XIII

La noticia recorrió la ciudad y el vicario, el farmacéutico de la casa, el médico, todos quisieron saber si era verdad. El agente de correos, que la había leído en los diarios, fue a entregarle a Rubião en mano una carta que había para él en la maleta. Tal vez fuera del finado, si bien la letra del sobre no era la suya.

—¿Así que al fin el hombre ha estirado la pata? —dijo mientras Rubião abría la carta, buscaba la firma y leía: Brás Cubas. Era un simple billete:

Mi pobre amigo Quincas Borba falleció ayer en mi casa, donde hace un tiempo se presentara macilento y sórdido: frutos de la enfermedad. Antes de morir me pidió que le escribiese a usted, para comunicarle particularmente esta noticia y muchos agradecimientos; advirtiendo que lo demás se cumpliría según los usos legales.

Los agradecimientos hicieron palidecer al profesor; pero los usos legales le devolvieron la sangre al rostro. Rubião cerró la carta sin decir palabra; el agente habló de una cosa y otra y luego se marchó. Rubião ordenó a un esclavo que llevase el perro de regalo a la comadre Angélica, diciéndole que, puesto que le gustaban los animales, allí tenía uno más; que lo tratara bien, pues a eso lo habían acostumbrado; y, finalmente, que el nombre del chucho era el mismo que el del amo, ahora muerto. Quincas Borba.