Una vez Rubião le había preguntado:
—Dígame, Freitas: si se me ocurriese ir a Europa, ¿sería usted capaz de acompañarme?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque yo soy una persona libre, y bien podría suceder que disintiéramos en el itinerario.
—Pues es una pena, porque es usted muy alegre.
—Se engaña, amigo; tengo esta máscara risueña, pero en el fondo soy triste. Soy un arquitecto de ruinas. Antes que nada iría a las ruinas de Atenas; luego al teatro, a ver El pobre de las ruinas, un drama lacrimógeno; luego a los tribunales de quiebras, donde abundan los hombres arruinados…
Y Rubião se reía. Le gustaba esa manera franca y expansiva.