Rubião aplaudió el artículo; le parecía excelente. Acaso poco enérgico. Vendedores, por ejemplo, estaba bien dicho; pero mucho mejor quedaba viles vendedores.
—¿Viles vendedores? Hay un solo inconveniente —reflexionó Camacho—. La repetición de las v. Viles ven… Viles vendedores. ¿No le suena desagradable?
—Pero allí arriba dice ves vis…
—Vae victis. Sí, pero es una frase latina. Podríamos arreglarlo de otra forma: viles mercaderes.
—Viles mercaderes está muy bien.
—Y sin embargo pienso que mercaderes no tiene la fuerza de vendedores.
—¿Por qué no deja entonces vendedores? Viles vendedores es fuerte; en el sonido no se fija nadie. Yo nunca le doy importancia. Lo que me gusta es la energía. Viles vendedores.
—Viles vendedores, viles vendedores —repitió Camacho a media voz—. Empieza a gustarme más. Viles vendedores. Acepto —concluyó corrigiendo el texto. Y releyó—: «Los viles vendedores serán expulsados del templo; sólo quedarán los creyentes y los puros, aquéllos para quienes la indefectible victoria de los principios está por encima de intereses mezquinos, locales y pasajeros. Todo lo que no sea así nos tendrá en contra. Alea jacta est».
—¡Muy bien! —exclamó Rubião, sintiéndose un poco autor del artículo.
—¿Le parece bien? —preguntó Camacho sonriendo—. Hay personas que aún encuentran en mi estilo la frescura de los tiempos de estudiante. Yo no sé, nada puedo decir; la disposición, cierto, es la misma. He de castigarlos. Hemos de castigarlos.