CLXIII

Así pues, lo que parecía voluntad imperiosa reducíase a veleidad pura y, con algunas horas de intervalo, todos los malos pensamientos se habían retirado a sus alcobas. Si me preguntáseis si Sofía tenía remordimientos, no sabría qué deciros. Existe una escala del resentimiento y la reprobación. No sólo es que la conciencia pase gradualmente de la novedad a la costumbre y del temor a la indiferencia. Los simples pecados de pensamiento están sujetos a igual alteración, y el hábito de preocuparnos por las cosas nos hace tan afectos a ellas que al final el espíritu ya no se sobresalta ni las repele. Y en estos casos siempre hay un refugio moral en la exención exterior que, empleando términos más claros, es el cuerpo sin mancha.