CIV

Tras haber estado unos segundos a la escucha, Sofía volvió a la sala y, con gran rumor de faldas, fue a sentarse en la otomana de satén, adquisición reciente. Volviéndose, Rubião la vio menear reprensivamente la cabeza. Sin dejarlo hablar, ella se llevó un dedo a la boca pidiéndole silencio; luego lo llamó con la mano; Rubião obedeció.

—Siéntese en esa silla —dijo ella; y cuando él lo hubo hecho prosiguió—: Tendría que enojarme con usted; si no lo hago es porque sé que es bueno, y comprendo que además es sincero. Arrepiéntase de lo que me ha dicho y le perdonaré todo.

Sofía se tocó con el abanico el lado derecho del vestido para bajarlo y componerlo; después alzó los brazos sacudiendo las pulseras de vidrio negro; finalmente los apoyó en las rodillas y, abriendo y cerrando las varillas del abanico, aguardó la respuesta. Al contrario de lo que esperaba, Rubião movió la cabeza negativamente.

—No tengo de qué arrepentirme —dijo—. Prefiero que no me perdone. Lo quiera o no, seguiré llevándola aquí dentro. Podría mentir, pero ¿para qué? Es usted quien no ha sido sincera conmigo. Me ha engañado…

Sofía irguió el busto.

—No se enfade; no quiero ofenderla; pero déjeme decirle que usted me ha engañado, y mucho, y sin piedad. Que ame a su marido, vaya y pase, se lo perdonaría; pero que…

—¿Pero qué? —repitió ella, asustada.

Rubião metió la mano en el bolsillo, sacó la carta y se la entregó. Al leer el nombre de Carlos María, Sofía se quedó sin color; él advirtió la palidez. Dominándose en seguida, ella preguntó qué ocurría, qué significaba esa carta.

—La letra es la suya.

—Sí, es la mía. ¿Pero qué habré escrito dentro? —continuó, serena—. ¿Quién le ha dado esto?

Rubião habría querido contarle cómo lo había encontrado; pero entendió que ya había logrado bastante; se preparó a salir.

—Perdón —dijo ella—. Pero quiero que usted mismo abra la carta.

—Aquí ya no tengo nada que hacer.

—Espere, abra la carta. Aquí la tiene; lea todo —decía la joven tirándole de la manga. Pero Rubião retiró violentamente el brazo, fue a buscar su sombrero y salió. Sofía, temerosa de los criados, decidió permanecer en la sala.