Historia y ficción

Las guerras de la Francia revolucionaria y las guerras napoleónicas sirvieron desde el principio de fuente de inspiración para novelistas, y las obras ambientadas en el entorno de la Armada inglesa de aquella época han constituido un género propio. Si puede decirse que alguien inventó la fórmula, ése fue probablemente Frederick Marryat, cuyos libros se publicaron entre 1829 y 1847. Sus novelas fueron inmensamente populares y muy apreciadas, tanto que llegó a tener a Dickens entre sus lectores. De hecho, Marryat sirvió en la Armada Real durante esa época, así que podemos dar por sentado que fue fiel a la realidad, a pesar de que aún faltaban años para la llegada del realismo como movimiento literario.

Emprender una travesía en esas mismas aguas supone no sólo exponerse a comparaciones, sino también a acusaciones de imitación. Es inevitable. La crítica también comparó las primeras novelas de Patrick O’Brian con los libros de C. S. Forester que tienen por protagonista a Horatio Hornblower, dejando por lo general en segundo lugar a Jack Aubrey.

Cuando se lee una novela histórica, la gente siempre quiere saber cuáles son los hechos y qué parte corresponde a la ficción. Si la obra, tal como se ha dicho ya, trata más bien de la verdad que de los hechos, creo que la pregunta debería formularse de la siguiente manera: «¿Cuáles son los hechos y cuál es la verdad?»

En lo que a los hechos respecta, al escribir Bajo bandera enemiga he intentado en lo posible mantenerme fiel a la historia, ser cuidadoso con los detalles y esforzarme en recrear la atmósfera. Para esto me ha servido de gran ayuda el hecho de haber pasado buena parte de mi vida junto al mar (crecí en una casa en la playa) y haber navegado durante treinta y cinco años. Sin embargo, no soy historiador. Soy novelista, y estoy seguro de haber cometido errores, de modo que debo disculparme ante aquellos expertos que puedan leer mi obra.

Casi todos los personajes principales son ficticios, a excepción del primer secretario de la Armada, Philip Stephens (que más tarde sería sir Philip). Se mencionan varios personajes históricos, aunque no toman parte en la narración (el almirante Howe, por ejemplo, y también Tom Paine). Ninguno de los personajes ficticios se inspira específicamente en una figura en particular, aunque debo decir que el capitán Bourne nació de resultas de la influencia ejercida por muchos capitanes de fragata de la época (Henry Blackwood es mi favorito). Todos los hechos pudieron haberse producido, y en algunos casos la historia registra sucesos muy similares. Los personajes de este libro son ya tan numerosos que me vi obligado a reducir las dimensiones de la cámara de oficiales, lo que significa que una figura tan importante como la del contador no aparece en toda la novela. Si me he tomado alguna libertad en cuanto a los detalles históricos, sin duda ha sido en el consejo de guerra, cuya exactitud se ha visto levemente comprometida en aras de la narración.

La Themis es un barco ficticio y no se ajusta a una clase concreta de fragata, aunque podría considerarse similar a la clase Pallas. De hecho, su existencia en 1793 resulta algo problemática, puesto que las primeras fragatas de treinta y dos cañones artilladas con piezas de dieciocho libras (hasta donde alcanza mi conocimiento) no fueron construidas hasta 1794. Pensé en asignar al capitán Hart una de treinta y dos cañones, debido a que la influencia con que contaba habría bastado para que lograse el mando de una de más de veintiocho piezas de doce libras, pero sus detractores habrían impedido que se le asignara una de treinta y seis o treinta y ocho. La de treinta y dos le iba como anillo al dedo, y quería una batería de dieciocho libras para permitirle apresar fragatas francesas de mayor porte, de ahí que la Themis se haya adelantado un poco a su tiempo.

Algo que siempre me asombra cuando veo una película en la que sale un velero es el momento en que el capitán ordena un cambio de rumbo y el timonel se limita a girar la rueda del timón sin más. Como bien saben quienes navegan, prácticamente siempre que se establece un nuevo rumbo es necesario cambiar la orientación de las velas. A menos que se navegue empujado por los alisios, el viento tiene la frustrante costumbre de cambiar, a menudo tanto en dirección como en fuerza (incluso puede hacerlo en zonas de vientos «constantes»). Recuerdo un día que un amigo y yo nos disponíamos a volver al puerto donde teníamos el amarre, en lo que prometía ser una jornada de navegación tranquila. Por la mañana empezamos ataviados con el bañador y las gafas de sol, con un viento agradable que soplaba del noroeste. Al cabo de dieciséis horas, en medio de una ventisca del sudeste, llevábamos el arnés y el traje de agua al completo. Entre ambos extremos habíamos experimentado vientos procedentes de todos los rumbos señalados en la aguja náutica. Nos habíamos visto en plena encalmada, empapados por la lluvia y calados hasta los huesos. Cambiamos tanto de bordo que perdí la cuenta de las veces que habíamos tomado y largado rizos a la mayor. ¿Se imaginan cuánto esfuerzo habría supuesto eso en un navío de vela redonda? Quizá hayan reparado en que, en este libro, a menos que siga a un cambio de viento, cada vez que se altera el rumbo se bracean las vergas.

Hasta aquí los hechos. En lo que respecta a la verdad, en fin, todo aquello que no corresponde a los hechos constituye mi esfuerzo de alcanzarla.

Para los lectores de Laurence Sterne, sí, en efecto, la diatriba de Griffiths contra la falta de originalidad en los libros está tomada casi palabra por palabra de Vida y opiniones de Tristram Shandy, aunque en defensa del buen doctor debo decir que el brillante autor la plagió a su vez de la Anatomía de la melancolía, de Burton. El libro de Sterne, y su plagio a Burton, eran obras muy conocidas en su época, a pesar de lo cual ninguno de los comensales que compartían la cena con Griffiths reparó en el homenaje.

Quien quiera aprender más cosas sobre la Armada inglesa está de suerte, puesto que hay numerosos libros publicados sobre este tema. Recomiendo para empezar Nelsons Navy, de Brian Lavery, y Seamanship in the Age of Sail, de John Harland, así como el diccionario de terminología náutica The Sailor’s Word-book. Si estos tres libros no satisfacen ese afán, no hay motivos para preocuparse, pues existe un variado y amplio surtido de obras que aguardan al lector más curioso.

¿Habrá otra novela que siga los pasos de Charles Saunders Hayden? Estoy trabajando en una. Y sí, el señor Barthe reaparecerá, así como Wickham, Griffiths y Hawthorne, además de otros personajes de la Themis. Estén atentos al horizonte, porque la nave del señor Hayden asomará a lo largo de 2009.

Ah, por cierto, el nombre científico de la curruca cabecinegra es Sylvia melanocephala. El nombre que le puso Hayden en la novela podría traducirse como «perro enfermo de escorbuto». Por lo visto, a Hayden le pareció muy ingenioso.

S.T.R.

Columbia Británica.

Febrero de 2007