, con una sonrisa—: En eso ese Eklund no mentía: tienes mucho talento. Y no deberías seguir ocultándolo.