XVI

—¡Quincas Borba! ¡Quincas Borba! ¡Eh, Quincas Borba! —llamó al entrar a la casa.

Ni rastro del cachorro. Sólo entonces recordó que había mandado regalárselo a la comadre Angélica. Corrió hasta la casa de la comadre, que estaba lejos. Por el camino lo asaltaron toda clase de ideas horribles, algunas extraordinarias. Una idea, horrible, era que el perro hubiese escapado. Otra, extraordinaria, era que algún enemigo, conociendo la cláusula, hubiese ido a casa de la comadre para robar el cachorro y esconderlo o matarlo. En ese caso la herencia… Por un instante se le nubló la vista. Luego empezó a ver más claro.

—No conozco bien las cuestiones legales, pero pienso que no tengo que preocuparme. La cláusula supone que el perro ha de estar vivo o en casa; pero si escapara o muriera, no dice que deba inventarse otro perro; luego, la intención principal… Pero mis enemigos son capaces de cualquier tramoya. Y si no se cumple la cláusula…