La compasión de Sofía —explicar el mal de Rubião por el amor que sentía por ella— era un sentimiento medio; no simpatía pura ni egoísmo cerril, sino una combinación de ambos. Siempre que pudiese evitar situaciones parecidas a la del coupé, todo marchaba bien. Escuchaba a Rubião y le hablaba en las horas en que él estaba lúcido —incluso porque la locura, que le daba audacia en los momentos de crisis, lo volvía doblemente tímido en los normales. No sonreía, como Palha, cuando el amigo subía al trono o comandaba un ejército. Convencida de ser el motivo de la enfermedad, lo perdonaba. La idea de que ese hombre la había amado hasta la locura le confería para ella un aura sagrada.