CLVI

Pasaron unos meses, vino la guerra franco-prusiana y las crisis de Rubião tornáronse más agudas y menos esporádicas. Cuando las maletas de Europa llegaban temprano, Rubião salía de Botafogo antes del almuerzo y corría a esperar los periódicos; compraba la Correspondência de Portugal y se iba a leerlo al Carceler. Cualesquiera fueran las noticias, les daba sentido de victoria. Calculaba los muertos y heridos y siempre hallaba un fuerte saldo a su favor. La caída de Napoleón III fue para él la captura del rey Guillermo; la revolución del 4 de septiembre, un banquete de bonapartistas.

En su casa, los convidados habituales no se atrevían a disuadirlo. Tampoco confirmaban nada, por vergüenza mutua; sólo sonreían y cambiaban de tema. Todos, entretanto, tenían identidad militar, mariscal Torres, mariscal Pío, mariscal Ribeiro, y contestaban por sus títulos. Rubião los veía uniformados; ordenaba reconocimientos y ataques, y no era preciso que ellos cumpliesen las órdenes; el cerebro de su amigo se encargaba de todo. Cuando Rubião abandonaba el campo de batalla para volver a la mesa, ésta era otra. Ya sin platería, casi sin porcelanas ni cristales, a los ojos de él seguía apareciendo espléndida. Pobres gallinas magras se transformaban en faisanes; cocidos triviales o asados de mala muerte tenían el sabor de los manjares más finos de la tierra. Entre sí o ante el cocinero, los comensales ponían algún reparo —pero Lúculo siempre cenaba con Lúculo. Del resto de la casa gastada por el tiempo y la incuria —alfombras desflecadas, muebles carcomidos y descompuestos, cortinas raídas—, nada tenía para él su aspecto verdadero sino otro, brillante y magnífico. Y también era distinto el lenguaje, copioso y rotundo, y con él los pensamientos, extraordinarios algunos como los del difunto amigo Quincas Borba —teorías que antaño, al oírlas en Barbacena, no había comprendido, pero que ahora repetía con ardor y lucidez, empleando a veces las mismas frases que el filósofo. ¿Cómo explicar esa repetición de lo oscuro, ese conocimiento de lo inextricable, cuando los pensamientos y la palabras parecían haberse ido con los vientos de otros días? ¿Y por qué todas esas reminiscencias desaparecían cuando Rubião recuperaba la razón?