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En ese estado se hallaba cuando le llegó la noticia de que había muerto Freitas. Derramó una lágrima a escondidas; se hizo cargo de los gastos del entierro y a la tarde siguiente acompañó al difunto al cementerio. Al verlo entrar en la sala, la anciana madre del amigo quiso arrodillarse a sus pies; Rubião la abrazó a tiempo de impedírselo. Este gesto causó gran impresión a los presentes. Uno de ellos le estrechó la mano; luego, llevándolo a un rincón, le contó en voz baja que unos días antes lo habían cesado injustamente; una medida maliciosa, producto de intrigas…

—Le aseguro, Excelencia, que aquello (con perdón de las palabras) es una cueva de canallas.

Se hizo la hora de partir hacia el cementerio; la despedida de la madre fue dolorosa: besos, sollozos, exclamaciones, todo mezclado y lancinante. Las mujeres no consiguieron arrancarla del ataúd; fue necesaria la fuerza de dos hombres; ella gritaba, empecinada en volver junto al cadáver: ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!

—¡Un verdadero escándalo! —insistía el cesado—. Dicen que al propio ministro no le gustó nada la medida; pero Su Excelencia ya sabe: para no desmoralizar al director…

—Pam… Pam… Pam… —sonaban sordamente los martillos, clavando la tapa del ataúd.

Rubião accedió al pedido de que llevara una de las manijas, y se apartó del cesado. Fuera, gente parada; en las ventanas, los vecinos se apretaban unos contra otros, los ojos llenos de esa curiosidad que la muerte inspira a los vivos. Estaba además el coupé de Rubião, que se destacaba entre viejas calesas. Ya se había hablado mucho de ese amigo del finado, y su presencia confirmaba los rumores. Ahora se apreciaba al difunto con cierta consideración.

En el cementerio Rubião no se contentó con echar un puñado de tierra, acto en que a pedido de todos fue el primero; esperó a que los enterradores llenaran la fosa con las grandes palas de su oficio. Tenía los ojos húmedos; al fin acabó por irse, flanqueado por los demás, y en la puerta, con apenas un saludo de sombrero a derecha y otro a izquierda, se despidió de todas las cabezas cubiertas o desnudas. Cuando subía al coupé oyó estas palabras dichas a media voz:

—Parece que es senador o magistrado, algo así…