18

Lofoten – Nordfjord, mayo de 2010

Al día siguiente de su llegada, Lisa y Nora fueron después de desayunar a la iglesia de Kabelvåg, donde se congregaron los invitados a la boda. El edificio de estilo neogótico era la iglesia de madera más grande al norte de Trondheim.

—También la llamamos la catedral de las Lofoten —les explicó Durin Langlø. Aquel hombre de setenta y cinco años se alegró mucho de conocer a Lisa, pues se acordaba muy bien de Mari, que vivió durante una época con ellos después de la guerra. Él y su hermano menor Askel eran los hijos de Kol, el tío de Mari, y no habían visto nunca antes a su prima. Durin, que entonces tenía doce años, consideraba a Mari un ser de otro mundo. La recordaba como una chica muy simpática, pero con una tristeza infinita.

—Nunca supe qué la afligía tanto —les contó—. Mis padres no nos contaron por qué había ido a vivir con nosotros, y nosotros no nos atrevíamos a preguntar. Se notaba que no querían hablar de ello. Y luego un día se fue. —No sabía nada más. No tenía respuesta para la pregunta de Lisa de adónde había ido.

Durin y su mujer Selma solo tenían un hijo que no había formado una familia. Askel y Rut tenían dos hijos. Egil, el mayor, ya les había regalado una nieta, Pernilla, de siete años. Kol, el segundo hijo, se casaba ese día con Finna.

Lisa tenía un lío en la cabeza con tantos nombres nuevos y caras desconocidas. A Nora parecía ocurrirle lo mismo. Cuando los invitados a la boda entraron en la iglesia, le susurró a Lisa:

—¿Tienes idea de quién pertenece a la familia de la novia y quién a los Langlø?

Lisa sacudió la cabeza.

—Suficiente tengo con apañármelas con los nombres de nuestros parientes más cercanos —le contestó en voz baja.

—Venid, sentaos con nosotros —dijo Tekla, que ya había tomado asiento con su hermano Faste y su mujer Inger en un banco de la iglesia.

—¿Dónde se ha metido Mikael? —preguntó Inger, que se dio la vuelta inquieta.

Lisa también se lo preguntaba. En realidad debería haber llegado la tarde anterior en avión.

—No puede ser que se le haya olvidado —dijo Inger. Faste gruñó algo parecido a «sería típico de él».

—Intenta llamarle otra vez —propuso Tekla.

Inger sacudió la cabeza.

—He hablado por lo menos cuatro veces con el contestador y le he escrito varios mensajes. Simplemente no contesta.

Tekla la miró preocupada.

—¿No le habrá pasado algo?

—No os volváis locas —setenció Faste—. Probablemente aparecerá más tarde, alegre como unas castañuelas, en la celebración con alguna excusa fantasiosa. Yo creo que simplemente quiere evitarse la misa.

A pesar de que Lisa entendió muy poco del sermón, las oraciones y las lecturas, se le contagió el ambiente solemne y a la vez alegre de aquella misa nupcial. En la fiesta al aire libre en el terreno junto a la orilla de los Langlø se sintió tranquila y relajada. Hacía un poco de fresco y soplaba el viento, pero era un día soleado, con luz hasta muy tarde.

—Pronto el sol ni siquiera se pondrá —dijo Durin, que le había preguntado a Lisa cuánto tiempo se iba a quedar—. Y hoy ya solo desaparecerá durante tres horas. Pero aún es más impresionante la noche polar. Tienes que volver sin falta en invierno, cuando se ve la aurora boreal. Supongo que para una fotógrafa como tú debe de ser muy interesante.

A Lisa le conmovía el cariño y la franqueza con que la trataba Durin, y se alegraba de que hablara tan bien inglés. Con los escasos conocimientos de noruego que había adquirido en Oslo aún no había llegado muy lejos. Además, se había cumplido la profecía de Nora: a oídos de Lisa el dialecto local sonaba muy alejado del noruego que había aprendido en sus clases.

—Sí, los meses de invierno aquí son muy bonitos —intervino el recién casado Kol. Se acercó con su joven esposa desde la pista de baile, situada en el borde del prado en un podio de madera. Con un suspiro, Kol se dejó caer en la silla libre que había junto a Lisa y Finna en su regazo.

Finna le guiñó el ojo a Lisa.

—Los habitantes de las Lofoten están firmemente convencidos de que viven en el rincón más bonito del planeta. —Kol le dio un golpecito en el costado a Finna. Le devolvió el golpe entre risas y se volvió de nuevo hacia Lisa—. Pero no van tan mal encaminados. Antes creía que aquí arriba hacía frío y era una zona despoblada, y jamás habría imaginado vivir aquí. Yo soy del sur de Noruega —explicó.

—Pero ahora ya no quiere irse de aquí —dijo Kol, y le dio un beso.

Luego se inclinó hacia Lisa y dijo:

—Mi tío tiene razón, tendrías que venir sin falta de visita en invierno. No solo por la aurora boreal. Todos los años en otoño llegan los arenques del Ártico a Vestfjord a desovar, seguidos de las ballenas asesinas, que se quedan aquí hasta febrero. Es fantástico observarlas desde las barcas.

Finna asintió.

—Son unos animales fascinantes.

El viejo Durin señaló el pincho de pescado.

—¡Pero lo más importante es la temporada del bacalao, que empieza en febrero! ¡Es un espectáculo!

Su sobrino le dio la razón con un gesto.

—Sí, entonces es cuando las Lofoten muestran su verdadera cara. Hoy en día el turismo es muy importante, pero en primavera la pesca es la reina. Cuando llegan los bancos de bacalaos, vienen pescadores profesionales de toda Noruega.

Durin le interrumpió con un brillo en los ojos y le dijo a Lisa:

—Es un espectáculo que hay que ver: multitud de balandras y barcas ocupan los puertos hasta los topes.

Lisa sonrió.

—Me gustaría mucho verlo alguna vez —dijo, y supo que no lo decía solo por educación. Las descripciones de Durin y Kol realmente habían despertado su interés.

El sol ya había salido de nuevo cuando Lisa y Nora finalmente regresaron a la rorbu donde se alojaban hacia las cuatro de la mañana. Lisa se alegró de que los postigos cerraran bien, pues le costaba conciliar el sueño con tanta claridad, aunque estuviera rendida.

—¿Volveréis en barco? —preguntó Tekla mientras desayunaban más tarde por la mañana. Muchos invitados a la boda también se habían alojado en casa de los Langlø o en otros lugares de las inmediaciones. Ahora volvían a reunirse en el prado, tomaban asiento en la mesa larga y se servían del copioso bufete de desayuno. Más tarde había planeada una excursión, y con una agradable velada alrededor de una hoguera concluía la fiesta.

Lisa sacudió la cabeza.

—No, mañana vuelo directa a Alemania.

—Y yo a Oslo —dijo Nora—. Mi jefa alucinará si me quedo más tiempo.

Tekla, que estaba sentada frente a Nora y Lisa, se inclinó hacia ellas.

—Prometedme que pronto vendréis de visita a la granja.

Inger, que volvía del bufete, dijo:

—Sí, tenéis que volver sin falta —y continuó, dirigiéndose a Lisa—: aún no hemos tenido ocasión de conocernos. Tenemos que recuperar el tiempo pronto.

Lisa estuvo a punto de contestar, pero se calló al ver que Tekla abría los ojos de par en par y se llevaba la mano a la boca. Lisa y Nora se dieron la vuelta y siguieron su mirada. Faste acababa de salir de la casa. Estaba de pie en el prado, dando tumbos. Con una mano se agarraba el pecho, y de la otra se le cayó el teléfono móvil. Inger se levantó de un salto y corrió hacia él, Tekla, Nora y Lisa la siguieron. Faste cayó al suelo como a cámara lenta. Inger llegó justo a tiempo de amortiguar la caída y colocarle la cabeza en la chaqueta, que se había quitado en un santiamén. Faste tenía los ojos cerrados, y estaba ceniciento.

—Rápido, llamad al médico de urgencias —gritó Tekla a los invitados, que se habían precipitado hasta allí, angustiados.

Lisa cogió el teléfono que Faste había dejado caer. Una voz masculina gritaba con urgencia:

Faste, hallo, hva er på ferde, ¿qué ocurre?

Lisa se encogió de hombros, confusa, y le pasó el aparato a Nora, que se alejó unos pasos y contestó al interlocutor en noruego.

El aullido de las sirenas anunció la llegada del médico de urgencias, y al cabo de unos instantes colocaron a Faste en una camilla y lo subieron a una ambulancia. Inger lo acompañó al hospital de Svolvær, y los demás se quedaron inquietos y afectados. Lisa se acercó a Tekla, que veía marcharse a la ambulancia con los ojos anegados de lágrimas. Le puso un brazo en el hombro y se la llevó a un banco.

Entretanto Nora había terminado de hablar por teléfono y se acercó a ellos. Parecía muy seria y furiosa. Al ver la expresión atemorizada de Tekla, Nora se esforzó por emplear un tono sobrio.

—Era Amund —empezó—. En realidad quería hablar con Mikael. Por lo visto ha aparecido un tipo de una entidad de crédito privada con la que Mikael tiene una gran deuda. Parece que ha cargado una elevada hipoteca sobre la granja, y ahora vence el primer plazo.

Tekla miró atónita a Nora y sacudió la cabeza.

—¡Pero no puede ser! ¿Para qué necesitaría Mikael tanto dinero?

Nora se encogió de hombros.

—Ni idea. Pero no me extrañaría que la noticia hubiera supuesto un choque para Faste y…

El timbre del teléfono móvil de Tekla interrumpió a Nora. Tekla miró la pantalla.

—Es Inger —susurró.

Lisa y Nora intercambiaron una mirada. ¿Había ocurrido lo peor? ¿Acaso Faste no había sobrevivido al ataque al corazón? Nora le cogió a Tekla el teléfono de las manos temblorosas y contestó. Después de escuchar un momento les hizo a Tekla y a Lisa una señal de que todo iba bien y le comentó brevemente a Inger su conversación con Amund.

—Ahora se llevan a Faste en helicóptero al continente, a Bodø. Ese hospital tiene un departamento muy bueno de cardiopatías. Inger lo acompaña —informó Nora una vez hubo colgado.

Tekla tragó saliva y dijo:

—Pero ¿lo superará?

Nora se sentó a su lado y le cogió la mano.

—Su estado es grave, pero estable. Estoy segura de que lo conseguirá. Es fuerte y siempre ha tenido una salud de hierro.

Tekla asintió y se enderezó.

—¿Puedo hacer algo por Inger? ¿No debería ir con ella y hacerle compañía?

Nora sacudió la cabeza.

—Ella te agradecería mucho si pudieras volver a casa y averiguar qué está pasando exactamente —le convino. Tekla asintió y apretó los labios.

Lisa miró a Tekla. Parecía muy perdida y aterrorizada. Lisa miró a Nora y le señaló la orilla con un movimiento de la cabeza. Nora asintió, se levantó y siguió a Lisa unos pasos.

—No creo que debamos dejarla sola así —dijo Lisa.

—Yo también lo estaba pensando —contestó Nora—. Quién sabe lo que estará pasando en la granja. Las entidades de crédito emplean métodos brutales.

Lisa miró a Nora. Se hicieron un gesto para comprobar que estaban de acuerdo y volvieron con Tekla.

—Iremos contigo —anunció Nora.

Tekla las miró asombrada. Una sonrisa vacilante le iluminó el rostro palido.

—¿Lo haríais?

Lisa y Nora asintieron.

—Para eso está la familia —dijo Nora—. Y al fin y al cabo nosotras pertenecemos a esta familia.

Lisa sintió que se le ponía la piel de gallina. Le sonaba extraño, pero al mismo tiempo agradable.

—Apenas conoces a esa gente —dijo Marco—. No pueden pretender que lo dejes todo aquí para echarle una manita a esa Tekla.

Lisa hizo una mueca de impaciencia. Entendía que se pusiera nervioso, seguro que ella en su lugar también se enfadaría, pues había retrasado de nuevo el vuelo de regreso. Por otro lado, tenía un motivo de peso para hacerlo, y le ponía furiosa que Marco no lo entendiera.

—Nadie espera eso de mí, he sido yo la que me ofrecido —contestó, y se esforzó por emplear un tono tranquilo—. Estoy segura de que tú harías lo mismo. Tekla está aturdida. Su único hermano corre peligro de morir, su sobrino ha puesto en juego la existencia de toda la familia y su padre es muy anciano y apenas tiene aguante. Nora solo se puede quedar unos días, tiene que volver a su trabajo en Oslo, así que Tekla se quedaría completamente sola —le explicó Lisa. Se mordió el labio inferior un momento. Por supuesto, Tekla no se quedaría tan sola, al fin y al cabo Amund estaba en la granja. Prefería no pensar por qué no se lo había mencionado a Marco.

—Aun así, no lo entiendo —insistió Marco—. ¿Por qué de repente es tan importante esa gente? ¿Es que no significo nada para ti?

—Por favor, Marco —le interrumpió Lisa—, esto no tiene nada que ver contigo ni con nuestra relación. Simplemente siento la necesidad de quedarme ahora con Tekla. Me ha acogido con mucho cariño, sería muy ruin por mi parte desaparecer ahora.

Marco rezongó.

—¿Y cuánto va a durar esto?

—Aún no lo sé —contestó Lisa—. Primero tenemos que averiguar qué está pasando exactamente.

—¿Una conversación difícil? —preguntó Nora cuando Lisa volvió con ella y Tekla, que estaban sentadas en la sala de espera del moderno y espacioso aeropuerto de Bodø. Lisa torció el gesto y se metió el teléfono móvil en el bolso.

—Se siente muy decepcionado porque le he vuelto a dar largas.

Tekla miró a Lisa preocupada.

—No quiero que tengas problemas por mi culpa —dijo.

Lisa se sentó a su lado.

—No te preocupes, no es tan grave.

—¿Y qué pasa con tu trabajo? —repuso Tekla.

—He podido retrasar el siguiente encargo, no pasa nada —la tranquilizó Lisa.

A Tekla se le iluminó el rostro.

—Por lo menos ahora puedes fotografiar algunas granjas antiguas de la zona para tu reportaje.

Lisa se quedó sorprendida un momento. ¿Qué reportaje? Nora, que ya sabía que ese supuesto encargo solo era una excusa para poder buscar pistas sin que se le notara, le sonrió con disimulo.

Lisa se aclaró la garganta.

—Es verdad, ya no pensaba en eso —dijo con sinceridad. Y añadió con franqueza—: Es muy buena idea.

El sol que les había acompañado durante los últimos días se quedó en la provincia de Nordland. Todo el Eidsfjord, al que llegaron por la tarde, estaba cubierto de nubes oscuras y llovía a cántaros. Los pocos metros que recorrieron sin cobijo del taxi a la puerta de casa fueron suficientes para que las tres quedaran empapadas.

—Qué sensación de decaimiento —comentó Nora, y añadió con brusquedad—: Este ambiente le va como un guante a nuestra situación actual.

Tekla enseguida subió a la primera planta al dormitorio de Finn para informarle con el mayor tacto posible del estado de su hijo. Nora y Lisa prepararon un té en la cocina y pusieron la mesa para la cena.

—¿Finn comerá con nosotros? —preguntó Lisa mientras sacaba los platos de un armario.

Nora se encongió de hombros.

—Ni idea. Creo que no. Seguro que estará muy afectado por la noticia del ataque de Faste.

Lisa se sintió aliviada, prefería evitar un reencuentro con el anciano.

—Seguro que se acostumbrará a ti —dijo Nora, pues habían comentado con Lisa la actitud de rechazo que mostraba Finn hacia ella.

—Déjame que lo dude. Al fin y al cabo el parecido entre su hermana gemela y yo es evidente. Parece haberme traspasado su resentimiento hacia ella sin reducirlo ni lo más mínimo.

—Puede ser, pero cuando te conozca mejor enseguida verá que eres una persona totalmente distinta —dijo Nora.

Un ruido hizo que se dieran la vuelta. Amund, que había entrado en la casa sin que ellas se dieran cuenta, estaba en la puerta. Al ver a Lisa hizo una mueca de sorpresa sin querer, luego se volvió con brusquedad hacia Nora y le preguntó algo en noruego. Nora hizo caso omiso de su tono gruñón, le sonrió con amabilidad y contestó en inglés:

—Lisa está aquí porque quiere ayudar, y porque pertenece a la familia. Por cierto, yo también, tenemos la misma abuela. Pero es una historia complicada. Ahora deberías explicarnos primero qué pasa exactamente con la deuda de Mikael. Estaría bien que hablaras en inglés, Lisa acaba de empezar a aprender noruego.

Amund se sentó a la mesa con el gesto contrariado y cruzó los brazos en el pecho. Nora miró a Lisa y le hizo un gesto de resignación a sus espaldas, antes de que ella también se sentara. Lisa sirvió el agua hirviendo en la tetera y escogió un lugar lo más alejado posible de Amund.

—¿Cómo está Faste? —preguntó.

—Desde el punto de vista médico bastante bien —contestó Nora—. La rápida intervención de los médicos evitó daños permanentes en el miocardio. Pero nos preocupa más su estado de ánimo. Está muy decepcionado con Mikael y no se sobrepone a su traición, y eso no ayuda a su recuperación.

—¿Mikael ha llamado por fin? —preguntó Lisa.

Amund sacudió la cabeza sin mirarla. Nora estuvo a punto de hacer un comentario sobre su actitud poco amable, pero la aparición de Tekla se lo impidió. Lisa se estremeció al ver a Tekla. La preocupación había dejado huellas visibles: era increíble que fuera la misma mujer que Lisa había conocidos dos semanas antes. Las mejillas sonrosadas ahora estaban pálidas, y una profunda arruga se dibujaba en vertical entre las cejas. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era que sus ojos habían perdido el brillo alegre.

—¿Cómo se lo ha tomado? —preguntó Nora.

Tekla se sentó en el banco del rincón y sacudió la cabeza, preocupada.

—No sé qué decirte. Es muy cerrado. Me ha pedido que me fuera.

Nora acarició el brazo de Tekla.

—Tú ahora tranquilízate, de lo contrario también te dará un colapso.

Tekla esbozó media sonrisa y cogió la taza que Lisa le había ofrecido. Tras un breve silencio se volvió hacia Amund y le pidió que le explicara de una vez qué había ocurrido en su ausencia.

—Ayer por la mañana pasó por aquí un hombre de traje muy acicalado buscando a Mikael. No me creía cuando le decía que no estaba, y se puso muy impertinente. Al final acabó agitando un contrato de préstamo con la firma de Mikael y dijo que él iba a recibir su dinero, por mucho que Mikael se escondiera de él. —Amund se levantó y abrió un cajón del que sacó un montón de hojas grapadas—. Esto es una copia del contrato. —Señaló un párrafo—. Aquí dice que Mikael ha puesto como garantía la mitad de la granja.

Nora y Lisa intercambiaron una mirada de desconcierto.

—¿Cómo puede tomar prestado dinero a cuenta de la granja? Es propiedad de sus padres —dijo Nora.

—No del todo —intervino Tekla—. Hace dos años Faste le dio la mitad. Quería que Mikael se comprometiera más con la granja, y esperaba vincularlo más a la caballeriza con el reparto.

Nora soltó un bufido y Lisa dijo:

—Pues le ha salido el tiro por la culata.

Nora agarró el contrato y lo leyó por encima. En un determinado momento se le salieron los ojos de las órbitas.

—¡No me lo puedo creer! ¡Mikael ha pedido prestados cuatro millones de coronas! —exclamó—. Eso son aproximadamente quinientos mil euros.

Tekla se vino abajo.

—¿Para qué necesita tanto dinero?

Lisa y Nora miraron a Amund, pero él no sabía nada.

—¿A cuánto asciende la mensualidad que vence ahora? —preguntó Lisa.

Nora lo consultó en el contrato.

—Cuatrocientas mil coronas, aproximadamente cincuenta mil euros.

—¿Y de cuánto tiempo disponemos para pagarlo? —le preguntó Tekla a Amund.

—Ese tiburón de los créditos nos ha dado tres días —contestó—. Si no recibe su dinero, emprenderá acciones judiciales.

Nora arrugó la frente.

—¿Qué acciones judiciales?

—Supongo que se refiere al embargo de objetos de valor.

—¿Tenéis algún tipo de ahorros? —preguntó Lisa.

Tekla se encogió de hombros.

—De la contabilidad se encarga mi hermano. Por lo que yo sé, la mayoría de bienes se encuentran en la granja y los terrenos.

Amund asintió.

—Sí, es verdad. Además, hace poco Faste invirtió una gran cantidad en comprar un tractor y un remolque de caballos nuevos. Por no hablar de los costes de la reforma del tejado del granero y algunos boxes de los caballos.

Se dirigieron a la habitación contigua al salón, donde Faste tenía montado su despacho, para hacerse una idea exacta de la situación económica. Antiguamente había servido de sala de labores. En un rincón había una estufa de hierro colado. Lisa enseguida se imaginó a Tekla de joven, escuchando cuarenta años antes por una tapa de esa estufa la conversación de la sala de al lado que se produjo tras recibir la carta de Simone.

Tekla abrió un armario y sacó una carpeta con recibos bancarios y otros documentos que examinaron juntos. Al cabo de media hora tenían claro que efectivamente la granja de los Karlssen apenas disponía de efectivo. Faste e Inger tenían, igual que Tekla, un seguro de vida, y la cuenta del negocio tenía el saldo positivo, pero las cuatrocientas mil coronas superaban en más de diez veces el margen económico.

—¿Cómo demonios vamos a aflojar tanto dinero en tres días? —preguntó Nora, y se dejó caer en una butaca junto a la estufa—. La cantidad que figura en mi libreta de ahorro por desgracia es insignificante —añadió.

—Podría vender mi seguro de vida —propuso Tekla, que estaba sentada tras el escritorio. Lisa, que estaba de pie junto a la ventana, y Nora lo negaron con rotundidad con la cabeza.

—Ni hablar —dijo Nora.

—Además, tardarías más de tres días en poder disponer del dinero —informó Lisa—. Y tendrías grandes pérdidas.

Los cuatro se pusieron a reflexionar en silencio. Lisa libraba una lucha interior consigo misma. Había heredado de sus padres alrededor de sesenta mil euros que tenía en una cuenta de ahorro. Además, la casa de Fráncfort era de propiedad. Simone y Rainer la habían comprado para su hija hacía años, como garantía por si venían malos tiempos, y para ahorrarse el elevado impuesto de sucesiones. ¿Debería hipotecarla? Lisa descartó la idea porque tendría que pagar los intereses. Además, seguro que tardaría demasiado en disponer de la suma necesaria. Del dinero de la libreta de ahorro, en cambio, podía disponer enseguida, pero se lo había prometido a Marco como depósito para la nueva agencia. Se mordió el labio inferior y cerró un momento los ojos.

—Yo puedo ayudar —dijo Lisa de inmediato. Nora y Tekla la miraron sorprendidos, y Amund, que estaba sentado en el borde del escritorio, levantó una ceja en un gesto escéptico—. Mis padres me dejaron unos sesenta mil euros. Los tengo en una libreta de ahorro, así que no hay problema para transferirlos ahora mismo a esa entidad de crédito.

—Es una oferta muy generosa —dijo Tekla. Se levantó y se acercó a Lisa—. Pero no podemos aceptarla.

—¿Por qué no? —repuso Lisa—. De momento no veo otra salida. Así nos damos un respiro y podemos pensar con tranquilidad cómo proceder.

Tekla sacudió la cabeza indecisa.

Nora se levantó de un salto.

—Lisa tiene razón. Y piensa también en Faste. La granja quedaría fuera de peligro. Así tal vez se calmaría un poco y le devolvería las ganas de vivir.

Aquel argumento fue decisivo, pero Tekla insistía en aceptar el dinero de Lisa solo como préstamo que en todo caso se devolvería.

—Aunque no puedo decirte cómo ni cuándo será —se excusó. Era obvio que la incomodaba tener que aceptar la oferta de Lisa.

Nora le dio un achuchón y le dijo, mientras le guiñaba el ojo a Lisa:

—Eso no tiene nada que ver contigo —le explicó—. En general a los noruegos les cuesta tener deudas.

A Tekla se le sonrojaron las mejillas, y miró al suelo cohibida.

—Pero todo queda en familia —dijo Lisa, y acarició el brazo de Tekla—. De verdad que lo hago con mucho gusto.

Tekla la abrazó con ternura y se despidió para ir a ver a su padre y hablar por teléfono con Inger.

Amund había seguido la discusión con un gesto inexpresivo. Lisa decidió no hacerle caso mientras pudiera. No quería que ese gruñón la confundiera. Cuando miró hacia él por casualidad, vio que la estaba observando fijamente. Ella enseguida se dio la vuelta, pero no había duda. Aquella mirada no era de rechazo como de costumbre, sino de admiración. La invadió una sensación agradable y se estremeció. Maldita sea, ¿por qué le importaba tanto lo que aquel hombre pensara de ella?

—¿Te pasa algo? —preguntó Nora.

—Sí, claro —se apresuró a contestar Lisa—. Solo me preguntaba qué haríamos para conseguir el dinero para el siguiente plazo. ¿Cuánto tiempo nos queda hasta entonces?

Nora no lo sabía.

—Voy a coger el contrato, se ha quedado en la cocina.

—No es necesario —dijo Amund—. El siguiente plazo vence en medio año.

Lisa asintió.

—Bueno, entonces tenemos que reunirnos pronto para dar ideas —propuso. Nora bostezó con toda su alma y dijo:

—Buena idea, de verdad. Pero ahora necesito reposo.

El bostezo de Nora fue contagioso. En ese momento Lisa se dio cuenta de lo agotada que estaba tras aquel día lleno de emociones. Como de momento no había huéspedes de vacaciones en la granja, Lisa y Nora se instalaron en la cabaña en la que Lisa había vivido antes.

Nora solo se quedaba dos días hasta volver a su trabajo en Oslo, de modo que tenían que aprovechar bien el tiempo para averiguar dónde se había metido Mikael y hacer planes. Al principio les pareció imposible: Mikael había desaparecido de la faz de la tierra. Ninguno de sus amigos a los que llamaron pudo ayudarles. Los intentos de pensar en posibilidades de aumentar los ingresos de la caballeriza fueron infructuosos.

—¿Por qué no ofrecéis vacaciones con clases de equitación? —preguntó Lisa. Estaba sentada con Nora y Tekla en el despacho, comprobando el plan de ocupación de las cabañas, donde aún aparecían algunos huecos—. Si lo he entendido bien, sobre todo aquí se alojan aficionados a la pesca que no ocupan del todo vuestra capacidad, ¿no?

—Sí, hasta ahora no nos importaba mucho —contestó Tekla.

—Pero la granja es ideal para vacaciones familiares —dijo Lisa—. Se me ocurrió la idea cuando estuvieron aquí los tutelados de Nora.

—Madre mía, realmente es una idea genial —dijo Nora—. En verano yo puedo disponer de tiempo libre sin mucho problema porque en vacaciones no tenemos que ocuparnos de tantos niños. Podría ofrecer el cuidado de los niños para que los padres también puedan hacer algo sin ellos. Y Amund podría dar clases de montar a caballo y organizar excursiones.

Tekla levantó la mano.

—Suena muy prometedor, pero ¿cómo vamos a encontrar interesados tan rápido?

—Ya lo he estado pensando —dijo Lisa—. Lo mejor es por internet. Abriremos una página web en la que la gente pueda hacerse una idea de la granja y nuestra oferta. Además, debemos anunciarnos con portales turísticos y agencias de viajes.

Nora asintió entusiasmada.

—Y yo puedo hacer publicidad en Oslo, por ejemplo en escuelas y organizaciones juveniles. Tampoco estaría mal poner anunciarnos en los periódicos.

Tekla se sentía dividida.

—¿No es muy caro encargar una página web? Deberíamos encargárselo a un profesional para que sea un poco seria —intervino.

—Por supuesto —confirmó Lisa—. Pero no tiene por qué ser caro.

Nora y Tekla se miraron intrigadas.

—Primero quiero comprobar si os estoy dando falsas esperanzas, pero yo creo que funcionaría —dijo Lisa.

Al día siguiente por la tarde Lisa consiguió hablar por teléfono con su amiga Susanne.

—Siento no haberte devuelto la llamada —se disculpó Susanne—, pero tenía turno especial en el restaurante y se me olvidó oír el contestador.

—Suena a estrés —dijo Lisa.

Susanne soltó un suspiro.

—Y que lo digas. Si no estuviera casi arruinada, cogería vacaciones ahora mismo y tomaría el primer vuelo, a donde fuera. Lo principal es que sea muy lejos. Pero basta de lamentos, ¿cómo estás?

Lisa se aclaró la garganta y le contó a Susanne los dramáticos sucesos de los últimos días.

—Ahora queremos intentar aumentar los ingresos de la granja —finalizó su relato—. Y en eso puedes sernos de gran ayuda.

—¿Yo? —preguntó Susanne.

—Sí, necesitamos una buena página web. Por desgracia de momento no te puedo pagar mucho, pero si quieres puedes pasar aquí las vacaciones. Por supuesto, de los gastos del vuelo me hago cargo yo y…

—Acepto —le interrumpió Susanne.

—¿De verdad te parecería bien? —preguntó Lisa—. Ya tengo mala conciencia por no pagarte como es debido.

—No hace falta —dijo Susanne—. Estoy sin blanca, ¡unas vacaciones así es justo lo que necesito! Espero poder coger días libres en junio. Además, tengo muchas ganas de conocer a tu familia noruega.

Al día siguiente por la mañana a Lisa le costó despedirse de Nora. Se había acostumbrado a tenerla a su lado como compañera de batalla.

—Yo también preferiría quedarme aquí —dijo Nora cuando el taxi apareció en la entrada—. Pero pasado mañana es un festivo nacional, así que tengo que estar en Oslo y hacer compañía a nuestros niños. A diferencia de otros muchos países, en Noruega no hay desfiles militares, sino coloridas procesiones de niños y bandas de música. En Oslo pasan por delante del palacio y la familia real, que están en un balcón, saludando.

—Me gustaría estar —dijo Lisa.

—Sí, en Oslo, claro, es especialmente bonito, pero se celebra en todo el país. Ya lo verás —la consoló Nora.

—¿Y qué se celebra exactamente? —preguntó Lisa.

—La primera constitución noruega y la liberación del país del largo dominio danés —contestó Nora.

Tekla, que acababa de salir de la casa para despedirse de Nora, sonrió a Lisa.

—Me encantaría que me acompañaras el día diecisiete —dijo—. Estoy segura de que te gustarán nuestros desfiles en Nordfjordeid. De hecho hay varios —añadió con orgullo.

Lisa sonrió y le dio un abrazo a Nora, que ya había metido su maleta en el taxi.

Tras la marcha de Nora, a Lisa el día le pasó volando. Esperaban a algunos pescadores en la segunda mitad de mayo que se alojaban desde hacía años en la granja en aquella época para pescar truchas asalmonadas en el Eidselva. Lisa limpió las cabañas reservadas para ellos y fue con Tekla al centro comercial del pueblo para comprar provisiones para el desayuno, que estaba incluido en el precio por noche. Más tarde estuvo ayudando a Tekla en el huerto que había detrás de la casa a arrancar las malas hierbas. Finalmente dejó que le enseñara cómo se plantaban tomates, pepinos, apios y otras verduras, pues Tekla tenía que ir a un ensayo del coro de la iglesia, que debía actuar en la misa del día festivo.

Cuando más tarde Lisa se enderezó después de tanto rato agachada de estar trabajando en los bancales, soltó un gemido de dolor. Sentía la espalda como si tuviera los nervios mal colocados. A pesar de que soplaba un viento fresco, estaba empapada en sudor. No recordaba cuándo fue la última vez que se había sentido así de exhausta físicamente. Intentó moverse lo mínimo y salió rígida del huerto. Torolf, el perro negro de Amund, se acercó a ella meneando la cola desde el patio y saltó encima de ella.

—Calma, por favor —exclamó Lisa, al tiempo que intentaba apartar al perro. Su espalda reaccionó en el acto con punzadas de dolor, torció el gesto y se llevó las manos a las lumbares.

En aquel momento apareció Amund. A paso ligero empujaba sin aparente esfuerzo una carretilla pesada cargada hasta los topes de paja desechada. Con gran ímpetu la volcó en el estercolero, que se encontraba un poco apartado del huerto. Al ver a Lisa, apareció un brillo burlón en sus ojos. Ella lo fulminó con la mirada. Imaginaba muy bien la pinta que tenía sin necesidad de verse en un espejo: con la cara como un tomate, cubierta de tierra por todas partes y los rizos cortos dispuestos como un payaso de la brisa marina, húmeda y salada. De nuevo se encontraba en una situación humillante, y ese tipo tan grosero disfrutaba con ello. Apretó los dientes, se enderezó y pasó por delante de él con toda la dignidad posible.