Entre dos frases sintió que alguien le ponía una mano en el hombro; era su marido, que acababa de desayunar y se disponía a ir a la ciudad. Se despidieron con afecto; Cristiano le encomendó a María Benedita, que se había despertado muy inquieta.
—¡Levantada ya!
—Cuando bajé ya estaba en el comedor. Se ha levantado con la manía de ir al campo; ha soñado algo… No sé qué…
—¡Retiros! —concluyó Sofía.
Y con dedos hábiles y leves arregló la corbata del marido, le tiró hacia delante el cuello de la chaqueta y una vez más se despidieron. Palha bajó y salió. Sofía se quedó en la ventana. Antes de doblar la esquina, él volvió la cabeza y, como de costumbre, se dijeron adiós con la mano.