Al día siguiente el sol apareció claro y tibio, el cielo límpido, el aire fresco. Sofía subió al coche y salió a hacer visitas y pasear para resarcirse de la reclusión. El propio día empezó por hacerle bien. Vistióse canturreando. El trato de las señoras que la recibieron en sus casas y de las que encontró en la Rua do Ouvidor, la agitación externa, las noticias de sociedad, el buen talante de tanta gente fina y amiga bastaron para despejarle el alma de las preocupaciones de la víspera.