No olvidemos decir que Rubião se encargó de pagar una misa por el difunto, aunque supiese o presintiese que no era católico. Quincas Borba no había vituperado a los curas ni desacreditado la doctrina católica; pero tampoco hablado nunca de la Iglesia o sus siervos. De su veneración de la Humanitas, por otro lado, el heredero concluía que la religión del testador era ésa. Pese a todo pagó la misa, considerando que no era un acto de voluntad del muerto sino una plegaria de los vivos; y que la ciudad habría escandalizado si él, nombrado heredero por el difunto, no hubiese brindado a su protector los sufragios que no se niegan ni a los más miserables y avaros de este mundo.
Si bien algunas personas se privaron de comparecer, para no asistir a la gloria de Rubião, muchas otras —y no mera ralea— acudieron y fueron testigos de la sincera compunción del antiguo maestro.