—Ay, ¿qué vamos a hacer con nuestro señor Aldrich? —se lamentó Hawthorne.
—Para tratarse de alguien tan instruido, ese hombre es de lo más obtuso, ¿no les parece?
Los oficiales de la Themis se habían acomodado en el abandonado camarote del capitán. Habían estado hablando de lo que sucedería a la mañana siguiente, y Hayden acababa de ponerlos al corriente de la conversación que había mantenido con Aldrich.
—Lo he visto en otras ocasiones —dijo el hermano de Archer—: el genio va estrechamente ligado a una imprudencia suicida. No pretendo ofender con esto al señor Aldrich, pero si no puede limitar ese intelecto suyo, mucho me temo que acabará lamentándolo.
Llamaron a la puerta y el oficial de guardia, el teniente Archer, asomó la cabeza.
—Señor Hayden, el preboste se encuentra en un bote abarloado al costado. Ha venido por uno de los nuestros, señor.
—¿De quién se trata?
—Dice que prefiere hablarlo con usted, señor.
Hayden, Griffiths y Hawthorne se pusieron de pie al mismo tiempo y se dirigieron a cubierta. A la luz de las estrellas, el preboste aguardaba de pie en el portalón.
—¿En qué puedo servirle? —preguntó Hayden.
El hombre le tendió una carta doblada y sellada.
—De parte del presidente del consejo de guerra, señor. Lamentablemente, el marinero de primera Peter Aldrich ha sido acusado de conspirar para organizar un motín, según estipula el Código Militar.
Hayden rompió el lacre y leyó el documento, que, en efecto, exigía la entrega inmediata de Aldrich.
—No va a ser posible —intervino Griffiths—. Aldrich se encuentra sometido a cuidados médicos y no puedo permitir que se lo lleven. Su salud no lo soportaría.
—Señor, tengo permiso del tribunal. Deben ustedes entregármelo.
—Estoy de acuerdo con el doctor —intervino Hayden—. Aldrich ha sufrido una grave recaída. Mañana mismo hablaré con el juez y el presidente del tribunal para explicarles que no podemos confiárselo hasta que se recupere.
Sin embargo, el preboste no parecía dispuesto a dar su brazo a torcer.
—Señor, me pone usted en una posición muy comprometida. Tengo orden de llevarlo junto a los prisioneros acusados de amotinarse.
Hayden negó con la cabeza, fingiendo preocupación.
—Y yo estaría encantado de entregárselo, siempre que la salud de Aldrich lo permitiera. Aceptaré toda la responsabilidad que se derive de no poder satisfacer las exigencias del tribunal, señor. Le doy mi palabra.
Tras un breve titubeo, el hombre asintió, hizo una leve reverencia y descendió hasta el bote que lo aguardaba. Cuando la embarcación auxiliar se adentró en la negrura, Hayden dijo en voz baja:
—Y yo me preguntaba por qué había devuelto usted a Aldrich a la enfermería, doctor…
—Precisamente temí que sucediera esto. Sabemos que las apariencias lo son todo. Si lo incluyen entre los amotinados, tendrá que defenderse a sí mismo, pero si comparece con nosotros, entonces demostraremos su inocencia.
—No sé si servirá de algo, pero haremos cuanto esté en nuestra mano.