—La voy a alcanzar antes de que llegue a Catete —dijo Rubião subiendo por la Rua do Príncipe.
Calculó que la costurera se habría ido allí. A lo lejos, de uno y otro lado, divisó varias siluetas; una le pareció de mujer. Tiene que ser ella, pensó apretando el paso. Compréndase que, como es natural, llevaba la cabeza ofuscada: Rua da Harmonia, una costurera, una dama y todas las celosías abiertas. No sorprende que, rápido como iba andando, chocase con cierto hombre que caminaba lentamente, cabizbajo. No le pidió disculpas; viendo que la mujer también andaba deprisa, alargó el paso.