LXXIII

«La noche era clara; me estuve cerca de una hora entre el mar y su casa. ¿Tendré que apostar a que usted…?»

Cuando al fin Sofía pudo apartarse de la ventana, el reloj de abajo marcaba las nueve. Enojada, arrepentida, juró por el alma de su madre que no volvería a pensar en semejante episodio. Se dijo que no valía la pena; el error había sido permitir que el joven llevase su osadía hasta el fin. Verdad era que, procediendo así, había evitado un terrible escándalo, porque él habría sido muy capaz de acompañarla hasta la silla y decirle el resto delante de otras personas. Y el resto volvía a sonar en su memoria, como un terco fragmento musical; las mismas palabras, la misma voz: «Era una noche clara; me estuve cerca de una hora…».