DÍAS DESPUÉS, ya en la casa de Silvio Manuel, don Juan reanudó su explicación. Me llevó al cuarto grande. Anochecía. El cuarto estaba a oscuras. Yo quería encender las lámparas de gasolina pero don Juan no me lo permitió. Me dijo que tenía que dejar que el sonido de su voz moviera mi punto de encaje para que resplandeciera con las emanaciones de la concentración total y la rememoración total.
Me dijo que íbamos a hablar de las grandes bandas de emanaciones. Lo llamó otro descubrimiento clave hecho por los antiguos videntes, pero dijo que, en su extravío, lo relegaron al olvido hasta que fue rescatado por los nuevos videntes.
—Las emanaciones del Águila se agrupan siempre en racimos —prosiguió—. Los antiguos videntes llamaron a esos racimos las grandes bandas de emanaciones. No son realmente bandas, pero el nombre se les quedó.
—Por ejemplo, existe un racimo inmensurable que produce seres orgánicos. Las emanaciones de esa banda orgánica son de una calidad casi esponjosa. Son transparentes y tienen una luz propia única, una energía peculiar. Están conscientes, se mueven. Esa es la razón por la cual todos los seres orgánicos están llenos de una energía devoradora. Las otras bandas son más oscuras, menos esponjosas. Algunas de ellas no tienen luz en absoluto, sino una especie de opacidad.
—¿Quiere usted decir, don Juan, que todos los seres orgánicos tienen el mismo tipo de emanaciones dentro de sus capullos? —pregunté.
—No. No es eso lo que quiero decir. Realmente no es tan sencillo, aunque los seres orgánicos pertenecen a la misma gran banda. Imagínatelo como una banda enormemente ancha de filamentos luminosos, hilos luminosos sin fin. Los seres orgánicos son burbujas que crecen alrededor de un grupo de filamentos luminosos. Imagina que en esta banda de vida orgánica algunas burbujas se forman alrededor de los filamentos luminosos del centro de la banda, mientras que otros se forman cerca de los bordes; la banda es lo suficientemente ancha para acomodar a todo tipo de ser orgánico, y con espacio de sobra. En un arreglo así, las burbujas que están cerca de los bordes de la banda no tienen nada que ver con las emanaciones que están en el centro de la banda, que son compartidas sólo por burbujas que se alinean con el centro. De igual manera, las burbujas del centro no tienen nada que ver con las emanaciones de los bordes.
—Como podrás entender, los seres orgánicos se forman con las emanaciones de una sola banda; pero los videntes ven que dentro de esa banda orgánica hay diferencias descomunales entre esos seres.
—¿Hay muchas de esas grandes bandas? —pregunté.
—Hay tantas como el infinito mismo —contestó—. Sin embargo, los videntes descubrieron que en la tierra sólo hay cuarenta y ocho de esas bandas.
—¿Qué significa eso, don Juan?
—Para los videntes significa que hay cuarenta y ocho tipos de organizaciones en la tierra, cuarenta y ocho tipos de racimos o estructuras. La vida orgánica es uno de ellos.
—¿Significa eso que hay cuarenta y siete tipos de vida inorgánica?
—No, de ninguna manera. Los antiguos videntes contaron siete bandas que producían burbujas de conciencia inorgánica. En otras palabras, hay cuarenta bandas que producen burbujas sin conciencia alguna; esas son bandas que sólo generan organización.
—Piensa que las grandes bandas son como árboles. Todos dan fruto; producen recipientes llenos de emanaciones; pero sólo ocho de esos árboles dan frutos comestibles, esto es, burbujas con conciencia. Siete tienen fruto amargo, pero aún así, comestible; y uno produce las frutas más jugosas y sabrosas que existen.
Se rió y dijo que en su analogía había tomado el punto de vista del Águila, para quien los más deliciosos bocados son las burbujas con conciencia orgánica.
—¿Qué hace que esas ocho bandas produzcan conciencia? —pregunté.
—El Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones —contestó.
Su respuesta me hizo discutir con él. Afirmé que era una aseveración sin significado, porque decir que el Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones es parecido a lo que diría un hombre religioso acerca de Dios, que Dios concede la vida a través de su amor.
—Las dos aseveraciones no tienen el mismo punto de vista —dijo con paciencia—. Y sin embargo creo que significan la misma cosa. La diferencia es que los videntes ven cómo el Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones y los hombres religiosos no ven cómo Dios confiere la vida a través de su amor.
Dijo que la manera en que el Águila confiere la conciencia es mediante tres gigantescos haces de emanaciones que recorren las ocho grandes bandas. Estos haces son bastante peculiares, porque hacen que los videntes sientan un color. Un haz da la sensación de ser rosa amarillento; otro da la sensación de ser de color durazno; y el tercer haz da la sensación de ser ambarino, como la miel clara.
—De modo que es asunto de ver un color cuando los videntes ven que el Águila confiere la conciencia a través de sus emanaciones —prosiguió—. Los hombres religiosos no ven el amor de Dios, pero si pudieran verlo, sabrían que es o rosa, o color durazno, o ambarino.
—El hombre, por ejemplo, está ligado al haz ambarino, pero hay otros seres que también lo están.
Quise saber qué otros seres compartían esas emanaciones con el hombre.
—Tú mismo tendrás que descubrir detalles como ése, viéndolos —dijo—. No tiene caso que te diga cuáles seres son; sólo te dará ocasión para hacer otro inventario. Basta con decir que descubrir eso por tu cuenta será una de las cosas más emocionantes que puedas hacer.
—¿Los haces de color rosado y color durazno también se ven en el hombre? —pregunté.
—Nunca. Esos haces pertenecen a otros seres vivientes —contestó.
Estaba a punto de hacerle otra pregunta, pero me ordenó detenerme con un vigoroso movimiento de la mano. Se perdió en sus pensamientos. Durante largo tiempo estuvimos envueltos en silencio total.
—Te he dicho que en el hombre el resplandor de la conciencia tiene diferentes colores —dijo finalmente—. Lo que no te dije entonces, porque aún no llegábamos a ese punto, era que no son colores sino tintes de ámbar.
Dijo que el haz de conciencia ambarino tiene una infinidad de variantes sutiles que siempre denotan diferencias en la calidad de la conciencia. Los tintes más comunes son el ámbar rosado y el verde pálido. El ámbar azul es más inusitado, pero el ámbar puro es el más raro de todos.
—¿Qué determina los tintes particulares de ámbar?
—Los videntes dicen que la cantidad de energía que uno ahorra y almacena determina el tinte. Incontables cantidades de guerreros han comenzado con un tinte ordinario, color rosa, y han terminado con el más puro de todos los ámbares. Genaro y Silvio Manuel son ejemplos de ello.
—¿Qué formas de vida pertenecen a los haces de conciencia color rosa y color durazno? —pregunté.
—Los tres haces, con todos sus tintes, entrecruzan las ocho bandas —contestó—. En la banda orgánica, el haz color rosa pertenece sobre todo a las plantas, la banda color durazno pertenece a los insectos, y la banda ambarina pertenece al hombre y a otros seres orgánicos y no necesariamente animales.
—La misma situación prevalece en las bandas inorgánicas. Los tres haces de conciencia producen tipos específicos de seres inorgánicos en cada una de las siete grandes bandas.
Le pedí que me diera detalles de los tipos de seres inorgánicos que existían.
—Esa es otra cosa más que tienes que ver por tu cuenta —dijo—. Las siete bandas y lo que producen son en realidad inaccesibles a la razón, pero no al ver.
Le dije que no lograba entender del todo su explicación de las grandes bandas, porque su descripción me había obligado a imaginarlas como bandas planas, o incluso como las correas transportadoras de una fábrica.
Explicó que las grandes bandas no son ni planas ni redondas, sino indescriptiblemente arracimadas, como un monto de paja, que queda sostenido a mitad del aire por la fuerza de la mano que la lanzó ahí. Por eso, no existe orden en las emanaciones; decir que existe una parte central o que existen bordes resulta engañoso, pero necesario para poder entender.
Explicó que los seres inorgánicos producidos por las otras siete bandas se caracterizan por tener un recipiente que carece de movimiento; tienen más bien un receptáculo amorfo con un bajo grado de luminosidad. No se parece al capullo de los seres orgánicos. Le falta la tensión, la calidad que hace que los seres orgánicos parezcan bolas luminosas que rebosan energía.
Don Juan dijo que la única similitud entre los seres inorgánicos y los seres orgánicos es que todos tienen las emanaciones color rosa, color durazno o ambarinas.
—Bajo ciertas circunstancias —prosiguió—, esas emanaciones hacen posible la más fascinante comunicación, entre los seres de esas ocho grandes bandas.
Dijo que, debido a que sus campos de energía son más intensos, los seres orgánicos son generalmente los que inician la comunicación con los seres inorgánicos, pero una sutil y sofisticada relación que siempre resulta es iniciativa de los seres inorgánicos. Una vez rota la barrera, los seres inorgánicos cambian y se convierten en lo que los videntes llaman aliados. A partir de ese momento los seres inorgánicos pueden anticipar los más recónditos pensamientos o estados de ánimo o temores de los videntes.
—Tanta devoción de parte de los aliados hechizó a los mismos hechiceros, los antiguos videntes —agregó don Juan—. Hay historias de que los antiguos videntes conseguían que sus aliados hicieran lo que ellos les pedían. Esa es una de las razones por las que creían en su propia invulnerabilidad. Los engañó su importancia personal. Los aliados sólo tienen poder si el vidente que los ve es un parangón de impecabilidad; y esos antiguos videntes simplemente no lo eran.
—¿Existen tantos seres inorgánicos como organismos vivientes? —pregunté.
Dijo que los seres inorgánicos no son tan abundantes como los orgánicos, pero que esto queda compensado, en cierta medida, por el mayor número de bandas de conciencia inorgánica. Puesto que los organismos pertenecen a una sola banda, mientras que los seres inorgánicos pertenecen a siete, las diferencias entre los seres inorgánicos son más vastas que las diferencias entre los organismos.
—Además, los seres inorgánicos viven infinitamente más que los organismos —prosiguió—. Este detalle, por razones que te revelaré más adelante, es lo que impulsó a los antiguos videntes a ver todo lo que pudieron, acerca de los aliados.
Dijo que los antiguos videntes llegaron también a darse cuenta de que es la intensa energía de los organismos y el subsecuente alto desarrollo de su conciencia lo que los convierte en deliciosos bocados para el Águila. Su interpretación fue que era la gula, la razón por la cual el Águila produce un número tan grande de organismos.
Luego explicó que el producto de las otras cuarenta grandes bandas no es en absoluto la conciencia, sino una configuración de energía inanimada que los antiguos videntes llamaban vasos, mientras que llamaban capullos y recipientes a los productos de las ocho bandas con conciencia. Dijo que lo que explica la luminosidad independiente de los capullos y de los recipientes es la energía de la conciencia, y que los vasos son receptáculos rígidos cuya luminosidad estática proviene sólo de la energía de las emanaciones encapsuladas.
—Debes tomar en cuenta que en el mundo todo está encapsulado —prosiguió—. Todo lo que nosotros percibimos está compuesto por porciones de capullos o vasos con emanaciones. Como hombres comunes no percibimos en absoluto los recipientes de los seres inorgánicos.
Se me quedó viendo, esperando una señal de comprensión. Cuando se dio cuenta de que no iba a dársela, siguió explicando.
—El mundo total está integrado por las cuarenta y ocho bandas —dijo—. El mundo que nuestro punto de encaje alinea para nuestra percepción normal está compuesto por dos bandas; una es la banda orgánica, la otra es una banda que sólo tiene estructura. Las otras cuarenta y seis grandes bandas no son parte del mundo que percibimos cotidianamente.
De nuevo hizo una pausa, esperando preguntas pertinentes. Yo no tenía ninguna.
—Hay otros mundos completos que nuestros puntos de encaje pueden alinear —prosiguió—. Los antiguos videntes contaron siete de esos mundos, uno por cada banda de conciencia. Yo puedo añadir que aparte del mundo de todos los días, dos de esos otros mundos son fáciles de alinear; los otros cinco son algo casi imposible.
Cuando volvimos a sentarnos para continuar su explicación, don Juan comenzó a hablar de inmediato acerca de mi experiencia con la Catalina. Dijo que un movimiento del punto de encaje al área abajo de su posición acostumbrada le permite al vidente una visión detallada y estrecha del mundo que conocemos. Esa visión es tan detallada que parece ser un mundo enteramente diferente. Es una visión que tiene un tremendo atractivo, especialmente para aquellos videntes que tienen un espíritu aventurero e imprudente.
—El cambio de perspectiva es muy agradable —prosiguió don Juan—. El esfuerzo requerido es mínimo, y los resultados son asombrosos. Si el vidente busca una ganancia rápida, no existe mejor maniobra que el movimiento hacia abajo. El único problema es que en esas posiciones del punto de encaje los videntes se ven acosados por la muerte, que tiene lugar incluso con mayor brutalidad y mayor rapidez que en la posición del hombre.
—El nagual Julián pensaba que era un lugar ideal para divertirse, pero eso es todo.
Dijo que un verdadero cambio de mundos sólo ocurre cuando el punto de encaje se mueve al interior de la banda del hombre, a suficiente profundidad para alcanzar un umbral crucial, y que sólo entonces es cuando el punto de encaje puede usar otra de las grandes bandas.
—¿Cómo la usa? —pregunté.
Encogió los hombros.
—Es una cuestión de energía —dijo—. La fuerza del alineamiento engancha otra banda, siempre y cuando el vidente tenga suficiente energía. Nuestra energía normal le permite a nuestros puntos de encaje usar la fuerza del alineamiento de una gran banda de emanaciones. Y percibimos el mundo que conocemos. Pero si tenemos un exceso de energía, podemos usar la fuerza del alineamiento de otras grandes bandas, y en consecuencia, podemos percibir otros mundos.
De repente, don Juan cambió de tema y comenzó a hablar sobre las plantas.
—Esto quizá te parezca una rareza —dijo—, pero, por ejemplo, los árboles están más cercanos al hombre que las hormigas. Te he dicho que los árboles y el hombre pueden desarrollar una gran relación; eso se debe a que comparten emanaciones.
—¿Qué tan grandes son sus capullos? —pregunté.
—El capullo de un árbol gigante no es mucho mayor que el árbol en sí. Lo interesante es que algunas plantas muy pequeñas tienen un capullo casi tan alto como el cuerpo del hombre y tres veces más ancho. Esas son plantas de poder. Comparten la mayor cantidad de emanaciones con el hombre, no las emanaciones de la conciencia, sino otras emanaciones en general.
—Otra característica única de las plantas es que sus luminosidades tienen diferentes tintes. En general, son rosadas, porque su conciencia es rosa. Las plantas venenosas son de un rosado pálido y amarillento, y las plantas medicinales son de un rosado vivo tirando a violeta. Las únicas que son de un rosado blancuzco son las plantas de poder; algunas son de color blanco turbio, otras de un blanco brillante.
—Pero la verdadera diferencia entre las plantas y otros seres orgánicos es la localización de sus puntos de encaje. Las plantas lo tienen en la parte inferior de su capullo, mientras que otros seres orgánicos lo tienen en la parte superior.
—¿Y los seres inorgánicos? —pregunté—. ¿Dónde tienen sus puntos de encaje?
—Algunos lo tienen en la parte inferior de sus recipientes —dijo—. Esos son completamente ajenos al hombre, pero afines a las plantas. Otros lo tienen en cualquier parte de la región superior de sus recipientes. Esos son más cercanos al hombre y a otras criaturas orgánicas.
Agregó que los antiguos videntes estaban convencidos de que las plantas tienen la más intensa comunicación con seres inorgánicos. Creían que mientras más bajo estuviera el punto de encaje, más fácil resultaba para las plantas el romper la barrera de la percepción; los árboles muy grandes y las plantas muy pequeñas tienen los puntos de encaje situados muy abajo. Debido a esto, un gran número de las técnicas de brujería de los antiguos videntes eran medios de atrapar la conciencia de los árboles, y de las plantas pequeñas, para usarlas como guías para bajar a lo que ellos llamaban los niveles más profundos de las regiones oscuras.
—Entenderás, desde luego —prosiguió don Juan—, que cuando ellos creían que bajaban a las profundidades, en realidad, movían sus puntos de encaje para alinear otros mundos perceptibles con esas siete grandes bandas.
—Forzaron su conciencia hasta el límite, y unificaron mundos con las cinco grandes bandas que son accesibles a los videntes sólo si se someten a una peligrosa transformación.
—Pero ¿lograron alinear esos mundos los antiguos videntes? —pregunté.
—Lo lograron —dijo—. En su extravío creyeron que valía la pena romper todas las barreras de la percepción, aunque tuvieran que convertirse en árboles para hacerlo.