CXXVIII

—¿A mí? —preguntó Rubião luego de unos segundos.

—A usted —confirmó Palha—. Debí habérselo dicho hace bastante, pero estos asuntos de la boda y el comité de las Alagoas me tuvieron atrapado y no encontré la ocasión. Ahora, sin embargo, antes del almuerzo… Almorcemos juntos.

—De acuerdo, ¿pero de qué se trata?

—Es una cosa importante.

Diciendo esto sacó un cigarro, abriólo, ablandó el tabaco con los dedos, volvió a enrollar el envoltorio y encendió una cerilla, pero el viento se la apagó. Entonces le pidió a Rubião que por favor le acercase el sombrero para poder encender otra. Rubião obedeció impaciente. Bien podía ser que el socio, alargando la espera, quisiera hacerle creer que se trataba de un terremoto; la realidad sería un beneficio. Dadas dos bocanadas:

—Tengo idea de liquidar el negocio; me han propuesto entrar en una casa bancaria, con puesto de director, y creo que aceptaré.

Rubião respiró.

—Bien. ¿Y quiere liquidar ahora?

—No. Allá para fines del año que viene.

—¿Y es necesario liquidar?

—Para mí sí. Si el asunto del banco no fuese seguro, no me animaría a dejar lo cierto por lo dudoso; pero es segurísimo.

—Pues a fin del año que viene cortamos los lazos que nos atan…

Palha tosió.

—No. Tiene que ser antes, a fin de este año.

Rubião no entendía; pero el socio le explicó que era útil deshacer la sociedad cuanto antes para que liquidara la empresa él solo. El banco podía organizarse antes o después; ¿y para qué sujetarlo a las exigencias del caso? Además, el doctor Camacho afirmaba que dentro de muy poco Rubião estaría en la cámara, y que la caída del gobierno era cierta.

—Sea como fuere —concluyó—, siempre valdrá más deshacer la sociedad a tiempo. Usted no vive del comercio; así como entró en esta firma con el capital necesario, podría dárselo a otra o guardárselo.

—Pues sí, no hay duda —concordó Rubião. Y tras unos instantes—: Pero dígame usted una cosa: esa propuesta, ¿tiene algún motivo oculto? Es una ruptura entre amigos… Sea franco, dígamelo todo…

—¿Qué pamplinas son ésas? —replicó Palha—. Ruptura entre amigos… No diga tonterías. Debe ser el balanceo del mar. ¿Así que yo, que lo hago amigo de mis amigos, que lo trato como a un familiar, como a un hermano, voy a pelearme con usted porque sí? La misma María Benedita se habría casado con usted, bien lo sabe, si usted no hubiese rechazado la propuesta. Se puede cortar un lazo sin cortar otros. Lo contrario sería un despropósito. ¿O acaso todos los amigos de sociedad o de familia son socios comerciales? ¿Y los que no son hombres de negocios?

A Rubião el argumento le pareció excelente y quiso dar a Palha un abrazo. Éste, enormemente satisfecho, le estrechó la mano; iba a librarse de un socio cuya creciente prodigalidad podía ponerlo en peligro. La firma era sólida; era fácil entregar a Rubião la parte que le pertenecía, sumadas las deudas personales y anteriores. Quedaban aún algunas de las que Palha, una noche, había confesado a su mujer en Santa Teresa (cap. L). En realidad, poco había pagado; por lo general era Rubião quien no quería saber nada del asunto. Un día, empeñado en darle algún dinero por la fuerza, Palha había repetido el viejo proverbio: «Paga lo que debes y verás lo que te queda». Pero Rubião, bromeando, le había contestado:

—Pues no pagues, y fíjate si no te queda todavía más.

—¡No esta mal! —había replicado Palha riendo, y se había guardado el dinero en el bolsillo.