XXIII

Al día siguiente Rubião, ansioso por reencontrar a su reciente amigo del tren, decidió ir a Santa Teresa por la tarde; pero fue el propio Palha quien pasó a verlo por la mañana temprano. Iba a visitarlo, a ver si allí se encontraba a gusto o prefería trasladarse a la casa de él, que estaba en la parte alta. Si bien no aceptó la casa, Rubião aceptó el abogado, un pariente político de Palha que, según éste, era uno de los mejores de su profesión pese a ser muy joven.

—Hay que aprovecharlo mientras no exija que le paguen la fama.

Rubião lo convidó a almorzar y luego, pese a las protestas del perro, que habría querido acompañarlos, ambos fueron al despacho del abogado. Todo quedó arreglado.

—Venga a cenar a Santa Teresa —dijo Palha cuando iban a despedirse—. No hace falta que dude, lo espero allí —agregó, y dio la media vuelta.