Nordfjord – Fráncfort – Hamburgo, junio de 2010
La falsa calma que reinó en la granja de los Karlssen tras el descubrimiento de la cláusula abusiva del contrato de crédito de Mikael no duró mucho. Al cabo de una semana apareció Mikael, de nuevo sin previo aviso.
Fue una tarde. Lisa acababa de llevar a su cabaña a una familia que la había alquilado dos semanas. De regreso vio que se iba un taxi. Mikael estaba en la granja mirando indeciso la casa, más pálido y agotado que en su último encuentro. Cuando vio a Lisa se le iluminó el rostro.
Lisa se plantó delante de él.
—Maldita sea, ¿por qué no has dado señales de vida? Aquí se pone todo patas arriba y tú desapareces sin más —continuó—. ¡Tekla está muerta de angustia!
Mikael miró al suelo. Antes de que Lisa pudiera seguir cantándole las cuarenta se abrió la puerta de la casa. Tekla bajó corriendo los escalones y le dio un abrazo a su sobrino.
Al cabo de un rato estaban los tres sentados bajo el manzano junto a la casa, tomando café y galletas de avena caseras. Amund se había reunido con ellos, y Tekla había ido a buscar también a su padre, pero él se negó como siempre a sentarse a la mesa con Lisa. Hizo saber a su nieto que podía visitarle más tarde en su habitación.
Mikael lo comentó con un gesto de incredulidad.
—¡Cómo se puede ser tan testarudo! —exclamó—. El abuelo tiene que ir aceptando poco a poco que perteneces a nuestra familia, Lisa. Después de todo lo que has hecho por nosotros…
—Está convencido de que estoy tramando algo terrible. No puedo hacer nada —dijo Lisa, y se encogió de hombros—. Pero ahora explícanos de una vez qué ha pasado.
Mikael dejó la galleta a la que acababa de dar un mordisco en la bandeja y respiró hondo.
—El detective que contraté es muy bueno. Ha estado vigilando a Bori Eklund sin cesar, le ha hecho fotos y ha descubierto que Eklund solo es uno de los muchos nombres tras los que se escuda ese estafador. —Se detuvo y se frotó la frente—. Pero sobre todo me ha pronosticado lo que ocurriría si fuera a ver a Eklund, le amenazara con un abogado y le exigiera mi dinero. Me lo ha desaconsejado con toda rotundidad. Según su experiencia, ese tipo de gente a veces puede ser extremadamente vengativa. Pero yo, idiota de mí, no le hice caso. ¡Estaba tan furioso!
Tekla puso cara de preocupación.
—¿Y qué pronosticó el detective? —preguntó.
—Que Eklund se reiría en mi cara y afirmaría con insolencia que no sabía de qué le estaba hablando. Que él no era Bori Eklund, ni había firmado jamás un contrato conmigo ni había recibido dinero de mí. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Luego me cerró la puerta en las narices sin tomarse más molestias.
Lisa, Amund y Tekla se miraron afectados.
—Por supuesto, no quería rendirme tan fácilmente, tenía la esperanza de que el detective descubriera algo con lo que presionar a Eklund —continuó Mikael—. Pero por lo visto se había enterado de que le seguían y desapareció de un día para otro sin dejar rastro.
Mikael se quedó callado. Lisa le lanzó una mirada inquisitoria. Era obvio que tenía un dilema interno sobre si debía seguir hablando.
—¿Cómo van las cosas aquí? ¿Hay novedades? —preguntó finalmente.
Tekla lo miró.
—No, ¿por qué?
Mikael tragó saliva.
—Antes de que Eklund desapareciera, el detective y yo oímos una conversación por teléfono con un micrófono direccional en la que apremiaba a su socio a terminar antes de lo previsto y reclamar toda la deuda.
Amund farfulló una palabrota.
—¡Muy listo! Así se asegura de que tengas otras preocupaciones que buscarle a él.
Mikael apretó los labios.
—¿De verdad hay alguna posibilidad de pillar a ese estafador? —preguntó Lisa—. ¡No puede ser que se salga con la suya!
Mikael torció el gesto.
—No paro de pensarlo todo el tiempo. Pero ¿qué puedo hacer? No se puede demostrar nada contra él.
—Bueno, el detective argentino ya ha descubierto muchas cosas —intervino Lisa—. De todos modos deberías acudir a la Interpol. Imagino que Eklund, o como se llame, les resulta familiar.
—¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido? —exclamó Mikael, sacudiendo la cabeza—. Seguro que no soy el primero que es timado por Eklund. Y, por supuesto, la Interpol tiene más posibilidades de seguirle la pista y acorralarle que yo.
La llamada del tiburón acreedor no se hizo esperar. Esa misma tarde Mikael informó a los demás de la conversación, que había sido muy breve. El hombre no quería saber nada de buena voluntad ni retrasos en el pago, dejó claro sin lugar a equívocos que quería la devolución de toda la deuda en el plazo de tres semanas. De lo contrario pasarían a la subasta. Era obvio que ya contaba con la segunda opción.
Amund se levantó de un salto.
—Maldita sea, Mikael, ¿por qué no pediste consejo a nadie? ¿Por qué no llevaste el contrato a un abogado para que lo estudiara? ¿Cómo se puede ser tan…? —Se detuvo e hizo un gesto de desdén.
—Tan tonto —terminó Mikael la frase, y fulminó a Amund con la mirada—. ¡Tranquilo, di lo que piensas de mí! Nunca lo has ocultado. Además, ya sé que he metido la pata.
Amund se plantó delante de él.
—Y luego los demás tienen que solucionarlo —soltó. Tekla quiso decir algo, pero Amund estaba furioso y continuó—: ¡Es la verdad! Siempre ha sido así hasta ahora. —Se volvió hacia Lisa—. Ni te imaginas cuántas veces durante los últimos años Faste y yo hemos tenido que arreglar las cosas que Mikael estropeaba.
Mikael se levantó y miró a Amund a los ojos.
—Pero se trataba de otra cosa, no de dinero. ¿Cuándo vas a entender de una vez que yo no soy criador de caballos? ¡Y nunca quise serlo! —dijo, con un deje de ira fría en la voz—. ¡Si mi padre te hubiera adoptado a ti, por fin tendría el hijo que encaja con él! —Se dio la vuelta y salió a zancadas de la cocina.
Mientras Amund no paraba de ir de aquí para allá gesticulando con energía y de enfurecerse porque Mikael se hubiera ido de nuevo sin más y dejara a los demás la solución del problema, a Lisa se le pasó el enfado por su conducta irresponsable. Comprendía por qué no le había contado a nadie su sueño de ser pintor. Seguramente se habrían reído de él y le habrían quitado la idea de la cabeza diciendo que era una locura.
Amund se sentó de nuevo y formuló en voz alta la pregunta que inquietaba a todo el mundo:
—¿Qué podemos hacer?
Lisa se aclaró la garganta.
—¿Y si vendemos algunos caballos?
Amund volvió la cabeza.
—Claro, pero no conseguiríamos mucho. Además, malvenderíamos nuestros sementales y las mejores yeguas. Pero así eliminaríamos la base de la caballeriza, y aun así no conseguiríamos ni de lejos el dinero necesario. Los caballos de los fiordos son como los apreciados caballos árabes o de carreras.
Tekla apoyó la cabeza en una mano.
—Tampoco serviría de mucho vender terrenos por separado. La mayoría son prados en los que no se puede construir. No son muy valiosos, pese a estar bien situados.
Lisa arrugó la frente.
—Pero tiene que haber una alternativa a la subasta. ¡No puede ser! —La idea de que la granja saliera a la venta y fuera reformada por los nuevos propietarios o incluso la derruyeran le resultaba insoportable. Para eso hubiera preferido no haberla conocido nunca. Lisa se mordió el labio inferior: tenía que encontrar una solución.
Tras pasar la noche en vela, Lisa anunció durante el desayuno:
—Me voy unos días a Alemania. Tengo que hacer algunos encargos que he postergado durante las últimas semanas. Y tengo que aparecer por la editorial que quiere publicar el libro sobre las granjas antiguas.
Tekla y Amund miraron a Lisa sorprendidos. Mikael aún no había aparecido aquella mañana.
—Sé que es muy precipitado, y yo también preferiría… —dijo Lisa, pero la interrumpió una voz colérica. El viejo Finn estaba en el umbral de la puerta.
—¿Os sorprende que se largue cuando las cosas se ponen feas? —masculló con un gesto de desdén—. Por fin se ha quitado la máscara y os enseña su verdadero carácter.
Antes de que nadie pudiera replicar algo, Finn continuó murmurando imprecaciones.
Lisa tuvo por un momento la tentación de explicar a los demás el motivo principal de su repentino viaje, pero decidió no hacerlo. No quería dar falsas esperanzas.
—De verdad que no quiero dejaros en la estacada —se disculpó.
Tekla le puso una mano sobre el brazo.
—¡Eso ya lo sabemos! Es comprensible que tengas que ocuparte también de tus asuntos. Cuando llegaste aquí no podías imaginar que te ibas a quedar tanto tiempo. —Sonrió a Lisa—. Por supuesto, te echaremos de menos. Pero ahora Mikael está aquí, y Nora volverá pronto. Hay gente suficiente para echar una mano —continuó, y lanzó una mirada a Amund en busca de apoyo.
Sin embargo, Amund había vuelto a su actitud ausente con la que Lisa lo encontró al llegar. Lisa se quedó perpleja. ¿Es que pensaba lo mismo que el viejo Finn? ¡No podía ser verdad! Lisa desvió la mirada sin querer, furiosa. Amund debería empezar a conocerla mejor.
Se levantó y le dijo a Tekla:
—Volveré pronto, te lo prometo.
Pese a que habían pasado ya cinco semanas desde que Lisa dejó su piso de Fráncfort y algunos de sus fotorreportajes anteriores la habían obligado a estar fuera de Alemania durante meses, esta vez el regreso fue distinto. Sentía como si volviera al entorno conocido de una vida que había abandonado hacía tiempo. Tal vez fuera comparable a la sensación que le explicaba Susanne que le invadía cuando entraba en su antigua habitación en casa de sus padres. Su madre no se atrevía a modificar el espacio, de modo que siempre la estaba esperando un pedazo del pasado.
En la mesa de centro del salón Lisa encontró un montón de correo que Susanne había recogido durante su ausencia, y una nota en la que su amiga la invitaba a hacerle una visita al restaurante cuando terminara su turno para que Lisa se lo contara «todo» con una copa de vino. Lisa miró el reloj. Aún quedaban unas horas para quedar con ella. Después de ojear el correo rápido, se sirvió un vaso de agua, se puso cómoda en el sofá y cogió el teléfono. Confirmó la cita con la editorial que le habían enviado por correo electrónico y reservó un vuelo a Hamburgo. Finalmente marcó el número de Marco.
—¿Estás en Alemania? —exclamó—. Es estupendo. ¿Cuándo vienes a verme?
Lisa miró la pantalla del portátil, donde aparecían las fechas del vuelo que acababa de reservar.
—De aquí a tres días, a las doce —contestó.
—¿Qué? ¿Por qué de aquí a tres días? —preguntó Marco, decepcionado.
—Tengo que hacer un par de cosas y… —empezó Lisa.
Marco la interrumpió.
—¿De verdad no me echas de menos?
Lisa se quedó callada. «Midt i blinken», le vino a la cabeza en noruego: Marco había dado en el clavo. Sus prioridades eran claramente otras, pero no tenía ganas de discutir por teléfono sobre los motivos.
—Quería dejar para el final la cita más bonita —dijo—. Ya sabes: primero el trabajo y luego el placer.
Marco soltó una breve carcajada.
—¡Cara, siempre tan consciente de tus obligaciones!
Cuando Lisa terminó de hablar por teléfono con Marco, marcó el número de sus tíos de Heidelberg, Robert y Hans.
—Por la viajera del norte —dijo Susanne guiñándole el ojo, y brindó con Lisa con la copa de vino. Lisa sonrió y levantó su copa. Estaban sentadas en un rincón tranquilo en una mesa redonda del restaurante. De fondo sonaba una música ambiente suave, y entre ellas estaba, junto a una vela y una terrina de frutos secos, el gatito de piedra que Lisa le había comprado a Susanne en el mercado de vikingos. Eran las nueve y media, fuera ya estaban iluminadas las farolas y el cielo estaba oscuro. En Nordfjord el sol se pone una hora y media más tarde, pensó Lisa.
—Estoy ansiosa por conocer en persona a tu familia noruega —dijo Susanne.
—Y yo me alegro de que vengas de visita tan pronto. A estas horas estaríamos sentadas aún en el porche con luz solar.
Susanne sonrió.
—Parece un lugar idílico. ¡A ver si al final yo tampoco querré volver! —Lisa se echó a reír ante la ocurrencia.
Para ella Susanne era la quintaesencia del urbanita, que ya siente una opresión en el pecho en zonas tranquilas del extrarradio. Le gustaba el ajetreo y la actividad ruidosa de la ciudad alrededor, la posibilidad de ir a museos y exposiciones en cualquier momento, ir al cine y participar en eventos culturales. Lisa estaba segura de que después de unos días en Nordfjord Susanne ya tendría más que suficiente de ese lugar idílico. Se le ensombreció el semblante.
—¿Qué ocurre? —preguntó Susanne.
—Estaba pensando que la granja de los Karlssen tal vez tenga los días contados, si realmente sale a subasta. Ya no queda mucho tiempo para reunir el dinero necesario.
Susanne dejó la copa.
—Lo que me has contado suena horrible. Ese Mikael parece tener un don para meterse en líos.
Lisa se encogió de hombros.
—Tal vez sea un poco ingenuo. No tiene los pies en el suelo. Su cabeza está más preparada para el arte.
Susanne levantó las cejas en un gesto de sorpresa.
—Suena interesante. No es lo que esperarías de alguien que se ha criado en una granja. —Bebió un sorbo—. Pero ahora cuéntame cómo ha ido la conversación con tus tíos de Heidelberg.
—Querían venir a verme mañana con los hijos de Robert, para un gran consejo de familia, por así decirlo. Les he ofrecido mi piso como garantía para un préstamo privado, quieren pensárselo.
Susanne asintió.
—¿Y qué sensación te ha dado? ¿Te ayudarán?
Lisa no lo sabía.
—Bueno, si dependiera de Robert, seguro. Con los demás no lo sé con tanta seguridad. Pero en realidad estoy bastante segura.
Susanne miró a Lisa pensativa.
—¿De verdad quieres jugarte casi todo lo que tienes por la granja de los Karlssen? ¿Estás segura de que no te arrepentirás un día?
Lisa le devolvió la mirada a Susanne.
—Por supuesto que no sé qué pasará en un futuro, nadie lo sabe. Pero sí sé que nunca había estado tan segura de nada. Me cuesta explicarlo, simplemente me parece lo correcto.
Susanne agarró el cuenquito con los frutos secos y masticó en silencio una almendra.
—Creo que puedes confiar en tu instinto —dijo finalmente—. Ya hace tiempo que te conozco. Aparte de en el ámbito profesional, nunca te había visto tan convencida de nada. Transmites algo que nunca te había visto. —Susanne puso cara de suspicacia y escrudriñó a Lisa—. Una calma profunda… sí, creo que es lo mejor.
Lisa miró a Susanne. Se sentía muy agradecida por la forma tan atenta que tenía su amiga de apoyarle, así como la sensibilidad con la que advertía su transformación. Lisa agarró la mano de Susanne sobre la mesa y la apretó.
—Es fantástico saber que me entiendes, y que no intentas quitármelo de la cabeza.
Susanne esbozó una sonrisa burlona.
—Bueno, sé de alguien a quien le encantaría asumir ese papel.
—Cara, por fin. ¡Te he echado tanto de menos! —dijo Marco en voz baja, atrajo a Lisa hacia sí y le mordió con ternura la oreja. Le cogió la maleta y se dirigió a las puertas giratorias del aeropuerto de Hamburgo—. Me he tomado la tarde libre, así que podemos celebrar nuestro reencuentro como es debido —añadió, guiñándole el ojo.
Lisa sacudió la cabeza y se quedó quieta.
—Más tarde. Tenemos que hablar —contestó.
—Pero eso puede esperar —dijo él, y la abrazó—. En cambio yo no puedo esperar más —murmuró, e intentó besar a Lisa en la boca.
Ella apartó la cabeza.
—Por favor, Marco, para mí es importante.
Marco la soltó y dijo con cierta irritación:
—Muy bien, pues hablemos.
Como lucía el sol, Lisa propuso salir a dar un paseo. A su juicio lo que tenía que decirle a Marco no era compatible con la intimidad de su apartamento ni con la exposición de un restaurante o una cafetería. Caminaron juntos en silencio durante un rato y luego se sentaron en un banco del parque, en la orilla del lago Aussenalster.
Lisa respiró hondo y empezó a hablar. Cuando dijo que quería ofrecer su dinero para salvar la granja, Marco dio un respingo.
—¡Pero yo ya contaba con él! —exclamó, y miró a Lisa enfadado—. ¿Cómo puedes darle el dinero a ese Mikael sin más? ¿Sin consultarlo antes conmigo?
Lisa se esforzó por mantener la calma.
—Claro que tendría que habértelo dicho, pero no habría cambiado nada. Teníamos que pagar la primera cuota en unos días, no teníamos margen —contestó Lisa.
No mencionó el hecho de que hubiera olvidado por completo, o más bien hubiera evitado, informar a Marco. Ya estaba bastante enfadado.
—No te entiendo —dijo él, y miró a Lisa a los ojos—. Por un lado actúas como si quisieras compartir tu vida conmigo, profesional y personalmente. Por el otro desapareces durante semanas en Noruega para de pronto reaparecer y comunicarme que quieres invertir en una granja que tiene muchas deudas por un error de su insensato heredero. —Arrugó la frente—. ¿Cómo pretende devolver el crédito?
Lisa suspiró para sus adentros. Habría dado la vida por poder dar una respuesta a esa pregunta. Se mordió el labio inferior.
—Ya sabes que mis padres compraron el piso de Fráncfort hace años para que luego no tuviera que pagar tantos impuestos por la herencia —empezó.
De pronto Marco se quedó sin aliento.
—¿No querrás venderlo y…? ¡No, no me lo puedo creer! —dijo al ver la cara de Lisa. Se levantó de un salto y se plantó delante de ella—. ¿Y qué pasa con nuestra casa? Daba por hecho que invertirías tu herencia en ella.
Lisa hizo un gesto de indignación.
—¿Lo dabas por hecho? ¿Qué se supone que significa eso?
Lisa no salía de su asombro. Hasta entonces Marco y ella no habían hablado de cómo iban a financiar sus planes de futuro. Ese también era uno de los motivos por lo que Lisa los consideraba más una posibilidad que un acuerdo en firme. Había entendido que Marco iba a fundar su agencia de todas formas, independientemente de si ella entraba como socia o no. Y en cuanto a la casa, ella nunca había dado su consentimiento.
—¿Para qué necesitas un piso en Fráncfort si nos vamos a comprar una casa en Hamburgo? —preguntó Marco.
Lisa también se levantó.
—Perdona, pero para mí hacer planes en común es otra cosa. ¡No puedes dar por supuesto algo así! Y mucho menos después de que te haya dejado claro que en este momento para mí lo más importante es otra cosa. Pensaba que lo habías entendido, eso me hiciste creer.
Marco miró a Lisa con el entrecejo fruncido.
—He entendido por qué es importante para ti encontrar a tu abuela o por lo menos averiguar algo sobre su paradero. Lo que no entiendo es por qué te largas de repente, dejas tu carrera pendiente de un hilo y empiezas a pasar de todo. ¿Qué es esto, una especie de crisis de la mediana edad? —Se dio la vuelta, dio un paso en el estrecho césped hacia el agua y se quedó quieto con los brazos cruzados.
—Ya te expliqué por qué no podía ni quería irme sin más después del infarto de Faste —dijo Lisa—. No tengo ninguna intención de dejar colgada mi carrera y…
Marco soltó un bufido y se volvió hacia ella.
—Perdona, pero unas fotos bonitas de granjas antiguas no son lo mismo que los proyectos en Mumbai o Dubai. Con eso no vas a ningún sitio.
Lisa se encogió de hombros.
—En primer lugar, el trabajo en esas imágenes me ha dado grandes satisfacciones. En segundo lugar, la editorial me ha hecho una buena oferta por ellas. Y en tercer lugar, no tengo ninguna intención de ir a ningún sitio con ellas. —Se quedó callada—. Vaya, ya lo entiendo —exclamó—. No se trata de mí, sino del papel que debía desempeñar para tu agencia. ¡La fotógrafa con referencias de prestigio!
Marco levantó una mano.
—Nuestra agencia —replicó.
—Sabes que desde el principio es tu sueño lo que había que desarrollar —repuso Lisa.
Marco estuvo a punto de contestar algo, pero cambió de opinión. Acarició el brazo de Lisa.
—No discutamos, cara —le rogó—. Siento haberme puesto así. He estado muy estresado últimamente. —Le señaló con la cabeza el banco. Lisa asintió, y volvieron a sentarse.
Lisa miró la gran superficie del Alster, donde navegaban algunas barcas de vela. Por delante de su banco nadaba una familia de patos y dos cisnes que esperaban comida. Sin querer la imagen del paseo martímo de Nordfjord se interpuso en aquella escena apacible. Lisa deseó con una intensidad que le sorprendió estar al lado de Amund, y no Marco. Miró a Marco de reojo. Sin duda era un hombre atractivo con un gran potencial erótico, pero en aquel momento le pareció un desconocido que se hubiera sentado a su lado de casualidad. Lisa era consciente de que durante las últimas semanas casi había pasado el mismo tiempo con Amund que con Marco en los cuatro años que llevaban juntos. Si es que su relación a distancia podía considerarse estar juntos.
—¿Por qué estás tan seguro de que lo nuestro puede funcionar? —le preguntó—. Es decir, nunca hemos vivido juntos ni hemos compartido una rutina normal. ¿Cómo sabes que tenemos una base sólida para mantener una relación intensa?
Marco miró a Lisa atónito. Le cogió la mano y dijo:
—No entiendo qué quieres decir. Hace tiempo que nos conoces, profesionalmente nos entendemos genial y los dos somos personas sensatas que podemos superar las pequeñas contrariedades de la vida diaria. ¿Para qué esperar? ¡Es el momento perfecto!
Lisa esbozó una sonrisa vaga. La sensación de distancia se incrementó. Era obvio que Marco no entendía lo que le estaba pasando. Para él era un cálculo fácil: si todas las piezas encajan, ya lo tenían. ¿O era ella la que era demasiado complicada? Tal vez. Pero a ella no le bastaba con sopesar los pros y contras de una relación de forma racional. Necesitaba sobre todo una profunda certeza interior, y con Marco jamás la había sentido, si era sincera. Y no era su miedo a una relación estable lo que la convencía ahora de que Marco no era el hombre adecuado.
—Por supuesto me decepciona que de pronto tengas esas dudas —interrumpió Marco sus cavilaciones—. Pero aun así estoy seguro de que somos tal para cual. Últimamente has sufrido mucho, empezando por la muerte de tus padres. Creo que justo por eso la perspectiva de tener tu propio hogar y un trabajo estable te tranquilizaría.
Lisa le apretó la mano.
—Siento ser tan indecisa. Y por eso me parece que lo mejor es que…
Marco sacudió la cabeza.
—No digas nada de lo que te puedas arrepentir más tarde —le rogó—. Puedo esperar.
—Pero yo no —dijo Lisa—. Es el momento de hacer borrón y cuenta nueva y terminar lo nuestro. Ya he esperado demasiado. Pero por fin tengo claro dónde está mi sitio, y no es aquí.
Marco se encogió de hombros y miró a Lisa a los ojos. Quiso decir algo, pero comprendió que hablaba en serio y agachó la mirada en silecio.
Lisa suspiró aliviada. «Espero poder conseguir un vuelo hoy a casa», pensó. Y no se refería a Fráncfort.
—¡Lisa, qué alegría verte! —exclamó Nora, y le dio un abrazo—. No esperábamos que volvieras tan pronto.
Lisa le devolvió el abrazo.
—Y yo me alegro de que tú también estés aquí —dijo.
—Ven, estábamos a punto de cenar —dijo Nora—. Voy a quitarme un momento la mugre del establo, los demás ya deben de estar en la cocina.
Nora subió corriendo los tres escalones hasta la puerta de la casa y desapareció en el interior. Antes de que Lisa pudiera seguirla con la maleta, una sombra negra se abalanzó sobre ella. Torolf no paraba de saltar hacia ella, con fuertes ladridos y agitando la cola. Lisa se volvió hacia él entre risas y finalmente consiguió que se sentara delante de ella y se dejara acariciar.
—¿Qué, me has echado de menos? —preguntó, y le rascó con suavidad detrás de la oreja.
—No solo Torolf.
Lisa se dio la vuelta y vio a Amund, que había seguido a su perro. Miró sus ojos grises y vio reflejados en ellos sus propios sentimientos. La alegría de volver a verla y algo más profundo. Lisa sintió que se sonrojaba. Amund también parecía cohibido.
—No sabía si volverías —dijo en voz baja—. Era horrible pensarlo.
Lisa esbozó una media sonrisa.
—¡Por eso estabas tan contrariado cuando me fui! Pero ¿por qué pensabas eso? Ya os dije que volvería lo antes posible.
Amund se encogió de hombros.
—Por desgracia me he acostumbrado a ser muy negativo.
La miró a los ojos. Fue como una caricia. Lisa sintió un leve mareo y se acercó un paso a él sin pensarlo. Amund le agarró de la mano. De pronto tenían las caras muy cerca. Lisa cerró los ojos y esperó su beso.
—Pero ¿dónde se han metido? —gritó la voz de Nora.
Lisa y Amund se separaron y miraron hacia la casa. Nora les hizo una señal desde la ventana de la cocina. La magia del momento se había desvanecido.
Tekla y Mikael también se alegraron mucho de volver a ver a Lisa. Solo el viejo Finn se fue gruñendo de la cocina cuando llegó Lisa. Tekla lo siguió con la mirada y el entrecejo fruncido.
—Cada vez hace más el ridículo —dijo.
Mikael sonrió.
—Seguramente hace tiempo que él es el que más sufre, pero es demasiado orgulloso para ceder y admitir que se ha equivocado con Lisa. Probablemente un día hará como si siempre la hubiera aceptado y se comportará con toda normalidad.
Tekla se encogió de hombros y se volvió hacia Lisa.
—Pero ahora cuéntanos. ¿Has podido hacer todo lo que tenías previsto?
—¡Hola, hemos vuelto! —Se oyó una voz de mujer desde fuera.
Tekla, Nora, Lisa, Mikael y Amund se miraron sorprendidos.
—¿Inger? —preguntó Tekla.
Se levantó y fue hacia la puerta de la cocina. Nora y Lisa la siguieron: en el pasillo estaban Inger y Faste. Lisa entendió por qué Tekla palideció al ver a su hermano y lo abrazó con mucho cuidado. Faste, al que Lisa conoció como un hombre fuerte de mejillas sonrosadas, parecía transparente, estaba escuálido y parecía mayor de los sesenta años que tenía.
Después de saludarse todos, Tekla dijo:
—Por supuesto, me alegro mucho de que estéis aquí, pero ¿el tratamiento de Faste no tenía que durar como mínimo cuatro semanas?
Faste torció el gesto.
—Estoy bien. No necesito esas sandeces tan caras.
Lisa vio que a Inger se le ensombrecía el semblante. Tekla también parecía muy preocupada.
Faste apretó el brazo de su hermana.
—Ya he estado demasiado tiempo fuera. Y pasado mañana es el solsticio de verano, ¡y no quiero celebrarlo en ningún otro sitio que no sea aquí!
Tekla se tragó la réplica que tenía en la punta de la lengua y sonrió.
Faste le hizo una seña a Mikael.
—¿Me ayudas con las maletas? —preguntó, y salió con su hijo al patio.
—Resulta que Faste ha heredado el corazón débil de su abuelo Enar —dijo Inger cuando se sentó en la cocina con Tekla, Nora, Amund y Lisa, y les puso al día de las últimas semanas.
—Pero nunca tuvo molestias —intervino Tekla.
Inger se encogió de hombros.
—Tal vez nunca lo dijo. Pero el impacto de la amenaza que pende sobre la granja y la decepción con Mikael fueron demasiado. Los médicos me han dicho que Faste ha tenido mucha suerte. A punto ha estado de morir.
Tekla sacudió la cabeza, aturdida.
Inger miró muy seria al grupo.
—Por favor, que quede entre nosotros. Faste no sabe nada. No quiero inquietarle. Se está recuperando muy despacio.
—¿Qué va a pasar a partir de ahora? —preguntó Tekla—. Es imposible que Faste trabaje como antes, está demasiado débil. ¡Es una insensatez abandonar el tratamiento!
Inger asintió.
—Créeme, lo he intentado todo para convencerle, pero, según él, no quería malgastar más dinero. Por supuesto nota que no está en su mejor momento, pero jamás lo admitirá. Es otro de los motivos por los que está tan desanimado.
Nora y Lisa intercambiaron miradas de angustia.
—¡Pero es un círculo vicioso! —exclamó Nora, y expresó lo que Lisa también estaba pensando.
—Tú lo has dicho —dijo Inger—. Lo peor para él es que a Mikael no le importe la granja y que la herencia familiar acabe en subasta, si no ocurre un milagro.
En el pasillo se oían las voces de Mikael y Faste. Inger se llevó un dedo a los labios y lanzó una mirada cómplice a los demás.
Faste asomó la cabeza por la puerta.
—Voy a saludar un momento a padre y luego me iré a la cama.
—Muy bien, voy enseguida —dijo Inger—. Ya es tarde, y ha sido un día duro —añadió, dirigiéndose a los demás—. Mañana hablaremos de qué hacer a continuación.
Lisa comprobó su teléfono móvil, que tenía en silencio durante la cena. Nadie había intentado comunicarse con ella. Volvió a dejar el aparato, decepcionada. Esperaba que sus tíos la llamaran pronto. Estaba ansiosa por explicarles a Tekla, Mikael y los demás lo que tenía en mente.