CXXIV

Casáronse; tres meses después viajaron a Europa. El día de la despedida doña Fernanda estaba tan alegre como si ya hubieran regresado; no lloraba. El placer de verlos felices era mayor que el disgusto de la separación.

—¿Está contenta? —le preguntó por última vez a María Benedita junto a la amurada del paquebote.

—¡Oh, mucho!

El alma de doña Fernanda asomó a los ojos, fresca, ingenua, cantando un fragmento en italiano —pues la magnífica mujer prefería la música italiana—, tal vez un aria de Lucia: O, bell’alma innamorata. O este trozo del Barbero:

Ecco ridente in cielo

Spunta la bella aurora