C II

Era noche entrada. Rubião venía por allá abajo, recordando al pobre diablo que acababa de enterrar, cuando en la Rua de São Cristovão se cruzó con otro coupé que escoltaban dos ordenanzas. Era un ministro que iba hacia el despacho imperial. Rubião sacó la cabeza, volvió a entrarla y quedóse oyendo los caballos de los ordenanzas, tan iguales, tan distintos pese al estrépito de los otros animales. Tan tenso estaba el espíritu de nuestro amigo que siguió oyéndolos aun cuando la distancia ya no lo permitía. Catrapac… Catrapac… Catrapac…