LXIII

En la calle encontró a Sofía con una señora entrada en años y otra joven. Apenas tuvo ojos para fijarse en las facciones de éstas; todo él se dejó absorber por Sofía. Se hablaron tímidamente, no más de dos minutos, y siguieron sus respectivos caminos. Más adelante Rubião se detuvo y volvió la cabeza; pero las tres mujeres seguían caminando sin girarse. Después de cenar se dijo:

—¿Y si fuera hoy?

Reflexionó mucho sin concluir nada. Tan pronto decidía que sí como que no. Le había visto un aire raro; pero también le recordaba una sonrisa —breve, pero sonrisa al fin. Lo dejó en manos del azar. Si el primer coche en aparecer venía por la derecha, iría; si venía por la izquierda, no. Y así se dejó estar en la sala, sentado en el pouf central, mirando por la ventana. Al poco rato apareció un tílburi por la izquierda. Decidido: no iría a Santa Teresa. Pero aquí la conciencia se rebeló; debían respetarse los términos exactos del acuerdo: un coche. Un tílburi no era un coche. Tenía que ser lo que vulgarmente se llamaba coche, una calesa entera o media, incluso una victoria. Momentos después fueron llegando por la derecha varias calesas que volvían de un entierro. Fue.