Al ver el tílburi se acordó del enfermo de Praia Formosa.
—¡Pobre Freitas! —suspiró.
De inmediato se acordó también del dinero que le había dado a la madre y pensó que había hecho bien. Acaso le asomara a la mente la idea de que habría debido darle uno o dos billetes más; pero se apresuró a rechazarla, no sin enfadarse consigo mismo, y para olvidarla del todo exclamó en voz alta:
—¡Buena anciana! ¡Pobre anciana!