XXX

Una vez Rubião le había preguntado:

—Dígame, Freitas: si se me ocurriese ir a Europa, ¿sería usted capaz de acompañarme?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque yo soy una persona libre, y bien podría suceder que disintiéramos en el itinerario.

—Pues es una pena, porque es usted muy alegre.

—Se engaña, amigo; tengo esta máscara risueña, pero en el fondo soy triste. Soy un arquitecto de ruinas. Antes que nada iría a las ruinas de Atenas; luego al teatro, a ver El pobre de las ruinas, un drama lacrimógeno; luego a los tribunales de quiebras, donde abundan los hombres arruinados…

Y Rubião se reía. Le gustaba esa manera franca y expansiva.