XXIV

La presencia de Sofía daba vergüenza a Rubião; él no sabía tratar con señoras. Por fortuna recordó que se había prometido ser fuerte e implacable. Fue a cenar. ¡Bendita decisión! ¿Dónde habría podido pasar horas semejantes? En casa, Sofía era mucho mejor que en el tren. Allí vestía una capa, por mucho que llevara los ojos descubiertos; aquí dejaba a la vista ojos y cuerpo, éste elegantemente ceñido por un vestido de cambray del cual surgían las manos, que eran hermosas, y parte de los brazos. Por si fuera poco, aquí era la dueña de casa, hablaba más, se deshacía en obsequios. Rubião volvió al hostal medio tonto.