Un suceso que sobrevino entonces hizo que doña Fernanda se distrajera de Rubião: el nacimiento de una hija de María Benedita. Doña Fernanda fue corriendo a Tijuca, llenó de besos a madre e hija y dio la mano a besar a Carlos María.
—¡Siempre exuberante! —exclamó el joven padre obedeciendo.
—¡Siempre antipático! —replico ella.
Pese a la resistencia de su primo, doña Fernanda acompañó a María Benedita en la convalecencia, tan cordial, tan bondadosa, tan alegre que era un encanto tenerla en casa. La felicidad de allí le hizo olvidar la desgracia de acullá; pero, repuesta la reciente madre, doña Fernanda retornó al enfermo.