CIX

Esa noche Rubião soñó con Sofía y María Benedita. Las veía en una enorme plaza, vestidas apenas con faldas, las espaldas completamente desnudas; munido de un látigo de cinco puntas de cuero, rematadas con picos de hierro, Palha las castigaba despiadadamente. Ellas gritaban, suplicaban misericordia, se retorcían bañadas en sangre, las carnes se les caían a pedazos. Ahora bien, en virtud de qué Sofía era la emperatriz Eugenia, y María Benedita una criada suya, era cosa que no se aclaraba mucho. «¡Son sueños, sueños, Afanoso!», exclamaba un personaje de nuestro Alvares Azevedo. Pero yo prefiero la reflexión que hace el viejo Polonio al oír un desquiciado párrafo de Hamlet: «¡Hay método en esa locura!». También aquí hay método, en esta mezcla de Sofía y Eugenia; y más método hay en lo que siguió, por mucho que parezca más extravagante.

Sí: indignado, Rubião ordenó cesar de inmediato el castigo, ahorcar a Palha y recoger a las víctimas. Una de ellas, Sofía, aceptó un sitio en el carruaje abierto que esperaba a Rubião; alejáronse pues al galope, ella galana y saludable, él dominante y glorioso. Los caballos, que eran dos al partir, a poco se habían vuelto ocho: cuatro hermosas parejas. Calles y ventanas repletas de gente, lluvia de flores al paso del carruaje, aclamaciones… Rubião se sentía el emperador Luis Napoleón; el perro iba con ellos, a los pies de Sofía.

Todo concluyó sin final ni fracaso. Rubião abrió los ojos. Tal vez lo hubiera mordido una pulga, algo así: «¡Sueños, sueños, Pensativo!». Pero sigo prefiriendo la observación de Polonio: «¡Hay método en esa locura!».