—No, no puede haber sido ella —se dijo Rubião en su casa, mientras se vestía de negro.
Desde que había llegado no pensaba en otra cosa que lo que le había contado el cochero. Había intentado olvidarlo arreglando papeles, leyendo o haciendo chasquear los dedos para que Quincas Borba saltase. Pero la visión lo perseguía. La razón le aseguraba que había muchas mujeres de buena figura, y que nada probaba que la de la Rua da Harmonia fuese ella; pero el efecto calmante era corto. Al rato, a lo lejos, cabizbaja y lenta empezaba a recortarse una persona, ni más ni menos que la propia Sofía, que avanzaba por la calle y de pronto entraba en una casa, cuya puerta se cerraba en seguida… Tal había sido la visión cierta vez, que nuestro amigo había clavado la mirada en la pared como si allí estuviese la celosía de la Rua da Harmonia. Imaginariamente había dado una serie de pasos: golpeaba a la puerta, entraba, echaba las manos al cuello de la costurera, le exigía la verdad o la vida; la pobre mujer, amenazada de muerte, le confesaba todo; y lo llevaba a ver a la dama, que no era Sofía sino otra. Al volver en sí, Rubião se sentía avergonzado.
—No, no puede haber sido ella.
Se puso el chaleco y fue a abotonárselo ante una de las ventanas, que daba a los fondos, en el momento en que una caravana de hormigas atravesaba el pretil. ¡Cuántas había visto pasar en otros tiempos! Pero esta vez, nunca supo la razón, agarró una toalla y con dos golpes atropelló a las tristes hormigas, matando un buen número de ellas. Acaso alguna le pareciera «de buena figura y bonita de cuerpo». No tardó en arrepentirse; realmente, ¿qué tenían que ver las hormigas con sus sospechas? Felizmente en ese momento empezó a cantar una cigarra, con tal propiedad y sentido que nuestro amigo se paró en el cuarto botón del chaleco. Soooo… fía, fía, fía, fía, fía, fía… Soooo… fía, fía, fía, fía, fía…
¡Ah, sublime y piadosa precaución de la naturaleza, que pone una cigarra viva junto a veinte hormigas muertas para compensarlas! Esta reflexión es del lector. No puede ser de Rubião. Ni es capaz de relacionar las cosas y sacar conclusiones, ni, aunque pudiese, lo haría ahora que está por llegar al último botón del chaleco, todo oídos, todo cigarra… ¡Pobres hormigas muertas! Id ahora con vuestro Homero galo, a que os pague su fama; ríe la cigarra, enmendando el texto:
Vous marchiez? J’en suis fort aise.
Eh bien! mourez maintenant.[5]