Capítulo 14

Hayden despertó con las primeras luces del alba, aturdido y de mal humor. Había tenido pesadillas oscuras, violentas y crueles en las que revivió la breve escaramuza librada, aunque otros sueños fueron tan dulces que le provocaron dolor de cabeza. Sueños de una niña a la que de pequeño había querido mucho, del verano en que celebró su décimo aniversario en Francia. En su sueño ella le contaba que su ojo azul era «para el mar» y el verde «para la tierra», aunque en la vida real su amiga era una criatura risueña que nunca hablaba como una pitonisa gitana.

—Buenos días, señor. —El guardiamarina lord Arthur Wickham se hallaba de pie ante el coronamiento de popa, contemplando el mar con un catalejo francés—. Veo la Themis, señor. Y la costa francesa apenas asoma al este.

Navegaban a unos dos nudos rumbo sur, empujados por un viento suave del noroeste. Hayden se levantó entumecido y observó el mar. El cielo era opalescente, y el trecho de horizonte que se extendía al este estaba salpicado de vetas rojas y anaranjadas que le conferían un aspecto volcánico. Las nubes altas, irregulares, moteaban la bóveda celeste, y la luna en su cuarto menguante colgaba pálida en el firmamento. Todo apuntaba a que haría buen tiempo.

—Buenos días, señor Wickham. ¿Cómo se encuentran nuestros enfermos y heridos esta mañana? —preguntó el primer oficial.

El muchacho torció el gesto.

—Hemos perdido a Smyth, señor; se aferró a la vida todo lo que pudo.

—Lo lamento. Que Dios lo acoja en su seno.

—Sí, señor. Eso deseamos todos.

—Si es tan amable, señor Hayden… —dijo una voz. Al volverse, el primer teniente vio al timonel, Childers, con una bandeja.

—Sólo puedo ofrecerle puré de gachas y manzanas, señor. Pero eso de ahí es el café del mismísimo patrón francés. El señor Wickham dijo que no le importaría a usted desayunar en cubierta, señor.

—En absoluto. Gracias, Childers.

El timonel lo saludó llevándose los nudillos a la frente y se retiró a cumplir con sus tareas de… despensero, o eso pensó Hayden, visto que acababa de servirle el desayuno. El primer teniente se acomodó en un taburete abatible construido en el propio coronamiento y apoyó la bandeja en el regazo. Le sorprendió comprobar que tenía un hambre lobuna.

—¿Qué hay de los prisioneros, señor Wickham?

—El señor Franks atiende sus necesidades, señor. Les ha requisado hasta el cocinero, a quien ha puesto a trabajar. Dice que los víveres de los franceses bastarán para los prisioneros, pero no alcanzarán para alimentar a los ingleses.

Hayden, que había crecido alimentándose como un francés, contuvo una sonrisa. Apenas había dado un par de mordiscos más al desayuno cuando el vigía voceó:

—¡Cubierta! ¡Vela al sudoeste cuarta sur!

—¿Se trata de la otra fragata, Lawrence? —preguntó Wickham, quien, si bien no parecía del todo el mismo de siempre, se había recuperado un tanto, lo cual alegró a Hayden.

—Creo que sí, señor Wickham. Ha puesto rumbo para cortarnos la proa cuando alcancemos la Themis.

—¿No le distingues la bandera?

—Aún no, señor, pero cuando salga del todo el sol…

—Gracias, Lawrence.

Hayden sorbió el humeante café y estuvo a punto de lanzar un suspiro. En sus pesadillas había muerto una docena de veces, y ahí estaba a la mañana siguiente, tomando café a bordo de la presa.

Aquella noche, entre sueños, había notado vagamente que le dolía el costado y que la camisa se le había pegado a la piel en el punto donde la bayoneta le había rasgado la casaca. Tras terminar el desayuno, Hayden se levantó café en mano y contempló las lejanas fragatas. Una era indudablemente la Themis, y la otra era casi con toda seguridad inglesa. Hayden no creía que una fragata francesa arrumbase con tal descaro hacia la Themis, sabiendo que había otro barco inglés en las inmediaciones.

El limbo solar tocó el horizonte, ascendiendo lentamente a través de la delgada capa de nubes.

—¡Cubierta! ¡La fragata navega bajo pabellón inglés! —informó el vigía.

—Gracias, Lawrence —respondió Wickham. Al ver que el primer teniente había terminado el desayuno, el guardiamarina lo saludó antes de preguntar—: ¿Cuáles son sus órdenes, señor?

—Parece usted tener la situación bajo control, señor Wickham. Quizá quiera ponerme los grilletes antes de llevarme a bordo de la Themis, pero si no es así siga usted adelante.

Hayden se quitó la casaca, se desabrochó el chaleco y al apartar la camisa pegada al costado dejó al descubierto una herida ensangrentada.

—¡Pero, señor, está usted herido! —exclamó Wickham.

—No tanto, comparado con otros. Childers… —llamó Hayden al timonel—. ¿Han puesto a hervir agua?

—Así es, señor.

—¿Podría traerme un recipiente?

—A la orden.

Hayden utilizó el agua hirviendo para lavar la herida lo mejor que pudo y descubrió aliviado que apenas era un corte de siete centímetros de largo. Childers le colocó una venda, mientras un marinero le limpiaba la sangre de la camisa y el chaleco, que luego tendió para que se secara. Encontraron una camisa entre el vestuario del patrón francés y, después de ponérsela, Hayden se cubrió con la casaca, sin advertir que en ese momento su uniforme reflejaba de algún modo su ascendencia: parte inglesa, parte francesa.

La Themis dejaba una modesta estela en la superficie del mar, removiendo apenas las aguas calmas. Viró a estribor cuando ambos barcos acortaron distancias, aferró mayor y trinquete, y puso al pairo la gavia de mayor. Hayden tardó un rato en virar el barco, debido a la escasa dotación con que contaba, pero enseguida se pusieron en facha a unos treinta metros de la fragata. Colgaron uno de los cúteres por el costado, y, tras confiar a Franks el mando de la nave apresada, Hayden y Wickham transbordaron en la embarcación auxiliar.

—En fin, estoy apañado —se lamentó Hayden, resentido.

—Pues ha apresado una embarcación francesa, señor Hayden. Deberían vitorearlo cuando suba a bordo.

—No creo que el capitán Hart tenga pensado dedicarme unos hurras.

No tardaron en abarloarse al costado de la fragata y Hayden ascendió poco a poco a cubierta, consciente de que por mucho que Hart lo abroncase, en cierto modo tendría la ventaja moral, al menos en tanto el capitán no demostrase su valor en combate. Al franquear el portalón fue recibido con un silencio sepulcral por parte de la tripulación; Hawthorne le tendió la mano con una amplia sonrisa.

—¡Bien hecho, señor Hayden! ¡Bien hecho!

—¿Cómo fue nuestro motín? —preguntó Hayden con discreción, mirando a proa y a popa. Había más infantes de lo habitual apostados en cubierta, pero por lo demás todo parecía tranquilo.

—Hubo que repartir algunos azotes, señor, pero al final todo acabó en nada —respondió Hawthorne con la misma discreción, a pesar de su semblante preocupado—. Luego hablaremos de ello.

Barthe recorrió sonriente la cubierta para estrecharle la mano.

—Nuestra primera presa de guerra, y todo gracias a usted, señor Hayden —dijo con suma calidez. Seguidamente estrechó también la mano de Wickham—. ¿Qué lleva a bordo?

—Grano —respondió Wickham.

La sonrisa de Barthe se ensanchó.

—Que los marineros de Brest pasen sin su pan francés; que su desdicha sea nuestra dicha —concluyó.

Landry se encontraba cerca, con las manos a la espalda.

—El capitán desea verlo en su camarote, señor Hayden.

El primer teniente asintió y dirigió una mirada a Hawthorne, que enarcó una ceja y negó con la cabeza. Luego Hayden se encaminó a la escala de toldilla, convencido de que no tardaría en requerírsele para un consejo de guerra. Antes de bajar por la escala, echó un vistazo a la otra fragata que aproaba hacia ellos cubierta de lona.

El infante apostado en la puerta del capitán anunció la llegada de Hayden, quien se quitó el sombrero y entró en la cámara. Hart se hallaba ante el ventanal de popa con las manos a la espalda, contemplando el mar bañado por el sol. Hayden esperó un rato a que su superior se volviese hacia él. En contra de lo que había esperado, Hart no lo encaró con las facciones alteradas, sino que incluso se mostró reservado; daba la impresión de que había pasado lo peor y había acabado arropándose con un manto de exagerado pundonor.

—En todos mis años de servicio, jamás había tenido a mis órdenes un oficial que me desobedeciera de forma tan patente como usted anoche. Tampoco había tenido un teniente tan temerario y que demostrara tanto desprecio hacia mi barco y mi dotación. —La mirada arrogante desapareció y los ojos turbios se abrieron como platos—. Un consejo de guerra pondrá punto y final a sus travesuras, señor. ¡Y no pretenda hacerme quedar como un imbécil! Sólo la suerte ha impedido que la Themis embarrancase y mis hombres se ahogasen. —Descargó un golpe en la mesa cubierta de papeles—. ¡Malditos sean sus ojos, señor! ¡No volverá usted a servir a bordo de un barco de la Armada de Su Majestad! ¡Ya me encargaré yo de ello!

A través del abierto ventanal de popa llegaron las voces de otro navío. La segunda fragata se había situado de costado.

Hart miró en torno con expresión perpleja, pero al cabo de unos segundos recuperó la compostura.

—Llevará usted el barco a Portsmouth y, a mi regreso, se enfrentará a un consejo de guerra. Ahora quítese de mi vista.

Hayden se inclinó levemente y abandonó la cabina. No había sido peor de lo que esperaba. El capitán tenía mucha influencia en el Almirantazgo, de modo que la amenaza no era vana, por más que hubiese una presa de por medio.

Pocas cosas a bordo de un barco permanecen en secreto y sin duda algunos habrían oído la amenaza de Hart. Al cabo de una hora toda la tripulación estaría al corriente. En fin; al menos abandonaría aquel malhadado barco. Regresaría a Portsmouth y tendría oportunidad de presentar su informe a Philip Stephens. No podía decirse que hubiera cumplido con su cometido, y tampoco se engañaba pensando que el primer secretario opinaría lo contrario.

Ya arriba, Hayden vio a los hombres reunidos ante la batayola y, más allá, los palos de la otra fragata. Hart apareció en cubierta casi de inmediato y se dirigió al pasamano, donde los guardiamarinas y oficiales de cargo se apartaron a su paso, conscientes de la ira que lo embargaba. Hayden avanzó entre los hombres y contempló la Tenacious, cuyo capitán permanecía de pie en la regala aferrando con una mano el obenque de mesana.

—¡Hart, joven bribón! —vociferó Henry Bourne a través de las tranquilas aguas—. ¡Es una de las faenas más eficientes que he visto en mi vida! ¡Se necesitan arrestos para meterse ahí entre tanta cañonera y tanta fragata, con tan poco viento y la oscuridad al caer, por no hablar de Les Fillettes! No me agrada reclamar mi parte del botín… pero los míos no comparten ese sentimiento. —Una sonrisa se le dibujó en el rostro—. No pude ver nada debido a la oscuridad. Apenas alcanzamos a distinguir que el francés arriaba la bandera y luego oímos fuego de armas ligeras y el rifirrafe que siguió al mismo, o eso nos pareció. ¿Qué sucedió?

Hart titubeó antes de responder.

—Arriaron la bandera, pero el patrón recuperó el coraje cuando cayó el viento.

—¡Ah, sabandija! —exclamó Bourne sin dejar de sonreír—. Para mí será un placer escribir mi informe al Almirantazgo, pues no tendré que exagerar un ápice el coraje o la iniciativa de que hicieron gala los hombres que acometieron la empresa. ¿Quién dirigió el trozo de abordaje?

—Uno de mis tenientes —respondió Hart como si tal cosa.

—Dígame quién fue para que pueda mencionar su nombre…

—No será necesario, Bourne. Yo me encargaré de que reciba lo que se merece —respondió Hart.

El capitán de la Tenacious volvió la vista hacia la dotación que se asomaba a la batayola de la Themis y a continuación se llevó la mano a la frente para protegerse los ojos del sol.

—¿Ese de ahí es el señor Hayden?

El primer teniente se descubrió al tiempo que levantaba la otra mano.

—¡Vaya, ahora lo entiendo! —continuó Bourne—. Menudo piloto tenía usted a bordo. En toda la Armada no hay nadie que conozca el puerto de Brest mejor que él. —Bajó la mirada—. Han bajado mi bote al agua. ¿Me permitiría subir a bordo? Quisiera tratar con usted de un asunto.

Hart se inclinó levemente y acompañó el saludo con un gesto. El ágil Bourne embarcó en el cúter en un abrir y cerrar de ojos. Los infantes de marina formaron en cubierta a ambos lados del portalón y el segundo del contramaestre pitó para anunciar que un capitán subía a bordo. Los soldados saludaron con un ruidoso estampido en cubierta, presentando armas.

El cordial Bourne estrechó la mano de Hart, a quien comunicó de nuevo sus felicitaciones. Acto seguido se volvió al primer teniente.

—¿No sería usted quien encabezó el trozo de abordaje, Hayden?

—Así fue, señor. Los hombres no se arrugaron un ápice ante el peligro. Fue un honor tenerlos bajo mi mando.

—Bien dicho, habla usted como lo que es: un oficial competente —alabó Bourne antes de volverse hacia Hart—. Es usted un hombre afortunado al contar con el señor Hayden como primer teniente, Hart. Si de mí dependiera, a estas alturas ya sería capitán de navío.

Hart disimuló su reacción ante tales palabras, aunque tampoco dio muestras de estar de acuerdo con ello.

Bourne fue presentado a los oficiales, y Bourne, que era un hombre afable, se los metió en el bolsillo con poco más que una sonrisa y el placer sincero que le causaba el hecho de conocerlos. Dedicó una atención especial a Wickham cuando supo que éste había tomado parte en el trozo de abordaje que apresó al transporte enemigo.

—Creo que el señor Wickham me salvó la vida —le contó Hayden.

—Pues entonces tiene mi agradecimiento, ya que el señor Hayden me es muy querido —dijo Bourne.

Se retiraron bajo cubierta, el capitán de la Tenacious seguido de Hayden, Wickham, Landry y Barthe. No tardaron en servir un ligero refrigerio en el camarote del capitán, y Bourne extendió su particular encanto y buen carácter durante la reunión. Los presentes, sabedores de su reputación, siguieron atentos todas sus palabras. Apenas tardó un instante en empezar a contar anécdotas, algunas de ellas hazañas en las que Hayden había desempeñado un modesto papel, lo que no evitó que Bourne hiciese lo posible por exagerar su valor y alabarlo.

Cuando el refrigerio tocó a su fin, el visitante preguntó a Hart si podían conversar a solas.

—Claro que el señor Hayden puede quedarse —añadió cuando el resto de los oficiales se levantaba para abandonar la cámara.

Después de que la puerta se cerrase, Bourne se volvió hacia Hart, a quien dedicó su innata sonrisa.

—No sé a quién enviará usted a casa con esa presa, pero mi segundo teniente tiene una necesidad acuciante de volver a Inglaterra. Su esposa dio a luz no hace ni diez días. Es buen marino y un oficial concienzudo, de modo que si usted le concediera el mando, la nave apresada llegaría a Portsmouth en buen orden, de eso no me cabe duda.

—Tenía pensado enviar a Hayden —respondió Hart, a quien no complació la petición.

—Sé que le estoy solicitando un gran favor y que es algo desacostumbrado, pero en este momento el corazón del joven no está en el mar, por no mencionar que eso le permitiría a usted conservar a su primer teniente a bordo, lo cual sin duda habrá de complacerlo. Permítame asegurarle, Hart, que no pretendo apropiarme del honor que le corresponde por la empresa que llevó a cabo anoche. Tiene mi palabra. Estaré siempre en deuda con usted.

Hayden comprendió enseguida que Hart no tenía la menor intención de aceptar, y que aquel segundo teniente y su familia no podían importarle menos.

—¿Quién conformará la dotación de la presa?

—Si lo desea, aportaré la mitad de los hombres de mi propio barco. ¿Qué me dice?

—Ando falto de tripulantes… —Hart meditó la cuestión y al poco accedió a regañadientes.

Bourne dio una palmada en el hombro a Hayden.

—Así usted y el señor Hayden podrán acosar al francés. Espere a que informe a los milores del Almirantazgo de que se adentró usted en el Goulet tan lejos que pensé que iba a tocarse de penóles con los barcos fondeados. Un poco más allá y las baterías costeras lo habrían tenido en sus cuñas de puntería. ¡Menudo nervio!

Hart asintió agradecido y se puso en pie.

—Supongo que ha llegado el momento de poner manos a la obra.

Hayden siguió a Hart y Bourne a cubierta.

—Si puede usted disculpar al teniente Hayden un rato —pidió Bourne a Hart cuando llegaron al pasamano—, varios de sus antiguos compañeros querrán volver a ver su agraciado rostro.

—El señor Hayden tiene cosas que hacer a bordo de la Themis —replicó Hart con brusquedad.

La sonrisa de Bourne apenas flaqueó.

—Por supuesto —dijo. El capitán de la Tenacious se despidió de todos, volvió a dar las gracias a Hart, y descendió con suma agilidad por la escala para embarcar de nuevo en el cúter.

En cuanto se hubo asegurado de que Bourne no le oiría, Hart se volvió hacia el primer teniente, a quien dijo en voz baja, sin mirarlo:

—Según parece, señor Hayden, va a disfrutar usted de un indulto gracias a la intervención de su amigo Bourne. Espero que a partir de ahora se esfuerce usted por complacerme.

—No he hecho otra cosa desde que estoy a bordo, señor.

Al oír estas palabras, Hart enarcó una ceja.

—Transborde a la presa y haga inventario completo de los efectos del barco. No quiero descubrir que nos han engañado cuando presentemos la reclamación ante el Tribunal de Presas.

—Señor, el capitán Bourne es un hombre de honor intachable —replicó Hayden, engallado.

Hart le dedicó una mirada torva y Hayden le hizo el saludo de rigor.

—Señor Archer, necesito un bote, si es tan amable —dijo el teniente.

El primer oficial reunió a un puñado de hombres que sabían escribir y contar, y se hizo acompañar por ellos al navío apresado.

Puesto que era el único que dominaba el francés, Hayden se encargó de la labor de repasar la documentación del barco, en busca del manifiesto de carga. Al parecer, el patrón, de apellido La Fontaine, era uno de esos hombres que creen en el orden, de modo que Hayden no tardó en encontrar lo que estaba buscando. En un cajón descubrió también una carta sin terminar, con fecha del día anterior.

La misiva rezaba:

Ma chère Marie,

Je t’écris en toute hâte, car alors même que nous pénétrons dans Le Goulet qui mène à la Rade de Brest, une frégate anglaise est pratiquement sur nous. Les vents ne nous permettent d’espérer les secours d’aucun navire. Nous nous rendrons s’il le faut, mais nous nous battrons si nous avons une chance. J’ignore ce que nous réservent les prochaines heures. Mon destin est entre les mains de Dieu et si je dois me présenter devant Lui, je n’aurai d’autre regret que la perte des jours que j’esperáis passer auprès de toi.[1]

Un registro rápido reveló una caja de correspondencia privada. El teniente guardó la carta sin terminar en la caja, reunió cuantos objetos personales pudo y los llevó a cubierta.

—¿Qué tenemos ahí, señor Hayden? —preguntó Franks, con una sonrisa en los labios—. ¿Un tesoro?

—Son los efectos personales del patrón del barco. Se los enviaré a su viuda.

La sonrisa desapareció del rostro del contramaestre.

—Un gesto muy considerado por su parte, señor Hayden. Muy «gentil», como dirían los franceses. Eso dicen ellos, ¿no es así, señor?

—Très gentil.

—Eso, lo que yo decía.

Se amadrinó al costado un bote procedente de la Tenacious y, acompañando al segundo teniente, Bourne se presentó en la cubierta de la presa.

Hayden confió al joven segundo la documentación necesaria y dejó que revisase el barco por su cuenta. Ningún oficial asumiría el mando de una embarcación sin comprobar antes si ésta estaba o no en buenas condiciones de navegación, así como el estado general de sus pertrechos. Tal como esperaba, el segundo teniente se mostró exigente, eficaz y amable.

—Qué almuerzo tan agradable —comentó Bourne en cuanto se hallaron a solas. Y, tomando a Hayden del codo, añadió—: Vayamos bajo cubierta un instante, si no interrumpo sus labores.

—En absoluto.

Enseguida entraron en la cabina del patrón, a cuya mesa se sentaron.

—Dígame, Charles, ¿qué sucedió en la oscuridad? Oímos voces que le ordenaban regresar al barco.

—¿Las distinguieron con claridad? Nosotros no estábamos seguros —respondió Hayden.

Bourne sonrió.

—De modo que decidieron seguir adelante y tomar el transporte por force majeure

—Así sucedió, más o menos, sí.

—¿Y dónde estaba metido nuestro intrépido capitán Hart entretanto?

—En su camarote, aquejado de migraña. Creo que el doctor le había administrado un somnífero. Nosotros nos habíamos alejado ya del barco cuando el capitán subió a cubierta.

Bourne se reclinó en la silla. A juzgar por su expresión, saltaba a la vista que eso era precisamente lo que había supuesto.

—¿No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo?

—No, hasta que disparamos el cañón de caza para intimidar al francés.

Bourne permaneció callado un rato, ceñudo y pensativo, al tiempo que tamborileaba en la mesa.

—Estoy en deuda con usted, señor —dijo Hayden—. Antes de que apareciese esta mañana, iban a someterme a un consejo de guerra.

Bourne soltó un bufido.

—¡Un consejo de guerra! ¿Bajo qué presunto delito? ¿Valentía desmedida? —Negó con la cabeza, enfadado—. ¿Cómo ha acabado usted sirviendo en el barco de Hart? Cuando me abandonó, supuse que iban a ascenderlo a capitán de navío.

—Todo apuntaba a que iban a ofrecerme ese cargo, señor, pero al final no pudo ser. Estaba en tierra sin perspectivas de futuro cuando el primer secretario me hizo el honor de ofrecerme este puesto.

—¿Stephens?

—Sí, señor.

—Vaya, he de serle franco: se halla usted en un brete, señor Hayden. Hart tiene un carácter muy peculiar para la Armada, a pesar de lo cual cuenta con apoyo entre los milores de la Junta Naval. Sin embargo, usted no prosperará bajo su mando. Enviaré mi informe y no escatimaré recursos para informar del papel que desempeñó usted en el combate, pero, aun así, será Hart quien se lleve el crédito. —Bourne meditó unos instantes y a continuación levantó la vista hacia su antiguo primer teniente—. No se deje matar por ganarse la atención del Almirantazgo acumulando méritos. Si depende de Hart, es probable que nunca lleguen a tener noticia de sus hazañas, a menos que, tal como sucedió anoche, haya testigos.

—No intentaba nada de eso. Tan sólo reconocí la oportunidad de apresar un barco enemigo, calculé que el riesgo era aceptable y cumplí con mi deber. Conozco estas aguas. La marea iba a arrastrarnos a mar abierto, aunque no soplase el terral. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Exacto, Charles, pero no me refiero a que no se emplee usted con menos arrojo. Sopesó todos los factores y actuó sin titubeos, tal como yo habría esperado de usted. Muchos otros habrían tardado tanto en tomar una decisión que hubieran perdido la oportunidad. Pero ha demostrado usted a toda la dotación que Hart no es precisamente un valiente, algo que desde luego ya sabían, pero aun así… Sin duda Hart acusará el escozor de esa herida.

—No hay nada que pueda hacer para complacer al capitán Hart. El segundo teniente se limita a capitular ante él hasta en el menor detalle, y a cambio Hart lo trata con el mismo desprecio que a los demás. Me someteré a un consejo de guerra antes que convertirme en otro Landry.

—Entiendo. No obstante, quienes… —Bourne titubeó, y entonces se inclinó sobre la mesa y bajó la voz—. Quienes son conscientes de su propia cobardía odian a la gente como usted, Charles. Su mera existencia no supone sino una amenaza constante de que se revele la horrible verdad que ocultan. Ése es su mayor temor: que el mundo descubra la verdad.

Hayden bajó también la voz.

—Pero, tal como usted ha dicho, el auténtico carácter de Hart no es ningún secreto en la Armada.

—Por supuesto, eso es verdad —respondió Bourne, levantando ambas manos—. Pero nuestro buen capitán imagina que no es así, que ha logrado engañar al mundo. Nada lo satisfaría más que ser considerado el hombre más valiente de la Armada Real, a pesar de que nunca intentará las empresas que podrían granjearle esa reputación.

—¿No nos decía usted siempre que no buscáramos el elogio, sino que nos hiciéramos merecedores de él?

—En efecto, y veo que se lo ha tomado al pie de la letra —dijo Bourne con una sonrisa—. Únicamente digo, Charles, que debería usted andarse con ojo. Ese hombre aprovechará la menor ocasión para estorbarle, o al menos para dar al traste con su reputación.

—Carezco de reputación. Por ello tuve la fortuna de que se me ofreciese un puesto como éste.

—Pues por lo visto sí tiene reputación. Philip Stephens no lo escogió por su torpeza. Lo hizo porque sabía que era usted un hombre de gran capacidad, que sin embargo carece de influencias que hablen en su nombre.

—Al menos esto último es cierto, desafortunadamente.

Bourne se puso en pie, y miró de nuevo a su antiguo teniente con la preocupación reflejada en su rostro de nobles facciones.

—Charles, como amigo, mi único propósito es ponerle sobre aviso. Si Hart no consigue doblegarlo, cosa que ni por un instante creo posible, podría intentar arruinarle. No lo subestime. Los de su calaña poseen un don inconmensurable para la venganza. Inconmensurable.