CLIV

No bien se separaron, las actitudes de ambos fueron opuestas.

En la calle Rubião volvió la cabeza hacia todos lados mientras la realidad se apoderaba de él y el delirio se extinguía. Caminaba, deteníase ante una tienda, cruzaba la calle, topaba con un conocido, pedíale noticias y opiniones; esfuerzo inconsciente para sacudirse la personalidad prestada.

Sofía, al contrario, pasado el susto y el asombro se dejó caer en devaneos; era como si todas las referencias e historias falsas de Rubião le dieran nostalgia; ¿nostalgia de qué? «Nostalgia del cielo», decía el padre Bernardes del sentimiento de los buenos cristianos. Diversos nombres relampagueaban en el azul de aquella posibilidad. ¡Cuánto detalle interesante! Sofía reconstruyó la vieja calesa a la cual había subido furtiva, de la cual había bajado, trémula, para escabullirse corredor adentro, subir la escalera y encontrar un hombre que le había prodigado los halagos más apetitosos de este mundo, el mismo que acababa de repetirlos ahora, junto a ella, en el coche —pero no era, no podía ser Rubião. ¿Quién sería? Diversos nombres relampagueaban en el azul de esa posibilidad.