LXXVI

Montaba bien. La gente que pasaba o estaba en los portales no se hartaba de mirar la postura del mozo, la elegancia, la regia tranquilidad con que se dejaba llevar. Carlos María —y era éste el punto en que cedía a la multitud— iba recogiendo todas las admiraciones, por ínfimas que fueran. Para adorarlo, todos los hombres se hacían parte de la humanidad.