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Nordfjordeid, principios de mayo de 2010

Lisa retiró el nórdico, sacó las piernas por el borde de la cama y se levantó. Un intenso dolor le recorrió la pierna derecha. Se dejó caer sobre la cama con un grito. Maldita sea, se había olvidado por completo del tobillo herido, mejor dicho, esperaba que durante la noche se le calmara el dolor. Se inclinó para verlo, tenía el tobillo derecho muy inflado, estaba caliente y le dolía solo con mirarlo. Una señora torcedura. «¡Genial, lo que me faltaba!», pensó. Fue a la pata coja hasta el baño de la cabaña y pensó cómo organizar ahora su viaje. Podía olvidarse del vuelo que proponía Marco de las diez de Sandane a Oslo. Antes tenía que ir al médico y que le pusieran una tablilla de esas tan prácticas para tener una movilidad relativa. El año anterior Susanne llevó una por un accidente de esquí y estaba bastante contenta con ella.

Lisa se estaba lavando los dientes cuando llamaron a la puerta. ¿Quién podía ser, a esas horas de la mañana? Escupió enseguida la espuma, se puso la bata y fue cojeando hasta el salón. Mientras abrían la puerta por fuera, una voz aguda preguntó en un inglés perfecto si se podía entrar. Era una chica joven de aspecto atlético, aproximadamente de la edad de Lisa. El rostro enjuto de pómulos salientes, que a Lisa le pareció bastante exótico, estaba enmarcado por una media melena de color castaño oscuro. En todo caso no se parecía a los rostros noruegos que había visto hasta entonces.

—Hola, soy Nora —se presentó la chica, y le tendió la mano a Lisa—. Amund ha pensado que tal vez necesitabas ayuda —añadió mirándole el tobillo inflado, y torció el gesto—. ¡Vaya, eso tiene muy mala pinta!

Lisa hizo un gesto para quitarle importancia.

—No es para tanto. De verdad, me las apañaré.

Nora la miró con una leve sonrisa.

—No te preocupes, me gusta ayudar.

Antes de que Lisa pudiera replicar algo, Nora entró con una bandeja.

—Tekla te ha preparado el desayuno. Quería traértelo ella misma, pero ahora tiene muchas cosas que hacer —le explicó, y dejó la bandeja cargada encima de la mesa, junto a la ventana.

Lisa miró la bandeja con sentimientos encontrados. En realidad no tenía tiempo para un desayuno abundante, tenía que ir sin falta a un médico y luego al aeropuerto si quería llegar a Hamburgo por la noche. Pero ¿quería llegar?

—No os lo toméis mal… —empezó, y de pronto dijo—: ¡Muchas gracias, es muy amable por tu parte! —Se sentó en una silla y le hizo un gesto a la chica para invitarla a sentarse en la de enfrente—. ¿Te apetece desayunar conmigo? Hay suficiente para tres o cuatro personas.

Nora sonrió.

—Sí, por lo visto Tekla piensa que estás demasiado delgada. —Miró un momento el reloj y se sentó—. Te haré compañía encantada, yo tampoco he comido nada. Y aún queda un rato hasta que se levanten los niños.

Lisa sonrió, encantada. Nora parecía una persona sencilla y accesible. Le pareció simpática a primera vista.

—No te he visto a ti ni a los niños en la granja —dijo—. ¿Cuántos tienes?

Nora la miró desconcertada y se echó a reír.

—Ah, no, yo no tengo hijos, solo cuido de algunos. Llegamos ayer por la tarde —aclaró.

Mientras las dos mujeres saboreaban los panecillos recién hechos, Nora le habló de su trabajo con los niños con «problemas de conducta» a los que cuidaba. De vez en cuando se llevaba a algunos a pasar unos días en la granja.

—Para muchos es la primera vez que salen de Oslo y ven una granja de verdad —le explicó—. Me parece muy importante que por lo menos tengan una idea de lo que es la vida en la naturaleza.

—¿Eres de Oslo? —preguntó Lisa.

—Sí, me crie allí —contestó Nora—. En realidad yo también soy una urbanita, pero antes pasaba prácticamente todas las vacaciones aquí, en la granja. En el fondo son mis orígenes.

Lisa asintió.

—A mí me pasa algo parecido con la casa de mis abuelos y mi tío. Era una constante esencial en mi vida. Mis padres se mudaban cada dos o tres años, a mí me parecía emocionante y me adapté bien, pero también necesitaba tener la certeza de que existía un lugar donde nada cambiaba.

Nora y Lisa se sonrieron, y cada una quedó atrapada por un momento en sus recuerdos. Hasta entonces Lisa había conocido a muy pocas personas con las que conversar con tanta confianza desde un principio, y con quien las pausas silenciosas no resultaran incómodas, sino agradables.

—Bueno, tengo que irme —dijo Nora poco después, al tiempo que consultaba el reloj—. Si te parece bien, volveré más tarde. Tienes que contarme tu proyecto fotográfico. Tekla está entusiasmada con él.

Lisa sacudió la cabeza.

—Lo siento, pero ya no estaré. Tengo que irme. —Señaló el tobillo inflado—. ¿Sabes dónde puedo encontrar un médico por aquí?

Nora asintió.

—Hay un buen hospital al otro lado de la montaña. Si quieres te puedo llevar hasta allí. ¿Quedamos en dos horas?

Lisa quiso aceptar la oferta por instinto, pero se contuvo.

—Gracias, pero prefiero llamar a un taxi ahora mismo.

Nora la miró preocupada.

—¿Te duele? Bueno, entonces podría llevarte ahora mismo.

Lisa sacudió la cabeza.

—No, no, no pasa nada, pero tengo que volver hoy a Alemania.

—Ah, qué lástima. Pensaba que te quedabas tres días más —dijo Nora.

—Yo también —confirmó Lisa—, pero mi novio me pidió anoche que volviera antes. Queremos comprar una casa y nos han hecho una oferta fantástica de improviso.

Nora asintió.

—Ya entiendo, y por supuesto no podéis dejarla pasar.

Lisa torció el gesto.

—Si te soy sincera, en realidad yo no tengo tanta prisa.

Nora se quedó perpleja.

—¿Entonces por qué te estresas de esta manera? Vete mañana. ¿O realmente depende de veinticuatro horas?

Lisa sacudió la cabeza.

—Tienes razón. Además, no tengo ninguna gana de ir con prisas. —Con esas palabras reconoció lo poco que le convenía aquella partida precipitada.

—¿Entonces te recojo más tarde? —preguntó Nora, y salió de la cabaña cuando Lisa se lo confirmó con un gesto.

Lisa encendió el portátil y comprobó su correo electrónico. Además de algunos correos de publicidad y una solicitud de un encargo encontró un mensaje de Marco que había escrito a primera hora de la mañana antes de irse a la oficina. Allí su jefe lo abrumaba con trabajo antes de que se fuera de la editorial, con una reunión tras otra, y además tenía que formar a su sucesor.

«Por suerte ya veo el fin a esta locura —escribía—. Ahora sobre todo me hace ilusión verte y cuento las horas hasta que nos veamos esta noche. Dime si coges el vuelo que te busqué, y cuándo aterrizas exactamente. Intentaré por todos los medios ir a buscarte al aeropuerto». Lisa se mordió el labio inferior. La mala conciencia volvía a hacer de las suyas. La verdad es que Marco no lo ponía nada fácil. Por supuesto que le parecía bonito que la esperara con tanta ilusión, pero se sentía presionada. Se alegraba de no poder contactar por teléfono con él durante las horas siguientes porque estaba atendiendo a clientes y asistiendo a reuniones. Le resultaba más fácil hacerle promesas y describir con cierto dramatismo el estado de su tobillo torcido.

Cuando Lisa hubo enviado el correo electrónico, se reclinó en la silla aliviada y miró por la ventana: unas nubes negras pendían sobre el fiordo, seguro que pronto llovería. A Lisa le gustaba la idea. Se estaba tan a gusto en su cabaña que disfrutaría del escaso lujo de un perezoso día de lectura. Con una sonrisa de satisfacción, puso el pie herido en la silla de al lado, cogió su novela policiaca y abrió por la página donde estaba el punto de libro.

Poco después volvieron a llamar a la puerta. Ella alzó la vista sorprendida y se estremeció sin querer cuando entró Amund. Por lo visto seguía empeñado en entenderse con ella solo en noruego. Lisa le escuchó aturdida hasta que señaló su tobillo y luego una cacerola con una pomada que le había llevado. Sin esperar a su reacción, el chico se arrodilló delante de ella, apoyó el pie herido con cuidado en su muslo y le puso la crema en el tobillo con un masaje.

Lisa se puso tensa y miró desconcertada la coronilla rubio platino de Amund. El roce de sus dedos fuertes y largos, que se deslizaban con movimientos suaves y en círculos por la hinchazón, le provocaba escalofríos agradables en todo el cuerpo. Cerró los ojos y por un instante se sumergió en aquella agradable sensación. Cuando los volvió a abrir, vio directamente dos ojos de color azul claro que la observaban con intensidad. Lisa sintió que se acaloraba. Amund bajó enseguida la cabeza y apretó sin querer el tobillo de Lisa.

—¡Ay! —se quejó ella. Sintió de nuevo el dolor, se esforzó por no mirar más a Amund.

Desvió la mirada hacia la tapa del bote de pomada, en la que había dibujada una cabeza de caballo. ¿Le estaba untando una pomada para caballos? Lisa reprimió una risa histérica. No había duda que para ese Amund los caballos eran la medida de todas las cosas. Lo que era bueno para ellos, no podía hacer daño a las personas. A Lisa no le habría extrañado que se hubiera puesto a hablarle en tono suave como al caballo que tenía miedo del remolque. Aunque estaba claro que con los caballos era más amable.

Amund terminó el masaje y le vendó el tobillo. Sin volver a mirar a Lisa, se puso en pie y se fue de la cabaña en silencio. Lisa se quedó sin poder decir su «Tusen takk» para darle las gracias.

Ella lo siguió con la mirada, aturdida. Era un tipo curioso. ¿Por qué la trataba con tanta aspereza? ¿O era así con todo el mundo? Pero en ese caso no habría ido al concierto en un bar abarrotado. Si no recordaba mal, estuvo conversando animadamente un rato con el dueño del bar. ¿Acaso sentía un rechazo especial hacia ella? Pero ¿por qué la ayudaba? Aquel hombre era un misterio. «Un misterio que tú no puedes desvelar», se dijo Lisa, y volvió a sumergirse en el libro.

Tal y como había prometido, Nora regresó a última hora de la mañana para llevar a Lisa al hospital. Le pusieron una tablilla para poder apoyar el pie herido y caminar. De todos modos, la doctora le aconsejó tener el pie en alto por lo menos hasta el día siguiente y no cansarse mucho para acelerar la recuperación.

—Será mejor que hagas caso a la doctora y te cuides de verdad hoy. Mañana tendrás el tobillo fastidiado —dijo Nora cuando volvieron a la cabaña de Lisa. Lisa asintió automáticamente. Nora tenía razón, seguro que la vuelta a casa al día siguiente sería agotadora—. Mañana se celebra la certificación de caballos de los fiordos —continuó Nora—. Como todos los años, el primer fin de semana de mayo. Y el sábado siempre hay un desfile festivo de todos los participantes con sus caballos por la ciudad, antes de que se entreguen los premios. No deberías perdértelo.

—Suena interesante —dijo Lisa—. Si me explicas qué es una certificación de caballos…

Nora sonrió.

—Disculpa, cuando uno ha crecido en una caballeriza olvida fácilmente que no todo el mundo sabe de caballos —se excusó—. Bueno, un semental que va a ser introducido en la cría antes tiene que superar una prueba de rendimiento y cumplir con ciertos requisitos. Si cumple todas las exigencias, recibe una licencia y se puede utilizar como semental. Yo tampoco conozco los detalles, son cosas para especialistas como Faste, el hermano de Tekla, o Amund.

—¡Nora, Nora! —gritó una voz de niño, y un chiquillo pequeño y delgado salió corriendo entre los arbustos de delante de la cabaña. Tenía el pelo negro azabache y la tez oscura. Lisa supuso que sus padres debían de ser de Pakistán o de la India. Exaltado, el pequeño soltó una parrafada en noruego a Nora, por lo visto quería que fuera con él.

Nora sonrió a Lisa.

—Me temo que tengo que dejarte de nuevo. Los niños quieren ir a la revisión de los de tres años. Este año Faste ha inscrito también a un caballo de su establo. —El niño agarró la mano de Nora y tiró de ella con impaciencia. Nora le acarició el pelo y se volvió de nuevo hacia Lisa mientras caminaba—. Entonces, ¿hasta mañana?

Lisa sonrió.

—¡Claro! Ya tengo ganas —contestó, antes de darse cuenta de que ya no estaría allí.

¡Der kommer Sofin! —El niño daba brincos de aquí para allá de la emoción mientras señalaba a un caballo. Lisa estaba al lado de Nora y sus cuatro protegidos en el borde de Rådhusvegen, y enfrente tenía lugar el desfile de los sementales. La avanzadilla, la banda de instrumentos de viento de la comunidad, había pasado media hora antes. Ahora desfilaban los caballos por orden de número de salida, llevados de la mano, montados o delante de coches. Lisa se dejó contagiar por el ambiente alegre y se esforzó por no pensar más en la conversación telefónica que había tenido con Marco la noche anterior.

Como se temía, reaccionó con una gran desilusión cuando le dijo que volvería el lunes.

—¿Estás segura de que no vienes antes porque quieres evitar decidir por una casa u otra? —le preguntó él. Había dado en el clavo, como admitió Lisa para sus adentros. Sin embargo, a él se lo negó escandalizada y le aseguró que estaba muy implicada en sus planes en común.

Amal, así se llamaba el niño de cinco años, acababa de ver a Sofin, el semental de la granja de los Karlssen, guiado por Amund de las riendas. Bhadra, la hermana mayor de Amal, y los dos adolescentes Malfrid y Gerdy le hicieron una señal al mozo de cuadra y lo llamaron por su nombre. Amund les saludó con alegría. Amal soltó la mano de Nora y salió corriendo hacia él, que levantó al niño con una sonrisa y lo sentó en el caballo.

Lisa siguió la escena sorprendida. ¿De verdad ese era el Amund gruñón? Aquel hombre parecía cambiado. Amund le gritó algo a Nora y posó la mirada en Lisa, que le sonrió con amabilidad. Se le ensombreció el semblante y se dio la vuelta enseguida.

—¿Qué le pasa? —preguntó Nora, atónita.

Lisa se encogió de hombros.

—Nada especial, siempre reacciona así cuando me ve.

Nora miró a Amund sacudiendo la cabeza.

Lisa se alegró de que Nora no tuviera ocasión de seguir observando con lupa el peculiar comportamiento de Amund. El último semental pasó por delante de ellos y los espectadores siguieron a los caballos por la calle hacia Fjordhestsenter. Los niños empujaban a Nora ansiosos, sobre todo la pequeña Bhadra, que quería ir detrás de su hermano.

—Ve tranquila —dijo Lisa, que con el tobillo torcido no podía avanzar tan rápido.

Nora le hizo un gesto con la cabeza.

—Tómate tu tiempo. Seguro que el espectáculo aún tardará un rato en empezar.

Cuando Lisa llegó al centro de caballos, realmente había mucha gente delante del picadero, que estaba integrado en un moderno complejo de edificios. En el espacio de delante habían montado una carpa para fiestas que protegía de la lluvia a algunos puestos de bocadillos y pasteles y una barbacoa de salchichas. De momento no llovía, pero las laderas de las montañas estaban cubiertas de nubes espesas, y el aire era pesado y húmedo.

Lisa miró alrededor. Detrás del puesto de pasteles bajo la carpa vio a Tekla Karlssen que repartía dulces entre los protegidos de Nora. Nora estaba un poco apartada con un grupo de jóvenes, entre ellos estaban Mikael y las hermanas Liv y Line, que había conocido la noche anterior. Cuando Nora vio a Lisa, la llamó:

—Justo a tiempo, ahora queríamos entrar y buscar buenos sitios.

Lisa se alegraba de haber llevado la cámara y poder fotografiar la impresionante exhibición. Le gustó especialmente la parte histórica en la que se hacía una exhibición de cómo se transportaban antiguamente cargas a cabañas aisladas en la montaña, poniendo albardas a algunos caballos y atándolos a una caravana. También cosecharon grandes aplausos ocho niñas que bailaron un complejo ejercicio con sus caballos antes de que la banda anunciara el plato fuerte del día: la concesión de licencias y la entrega de premios.

Sofin, el semental de la granja de los Karlssen, había superado las pruebas, y Tekla comentó con un suspiro de alivio:

—Gracias a Dios. ¡Mi hermano se habría llevado una gran decepción si Sofin no hubiera pasado!

La hermana de Faste estaba sentada al lado de los niños y seguía nerviosa las decisiones del jurado del premio. Faste y su esposa Inger estaban sentados con los miembros de la asociación de cría de caballos y hacían gestos de alegría.

Lisa se sorprendió buscando con la vista a Amund. Lo vio en una de las últimas filas de la tribuna de espectadores, conversando con una mujer muy atractiva. Como antes con los niños, Amund parecía relajado y abierto.

Nora siguió la mirada de Lisa. Le dio un golpecito a Mikael en el costado y señaló con la barbilla a Amund.

—¿Es su novia?

Mikael observó a la compañera de Amund.

—Ni idea. No la había visto nunca. Y prácticamente no habla de sí mismo —afirmó, y preguntó con toda la intención—: ¿Por qué te interesa de repente si Amund tiene novia?

Nora hizo un gesto de impaciencia y le dio un coscorrón en la cabeza.

—Siempre pensando en lo mismo. Solo es por curiosidad, ¿de acuerdo?

Mikael sonrió.

—Ya, claro —dijo, y se volvió de nuevo hacia Liv y Line.

¿Eran imaginaciones de Lisa o Nora realmente le había lanzado una mirada cómplice? ¡Qué vergüenza! Lisa se sumergió enseguida en el programa con la esperanza de no haberse puesto roja.