Quince días más tarde, estando Rubião en su casa, se le presentó el marido de Sofía. Iba a preguntarle qué se había hecho de él. ¿Dónde se había metido, que desde hacía tiempo no lo veían? ¿Había estado enfermo? ¿O ya no se acordaba de los pobres? Rubião masticaba las palabras sin lograr componer una frase entera. En eso Palha vio que en la sala había un hombre mirando los cuadros, y bajó la voz.
—Perdóneme. No había visto que tenía visitas —dijo.
—¿Perdonarlo por qué? Es un amigo como usted. Doctor, aquí está mi amigo Cristiano de Almeida e Palha. Creo que ya le he hablado de él. Éste es mi amigo el Dr. Camacho, João de Sousa Camacho.
Camacho hizo un gesto con la cabeza, dijo una o dos frases y anunció que se marchaba. Rubião respondió que de ningún modo, que se quedase. Ambos eran amigos de la casa; y además la luna no tardaría en iluminar la bella ensenada de Botafogo.
La luna —otra vez la luna— y la frase Creo que ya le he hablado de él perturbaron tanto al recién llegado, que por un rato no pudo articular palabra. No está de más observar que el dueño de casa tampoco sabía qué decir. Estaban los tres sentados: Rubião en el canapé, Palha y Camacho en sendas sillas, uno frente a otro. Camacho, que había conservado el bastón en la mano, se lo puso sobre las rodillas mientras se daba golpecitos en la nariz y miraba el techo. Fuera, rumor de carros, cascos de caballos y algunas voces. Eran las siete y media de la noche, o más, cerca de las ocho. El silencio se hizo más largo de lo que la ocasión permitía; ni Rubião lo advirtió. Fue Camacho quien, aburrido, se acercó a la ventana y desde allí exclamó:
—¡Está saliendo la luna!
Rubião hizo un ademán, Palha otro; ¡pero qué diferentes! Rubião pensaba ir hasta la ventana; Palha estuvo por agarrarlo del cuello; lo impulsaba menos el miedo a la divulgación de la aventura que el recuerdo de la violencia con que el otro aferrara las manos de su mujer para atraerla hacia sí. Contuviéronse ambos. Acto seguido Rubião, cruzando la pierna izquierda sobre la derecha, se volvió hacia Palha y le preguntó:
—¿Sabes que os voy a dejar?