CXCVI

De súbito relampagueó; las nubes se amontonaban velozmente. Volvió a relampaguear con más fuerza y estalló un trueno. Empezó a caer una llovizna gruesa, cada vez más gruesa, hasta que se desató la tempestad. Rubião, que con las primeras gotas había dejado la iglesia, se alejó calle abajo, seguido siempre por el perro hambriento y fiel, ambos atónitos bajo el aguacero, sin esperanza de cobijo ni comida… La lluvia los mojaba sin piedad. No podían correr, porque Rubião temía resbalarse y caer y el perro no quería perderlo de vista. A media calle Rubião se acordó de la farmacia y volvió hacia atrás, subiendo contra el viento que le daba en la cara; pero al cabo de veinte pasos se quitó la idea de la cabeza. ¡Adiós, farmacia! ¡Adiós, cobijo! Ya no recordaba qué lo había hecho cambiar de rumbo y empezó a bajar otra vez, con el perro detrás, sin comprender ni huir, ambos empapados, confundidos, al son de la tormenta dura y continua.