CXVII

La historia del casamiento de María Benedita es breve; y aunque para Sofía fuera vulgar, vale la pena contarla. Vaya por delante que, de no ser por la epidemia de las Alagoas, tal vez no habría habido casamiento; de lo cual se deduce que las catástrofes pueden ser útiles, y hasta necesarias. Sobran los ejemplos; pero basta un cuentecito que oí de pequeño y aquí les ofrezco en dos líneas. Érase una vez una choza que ardía en el camino; a pocos pasos la mujer —una triste pelagatos— lloraba su desastre sentada en el suelo. En eso pasó un borracho, vio el incendio, vio la mujer y le preguntó si la casa era suya.

—Sí, señor, es mía. Es todo lo que tenía en el mundo.

—¿Me permite entonces que encienda allí el cigarro?

El cura que me contó esto corrigió sin duda la historia original; no hace falta estar borracho para encender un cigarro en las miserias ajenas. ¡Buen padre Chagas!; pues se llamaba Chagas. Por muchos años ese cura más que bueno me grabó la consoladora idea de que nadie, en su juicio, se hace cargo de los males ajenos; para no hablar del respeto que aquel borracho tenía por la propiedad —al punto de no encender el cigarro sin pedir licencia a la dueña de las ruinas. Ideas todas muy consoladoras. ¡Buen padre Chagas!