CXXI

—¡Bien, si se va a casar, tanto mejor!

Entre esa noche y el día de la boda Rubião advirtió en el aire algunas miradas de Sofía sospechosas de tentación; pero si Carlos María las correspondía, antes era por educación que por otra cosa. Rubião llegó a la conclusión de que todo era fortuito; aún recordaba las lágrimas de Sofía cuando, la noche del cumpleaños, le había explicado la historia de la carta.

¡Ah, buena lágrima inesperada! Tú, que alcanzaste para persuadir a un hombre, no eres explicable para otros, y así va el mundo. ¿Qué importa que esos ojos no estuviesen acostumbrados al llanto, o que la noche pareciese exaltar muy diversos sentimientos de melancolía? Rubião la vio caer; y ahora la sigue guardando en la memoria. Pero la confianza de Rubião no sólo nacía de esa lágrima, sino también de la misma Sofía, que nunca había sido con él tan solícita ni tan confiada. Era como si se hubiese arrepentido del mal que le había hecho y estuviese dispuesta a curarlo, bien por afecto tardío, bien por el fracaso de la primera aventura. Hay delitos virtuales que duermen por un tiempo. Hay obras que se refugian en la cabeza del maestro esperando que suenen los primeros compases de la imaginación.