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Fráncfort, abril de 2010

Por la noche, Lisa estaba sentada, tal como había quedado, en el Da Vinci, un restaurante italiano de categoría ubicado en la torre Westhafen de Fráncfort. Contemplaba ensimismada por el ventanal cómo el Meno fluía despacio. Las luces de los edificios iluminados de noche se reflejaban en el agua oscura. Marco se retrasaría unos minutos, aún estaba buscando aparcamiento. Había reservado «su» mesa, en la que ya habían conversado animados varias veces disfrutando de platos deliciosos y exquisitos vinos. Había una rosa de té amarilla en un jarrón, Marco debía de haberla llevado, pues las demás mesas estaban decoradas con tulipanes.

Lisa sonrió. Le hacía ilusión aquella velada. Tras la emocionante inmersión en el abismo de su historia familiar, con tantas preguntas sin respuesta, echaba de menos certezas, y la relación con Marco Köster era una de ellas. No se veían muy a menudo, pero gracias al correo electrónico y al teléfono móvil se comunicaban casi a diario. La última vez que se vieron fue unas tres semanas atrás. Antes de volar hacia Mumbai, Lisa le hizo una breve visita a su novio en Hamburgo, donde trabajaba de reportero gráfico en una revista de arquitectura de prestigio.

Habían pasado cuatro años desde que conoció a ese chico de treinta y tres años, haciendo las fotografías para un reportaje que dirigía él. Al final Marco la invitó a un restaurante elegante de pescado en la orilla del lago Alster para celebrar la excelente colaboración. Se pasaron horas hablando apasionadamente sobre las tendencias arquitectónicas actuales y las ventajas y desventajas de la fotografía digital respecto de la analógica, tuvieron discusiones acaloradas y finalmente se amaron con la misma pasión. Lisa sonrió sin querer al recordar su primera noche juntos, que entonces consideró algo pasajero, pues Marco no ocultaba que se encontraba en una «etapa de orientación» en la que no quería ligarse a una mujer. A Lisa no le molestó, ya que de todos modos en su cambiante estilo de vida no había lugar para una relación estable. Sin embargo, para su sorpresa Marco mantuvo el contacto, la divertía con SMS graciosos y continuaron por correo electrónico su conversación sobre arquitectura y fotografía. Lisa apreciaba aquellas emocionantes discusiones profesionales, aunque la mayoría de las veces tenían visiones distintas, o tal vez precisamente por eso le gustaban.

Ante todo se sentía halagada, y luego enamorada. La abuela de Marco era italiana y dejó en herencia a su nieto la tez cetrina y el pelo de color negro azabache, que contrastaba con los seductores ojos verdes. Marco era sin duda un hombre atractivo.

—Perdona la espera.

Lisa volvió hacia su novio el rostro anguloso con los labios muy arqueados y se levantó enseguida para abrazarle.

—Así tiene más emoción —le dijo en voz baja, a lo que Marco respondió con un beso apasionado.

Después de pedir, Marco agarró la mano de Lisa y la miró a los ojos.

—¡Cara, estoy tan contento de verte! Tengo novedades fantásticas.

Lisa sonrió y le correspondió al gesto.

—A mí también me han pasado cosas —dijo. Marco hizo un gesto con la cabeza para invitarla a hablar. Lisa sacudió suavemente la cabeza—. No, no, tú primero. ¿Qué novedades?

Marco se puso derecho y anunció con un brillo en los ojos:

—Tienes delante al flamante fundador de una agencia de fotografía.

Lisa sonrió, contenta.

—Es… ¡vaya, Marco, muchísimas felicidades! No tenía ni idea de que tus planes estuvieran tan… —Se detuvo y arrugó la frente—. ¿Y qué pasa con tu contrato con la editorial? ¿Puedes irte sin más?

Marco levantó la mano, entre risas.

—Perdona, he exagerado un poco. Aún tardaremos un poquito en arrancar, claro. Pero a partir de junio soy un hombre libre.

Lisa levantó la copa y brindó por Marco.

—¡Por la autonomía!

—¡Y por una buena colaboración! —añadió Marco, y brindó con ella.

Lisa lo miró intrigada.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, por supuesto, eres mi fotógrafa estrella —contestó Marco con una sonrisa.

Lisa levantó una ceja y dijo con cierta ironía:

—Es un halago. Así que puedo ser tu caballo de tiro.

Marco frunció el entrecejo.

—Yo pensaba más bien en una colaboración.

Lisa lo miró sorprendida.

—No lo sé, en realidad aprecio mucho mi independencia.

Marco contestó a sus reparos con un gesto de despreocupación y estuvo a punto de tirar la copa de vino de la mesa.

—La mantendrás —le aseguró, y la cogió de la mano—. Al contrario, así podrás ser tu propia jefa y ya no tendrás que lidiar con clientes caprichosos.

La aparición del camarero con la comida interrumpió la conversación. Lisa miró a Marco, que se abalanzó con gran apetito sobre la dorada al horno. Para él todo era así de fácil. Claro que habían colaborado a menudo, y formaban un buen equipo, pero ¿hacer fotografías para él en exclusiva? ¿Ser socia en su agencia? ¿Jugárselo todo a una carta y dejar en la estacada a los demás clientes de años? ¿Y qué ocurriría si no funcionaban como socios? Siempre era delicado mezclar el trabajo con lo personal.

Marco alzó la vista y advirtió su mirada.

Cara —dijo—, no pienses tanto. Prácticamente oigo cómo te da vueltas la cabeza.

Lisa sonrió cohibida. ¿Tan transparente era?

—Créeme, lo he pensado todo mucho. Encajamos perfectamente, en todos los sentidos —dijo Marco.

—Ya, claro —dijo Lisa—, pero es que…

Marco estiró el brazo y le puso con ternura un dedo en los labios. Metió la otra mano en el bolsillo de la chaqueta, sacó una cajita, le dio una sacudida al mantel y se la entregó a Lisa:

—¿No crees que ya es hora de dejar la vida nómada y casarte conmigo?

Lisa se quedó muda mirando el anillo, que brillaba en la cajita de joyería forrada de terciopelo. Aquel giro inesperado de la velada la desbordó completamente. Su silencio animó a Marco a contarle sus planes con todo detalle.

—He visto algunas oficinas. En HafenCity hay ofertas muy buenas con vistas preciosas. Y para vivir pensaba en un barrio tranquilo, ¿qué te parece Blankenese?

Lisa reprimió una risa histérica. Oía y entendía las palabras de Marco, pero por mucho que se esforzara no lograba entender a qué se refería. ¿De verdad hablaba de ella? ¿Por qué su vida se estaba convirtiendo en un caos? No paraban de sucederse las sorpresas. ¿Qué sería lo siguiente? ¡Una locura, eso es lo que era! El mundo se había vuelto loco, ya nada estaba en su sitio. No podía ser. Marco de repente le proponía matrimonio, ¿o es que ella le había dado sin querer indicios que le habían llevado a tomar esa decisión? ¿O no quería verlos? ¿Y si no era el mundo el que estaba loco, sino ella? «Haz un esfuerzo, Lisa Wagner —se dijo—, te comportas como si te hubiera ofrecido cometer un crimen». Se concentró en mirar los labios de Marco.

—También podríamos ir a Altona, hay casitas bonitas con un jardín grande, ideal para nuestros hijos —estaba diciendo.

Lisa dio un respingo. Ya estaba hablando de tener hijos en común. Lo miró atónita.

Marco esbozó una sonrisa encantadora y le acarició la mano:

—Por supuesto, para eso necesitamos un poco de tiempo. Primero tiene que ir bien la agencia. Pero primero haremos un bonito viaje de luna de miel. ¿Adónde te gustaría ir? Yo imaginaba que…

Lisa interrumpió sin pensarlo aquel discurso y soltó:

—Tengo que ir a Noruega.

Marco se detuvo un momento, sonrió un tanto molesto y dijo, encogiéndose de hombros:

—Si quieres ir allí, ¿por qué no? Podríamos hacer un crucero por los fiordos en verano, por ejemplo.

Lisa sacudió la cabeza.

—Me refiero a que quiero ir ahora. Sola.

—¿Qué se te ha perdido en Noruega? ¿Tu próximo encargo no era en Dubai?

Marco miró estupefacto a Lisa, su voz tenía un deje de enfado que iría aumentando inevitablemente durante los siguientes minutos, ya que Lisa no estaba dispuesta a renunciar a su decisión. Lisa reprimió un suspiro. No había imaginado así la velada con Marco. Con lo mucho que disfrutaba con sus encendidas discusiones, y en aquel momento no tenía ganas más que de irse, sobre todo porque no hablaban de un tema más o menos abstracto, sino de algo muy personal.

Lisa había perdido el apetito. Dejó a un lado el plato de escalopines al vino de Marsala y empujó sin querer la cajita con el anillo. Marco siguió su mirada.

—Si te he cogido desprevenida y necesitas pensarlo, dilo —murmuró.

Lisa lo miró a los ojos. De pronto tuvo la sensación de estar sentada frente a un completo desconocido. ¿Qué sabía en realidad de Marco? ¿Y él de ella? Por primera vez fue consciente de que rara vez hablaban de asuntos privados.

—Siento haberme quedado tan descolocada —dijo Lisa—. No sabes lo que descubrí ayer.

Marco se relajó. La invitó a continuar con un gesto y la miró con atención. Lisa tragó saliva, no era tan fácil de explicar. Era consciente de la confusión que provocaban sus sentimientos encontrados, y el anuncio espontáneo de su viaje a Noruega no solo había sorprendido a Marco, sino también a sí misma. Por la tarde ya le había pasado por la cabeza la idea de ir en busca de pistas al país de su abuela, pero la intención se concretó justo en el momento en que lo dijo en voz alta.

Respiró hondo.

—Bueno, para resumir: mi madre fue adoptada cuando era una niña, poco después de la guerra. Su madre biológica era noruega, y su padre un soldado de las fuerzas alemanas. No sé mucho más, porque mi madre destruyó todas las referencias a nombres y lugares. Parece ser que creyó encontrar a la familia correcta en Noruega, pero solo consiguió un claro rechazo. Luego mi madre enterró el asunto de una vez por todas y nunca me lo contó.

Marco ladeó la cabeza y dijo después de reflexionar un poco:

—¿Y ahora te preguntas quién eres en realidad?

Lisa no salía de su asombro. No esperaba que Marco expresara con tanta precisión sus sentimientos.

—Exacto —admitió Lisa, y miró a Marco con una media sonrisa—. Todo es tan confuso… no puedo creer que no sea pariente de mis tíos de Heidelberg y sus familias.

Marco tomó de la mano a Lisa.

—Estoy seguro de que no por eso te quieren menos.

Lisa asintió.

—Ya lo sé. Pero no cambia el que de pronto sienta un vacío en mi interior. Esa incertidumbre.

Marco miró a Lisa y asintió.

—Lo entiendo, es como si la tierra se hundiera bajo tus pies. Pero ¿tiene sentido que vayas a Noruega de forma tan precipitada?

—No sé cómo explicarlo —dijo Lisa, y se encogió de hombros—. No sé por qué, siento que es importante para mí llenar ese vacío, averiguar quiénes eran mis verdaderos abuelos. ¿No lo entiendes?

—Por supuesto —contestó Maco—, es decir, claro que uno quiere saber de dónde viene. Pero más importante es mirar hacia delante y vivir tu vida. Sobre todo ahora que queremos formar una familia —añadió con una sonrisa—. Puedes hurgar en el pasado más adelante todo lo que quieras.

Lisa retiró la mano y arrugó la frente, pensativa.

—Lo siento, pero yo lo veo de otra manera —dijo.

Cara, ¿no te estarás obsesionando? ¿Qué esperas encontrar, si es que consigues seguir el rastro de esa familia? —preguntó Marco—. Probablemente tu abuela ya no vive. Y si está viva, tal vez te rechace como a tu madre. ¿De verdad quieres arriesgarte a sufrir un desaire?

Lisa lo miró consternada: acababa de detectar y formular sus propias dudas con precisión. Había intentado restarle importancia, pero ahora le costaba fingir indiferencia.

—Tal vez tengas razón —intervino ella—, pero tengo que intentarlo de todas formas. —Marco se dispuso a responder, pero Lisa continuó enseguida y subrayó con alegría—: No estaré fuera mucho tiempo, estaré de vuelta en una semana. —Y añadió con un gesto vago señalando la cajita—: Luego hablaremos con calma de todo.

En el rostro de Marco se leía la decepción.

—¡No me extraña que estés asustada! Apenas conoces a ese tío —afirmó Susanne, y sirvió vino tinto en las copas.

Lisa estaba sentada en la barra del pequeño restaurante donde trabajaba su amiga. Después de la terrible cena con Marco, que se había despedido de ella con monosílabos y se había ido a un hotel —«para que puedas reflexionar con calma», como dijo con cierto tono de reproche—, Lisa se fue en metro al restaurante. No soportaba la idea de estar sola en casa rompiéndose la cabeza.

Susanne se alegró de la visita espontánea de Lisa. Casi había acabado su turno, y ella tampoco tenía ganas de ir a casa.

—¿Qué significa eso de que casi no lo conozco? ¡Hace cuatro años que estamos juntos! —repuso Lisa.

Susanne hizo un gesto elocuente.

—¿Juntos? Perdona, pero para mí eso significa otra cosa. Quiero decir que nunca habéis pasado mucho tiempo juntos, y os veis de vez en cuando. Y ahora hay que pasar de cero a cien para vivir como una familia idílica las veinticuatro horas del día. A mí también me daría miedo.

—A ti te da miedo solo que un hombre se quede a desayunar —contestó Lisa con una carcajada.

—Aún no he encontrado al adecuado —replicó Susanne.

En general, Lisa le daba la razón a su amiga. Estaba de todo segura menos de si valía para convivir con un hombre, o de si Marco era el hombre con el que quería correr ese riesgo. Hacía tiempo que su relación se desarrollaba sobre todo en el espacio virtual.

Susanne levantó la copa. Lisa esbozó una sonrisa amarga y brindó con ella.

—No conseguirás nada especulando —afirmó Susanne con sobriedad—. Por supuesto, puedes pasarte horas imaginando lo maravillosa que sería la convivencia con Marco, pero al final solo con la práctica puedes saber si funciona y si es el hombre adecuado.

Lisa sonrió. Susanne era muy directa, siempre iba al meollo del asunto. Le parecía una pérdida de tiempo andarse con rodeos, algo que Lisa apreciaba mucho.

—Tienes razón —admitió—, pero primero iré a Noruega.

Susanne asintió.

—¿Has averiguado de dónde es tu abuela?

Lisa sacudió la cabeza.

—No, de momento solo tengo un indicio vago. Mañana quiero intentar descubrir algo más.

—Si quieres te ayudo —se ofreció Susanne.

—Sería genial. ¡Muchas gracias!

Susanne le guiñó el ojo.

—Lo hago por puro interés, estoy ansiosa por saber cómo continúa esta historia.

—Estoy segura de que Nordfjordeid es el lugar de origen de la vieja postal que según mi tío Robert estaba guardada en el medallón —dijo Lisa, y se volvió hacia Susanne, que estaba sentada a su lado en el sofá del salón. Las dos tenían los portátiles en las rodillas e investigaban en internet. Susanne dejó su ordenador en la mesa de centro y miró con gran interés la pantalla de Lisa, en la que aparecía la página web con una enciclopedia sobre el ejército alemán durante la época nazi. Lisa señaló una entrada.

—En Nordfjordeid estuvo destinado el 6.º Regimiento de Infantería. Mi tío estaba bastante seguro de que el veterano que había encontrado a mi madre pertenecía a esta unidad.

—Sí —dijo Susanne—, yo también creo que estamos sobre la pista correcta. No he encontrado ningún otro sitio cuyo nombre incluya Nordfjord.

Lisa se rascó el cuello en tensión.

—También he buscado caballerizas y cuadras en la zona. Tu abuela debía de vivir en una granja de caballos —continuó Susanne.

—¿Y? —preguntó Lisa—. ¿Cuántas hay?

Susanne sonrió.

—Nordfjordeid es el lugar de los caballos en Noruega —dijo, y le enseñó el monitor—. Allí está el Centro Noruego del Caballo de los fiordos, el símbolo nacional de Noruega. Te voy a leer una cosa: «No es casualidad que se fundara en Nordfjordeid, pues este lugar es considerado La Meca del caballo de los fiordos».

Lisa soltó un fuerte suspiro.

—Déjame adivinar. Hay granjas de caballos para aburrir. —Se dejó caer hacia atrás—. Sería demasiado fácil que solo hubiera un criador de caballos.

—No te desanimes —dijo Susanne, y le dio una palmadita en el muslo a Lisa.

—Tienes razón. Además, no habrá tantas granjas de caballos cerca de la ciudad que existieran ya en los años cuarenta.

Había tres, como las dos amigas averiguaron en el cuarto de hora siguiente. En una de ellas se criaban vacas lecheras hasta veinte años antes. Quedaban dos, que se encontraban en las orillas del Eidsfjord y a entre dos y tres kilómetros del centro de la pequeña ciudad de Nordfjordeid. En otras granjas de la zona también tenían caballos, pero esas dos estaban acreditadas como criadores de caballos.

—¿Ya sabes qué quieres hacer? —preguntó Susanne—. No creo que puedas aparecer en esas granjas y preguntar a los propietarios por una antepasada que tuvo algo que ver con un soldado nazi.

A Lisa le hizo gracia la imagen, pero al mismo tiempo fue consciente de que en realidad no tenía ningún plan.

—Lo decidiré cuando esté allí —dijo vagamente.

Susanne asintió.

—Probablemente sea lo mejor. Aunque lo lógico es que primero te hagas una composición de lugar.

Lisa se sorprendió y sonrió a Susanne.

—¡Exacto! —exclamó—. Haré como si tuviera el encargo de un reportaje o una sesión de fotos de granjas antiguas.

—Una idea genial. Realmente es una buena manera de acercarte a la gente.

Lisa voló a Hamburgo para volver a ver a Marco. Al día siguiente de la cena en Fráncfort Marco regresó precipitadamente, confuso y herido, a la ciudad de la Hansa. A Lisa se le pasó enseguida el enfado por su falta de comprensión, pensó que seguramente ella habría tenido una reacción parecida. No cambiaba nada respecto de su decisión, pero para ella era importante reconciliarse con Marco antes de partir para Oslo.

—¿Puedes escaparte para comer conmigo?

Lisa estaba en la puerta del despacho de Marco en la editorial. Sorprendido, su novio levantó la mirada de las fotografías que tenía sobre el escritorio. Una sonrisa de satisfacción le iluminó el rostro.

—¡Cara, no te esperaba! —exclamó—. Pensaba que hacía tiempo que estabas con los alces y los troles.

Lisa se acercó a él.

—Tendrán que esperar un poquito. —Se aclaró la garganta—. Marco, me gustaría disculparme —dijo en voz baja, y se quedó quieta frente a su escritorio.

Marco se levantó de un salto.

—¡Pero Lisa, no tienes de qué disculparte! Fui un idiota. No debería haberme marchado sin más. Estás pasando una mala época: primero la muerte de tus padres, luego estas inquietantes noticias. ¡Y yo voy y te dejo sola con todo ese embrollo! —Había rodeado la mesa, miró a Lisa a los ojos y le agarró la mano—. Cara, ¿me perdonas?

Lisa se sintió aliviada. Imaginaba que Marco estaría arisco y se lo pondría mucho más difícil para reconciliarse. Aún tenía presente el comentario de Susanne: «No olvides que tiene la mitad de macho italiano y le has herido el orgullo», dijo. Esta vez su amiga se equivocaba, tenía mucho más sentido de la autocrítica y más sensibilidad de lo que ella pensaba. Lisa sonrió y abrazó a Marco, que la estrechó con fuerza entre sus brazos.

Poco después estaban paseando juntos bajo el cálido sol de primavera por el Binnenalster urdiendo planes para el futuro. Lisa se dejó contagiar por el entusiasmo de Marco.

—¿Tienes que volver ahora mismo a la editorial? ¿O puedes enseñarme rápido la oficina que quieres alquilar? —preguntó.

Marco le sonrió.

—Sí, llevo la llave encima. Espera, que aplazo un momento una cita —contestó, y sacó el teléfono del bolsillo.

Al cabo de un rato estaban en una oficina con tres espacios vacíos inundados de luz en un edificio del barrio nuevo de HafenCity. El noble suelo de parquet relucía y reflejaba los rayos del sol. Lisa se acercó a uno de los ventanales y contempló las impresionantes vistas. Marco la abrazó por detrás y la besó en el cuello.

Cara, apropiémonos de nuestro futuro reino —le susurró con la voz ronca de deseo, y metió las manos debajo del jersey de Lisa. Ella se acercó más a él y sintió que se le aceleraba el corazón.

—¿Y si viene alguien? —dijo.

Marco le dio la vuelta hacia él.

—Eso le da más emoción, ¿no crees? —murmuró, y estiró a Lisa sobre la gabardina que había tendido en el suelo. Lisa se estremeció y le desabrochó la camisa con impaciencia. Estaba ansiosa por volver a sentirle.

Pasada media hora cerraban la puerta de las oficinas. Lisa se atusó el pelo desmelenado con las manos.

Marco sacudió la cabeza y dijo:

—Déjalo así, le queda mejor a mi fierecilla.

Lisa se sonrojó un poco ante la alusión al tempestuoso encuentro con el que habían celebrado su reencuentro y sonrió embobada. Por primera vez vio la imagen que evocaba Marco de una vida y un trabajo juntos como algo factible. La idea de atravesar aquella puerta todos los días con él le parecía tentadora. Le cogió de la mano y le miró fijamente a los ojos.

—Sí, me imagino la vida a tu lado —dijo, y así contestó a la pregunta que había dejado sin respuesta en el Da Vinci.