CVI

… o, más exactamente, capítulo en que el lector, desorientado, no atina a combinar las tristezas de Sofía con la anécdota del cochero. Y, confundido, pregunta: ¿Entonces la cita de la Rua da Harmonia, Sofía, Carlos María, ese cotilleo de rimas sonoras y delincuentes, es pura calumnia? Calumnia del lector y de Rubião, no del pobre cochero, que no profirió nombres ni llegó siquiera a contar una anécdota real. Es lo que habrías visto si hubieses leído atentamente Sí, desdichado, advierte bien cuán inverosímil era que un hombre comprometido en semejante aventura hiciese parar el tílburi ante la casa señalada. Eso habría significado ponerle un testigo al crimen. Entre el cielo y la tierra hay muchas más calles que las que tu filosofía sueña —calles transversales en donde bien podría haber esperado el tílburi.

—De acuerdo, el cochero no compuso bien. ¿Pero qué interés tenía en inventarse la anécdota?

Condujo a Rubião hasta una casa en la cual nuestro amigo estuvo cerca de dos horas, sin despedirlo; lo vio salir, subirse al tílburi, bajar y echarse a andar, ordenándole que lo siguiese. Concluyó que era un cliente inmejorable; pero aun así no se permitió imaginar nada. Pasó, sin embargo, una mujer con un niño —la de la Rua de Saúde—, y Rubião se quedó mirándola con ojos amorosos y melancólicos. Fue entonces cuando el cochero lo tuvo por lascivo, además de pródigo, y empezó a confiarle sus prendas. Si habló de la Rua da Harmonia fue por sugerencia del barrio por donde pasaban; y si dijo que había llevado un joven a la Rua dos Invalidos fue porque, sin duda, el día anterior había ido a buscar allí a alguien —acaso al propio Carlos María—, bien porque vivía en esa calle, bien porque en ella tenía la cochera, bien por cualquier otra circunstancia que contribuyó a la invención, del mismo modo que las reminiscencias del día alimentan los sueños nocturnos. No todos los cocheros son tan imaginativos. Bastante mérito es concertar retazos de realidad.

Sólo resta la coincidencia de que una de las costureras del luto viviera en la Rua da Harmonia. Esto sí que parece un capricho del azar. Pero la culpa es de la costurera; si quisiese abandonar aguja y marido, no le faltarían casas más cerca del centro de la ciudad. La mujer, sin embargo, ama todas las cosas de este mundo. Pero no era razón suficiente para que yo cortara el episodio o interrumpiera el libro.