Por la noche corrió a la playa de Flamengo. No pudo hablar con María Benedita, que estaba arriba, en su cuarto, con dos amigas del vecindario. Sofía salió a la puerta a recibirlo y lo llevó al estudio, donde dos costureras hacían los vestidos de luto. Su marido había llegado poco antes; aún no había bajado.
—Siéntese aquí —le dijo.
Se ocupó de él; estaba preciosa. Las palabras le brotaban cariñosas y graves, entrecortadas por sonrisas amigas y honestas. Le habló de la tía, de la prima, del tiempo, de los criados, de los espectáculos, de la falta de agua, de un sinnúmero de cosas diversas, vulgares o no, que al pasar por su boca cambiaban de naturaleza y de aspecto. Rubião la oía fascinado. Ella, para no estar ociosa, cosía unos volantes; y cuando en la conversación había algún silencio, Rubião apenas podía contener las ganas de comerle las manos ágiles, que parecían jugar con la aguja.
—¿Sabe que estoy formando un comité de mujeres? —preguntó ella.
—No. ¿Para qué?
—¿No se ha enterado de esa epidemia en una ciudad de las lagunas?
Tan impresionada la había dejado la noticia, le contó, que en seguida había resuelto formar un comité femenino para recaudar fondos. La muerte de la tía había interrumpido los primeros pasos; pero no bien pasara la misa del séptimo día pensaba continuar. Y le preguntó qué opinaba.
—Me parece muy bien. ¿No hay hombres en ese comité?
—No, sólo mujeres. Los hombres ponen el dinero —concluyó ella sonriendo.
Rubião, resuelto, decidió aportar una suma cuantiosa para obligar a los que lo siguieran. Y era verdad. También era verdad que el comité daría notoriedad a la figura de Sofía, impulsándola hacia arriba. Las mujeres escogidas no eran del círculo de nuestra dama, y solamente una la saludaba; pero por intermedio de cierta viuda, que había brillado entre 1840 y 1850 y guardaba de aquel tiempo nostalgias e influencia, había conseguido que entraran todas en la obra de caridad. Desde hacía unos días no pensaba en otra cosa A veces, por la noche, antes del té, parecía dormirse en el balancín; pero no dormía: cerraba los ojos para considerarse en medio de las compañeras, personas de calidad. Se comprende pues que fuera éste el tema principal de la conversación. De cuando en cuando, no obstante, Sofía regresaba a su amigo. ¿Por qué solía desaparecer por tanto tiempo, ocho, diez, quince días y aun más? Rubião respondió que por nada, pero tan conmovido que una de las costureras golpeó a la otra en el pie. Desde ese momento, incluso cuando el silencio se prolongaba, cortado apenas por el sonido de las agujas en el tejido, de los tijeretazos, de los desgarros, ni una ni otra quitaban los ojos de nuestro amigo, que miraba absorto a la dueña de casa.
Llegó en eso una visita de pésame —un hombre, director de un banco—. Fueron a llamar a Palha, que bajó a recibirlo. Sofía pidió a Rubião que la excusara; iba a ver a María Benedita.