Al día siguiente Quincas Borba se despertó decidido a ir a Río de Janeiro. Regresaría a fin de mes, tenía ciertos negocios… Rubião se quedó pasmado. ¿Y la molestia, y el médico? El enfermo contestó que el médico era un charlatán, y que a la molestia había que distraerla, lo mismo que a la salud. Enfermedad y salud eran dos huesos del mismo fruto, dos estados de la Humanitas.
—Tengo asuntos personales —concluyó el enfermo—. Y además llevo un plan tan sublime que ni tú mismo podrás entenderlo. Perdóname la franqueza; pero prefiero ser franco contigo antes que con cualquier otra persona.
Rubião confió en que el proyecto, como tantos otros, se derrumbara con el tiempo; pero se engañaba. En realidad, parecía como si el enfermo estuviese mejorando; no se quedaba en la cama, salía a la calle, escribía. El fin de semana mandó llamar al notario.
—¿El notario? —repitió el amigo.
—Sí, quiero registrar mi testamento. O mejor vamos los dos a verlo. Fueron los tres, porque el perro nunca permitía que su amo y señor saliera sin él. Quincas Borba registró el testamento, con las formalidades del caso, y volvió tranquilo a su casa. Rubião le sentía latir violentamente el corazón.
—Está claro que no te permitiré ir solo a la Corte —dijo.
—No, no es preciso. Además Quincas Borba no irá y, no siendo tú, no confío en nadie más para que lo cuide. La casa la dejaré como está. Dentro de un mes habré regresado. Parto mañana: no quiero que él sospeche nada. Cuídalo, Rubião.
—Sí, lo cuidaré.
—¿Me lo juras?
—Por la luz que me alumbra. ¿O me consideras un niño?
—Has de darle leche a las horas apropiadas, las comidas de costumbre y los baños. Y cuando salgas a pasear con él, fíjate que no se vaya a escapar. No, lo mejor es que no salga… que no salga…
—Sosiégate.
Quincas Borba lloraba por el otro Quincas Borba. Al partir no quiso verlo. Lloraba de veras; fuesen aquellas lágrimas de locura o de aflicción, las iba dejando en la buena tierra mineira, como el sudor postrero de un alma oscura próxima a caer en el abismo.